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Contratapa|Jueves, 4 de enero de 2007

Lugones/Walsh

Por David Viñas
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Para GGC

Históricamente no va más allá de una inferencia, aunque por eso mismo fecunda como polémica eventual. La cosa es de idea y desenlaces: si Lugones, en 1934, con su Discurso de Ayacucho planteó la matriz de la ideología militarista en nuestro país, Rodolfo Walsh mediante su Carta abierta a la Junta del llamado Proceso, denuncia y clausura categóricamente esa constante. Circuito de matices coyunturales que había surgido en 1930 con reapariciones hacia 1943, 1955 y 1966, hasta culminar en marzo del ’76. Incluso, la engendrada guerra de las Malvinas, en semejante diacronía, puede ser analizada como la última consecuencia de las arengas del inventor de La grande argentina.

Releo el párrafo anterior. Quizá el tema, con su doble vertiente, me haya condicionado cierta entonación impregnada de patetismo; desproporcionado ademán cuando se pretende hablar seriamente de cosas serias. Lamentable. El romanticismo, al privilegiar suspensos y abismos, suele confundir evidencias con arrebatos. O lo que es más desdichado, con virtudes filantrópicas.

Y paso: ineludiblemente en mi hipótesis de trabajo, ya con más sosiego, debo agregar que si el itinerario de Lugones se va trazando desde la izquierda hacia la derecha (a partir del socialismo anárquico de La Montaña en dirección al Unico candidato de 1932), en Rodolfo Walsh se comprueba un recorrido inverso: allá en los comienzos, su proximidad con la Alianza Libertadora Nacionalista y sus colaboraciones en La Nación, hasta el giro copernicano superpuesto a Operación masacre y a su experiencia en Cuba, deriva a la vinculación con Raimundo Ongaro, la CGT de los argentinos y su compleja militancia política. Al fin de cuentas, había verificado que el ajedrez así como la novela policial a la inglesa, en sus inmanencias, presuponían la marginalidad histórica.

Podría decirse, por consiguiente, que si Leopoldo Lugones fue cooptado apresuradamente por el establecimiento, Walsh se fue convirtiendo, sin brusquedades, en un intelectual heterodoxo.

Y pues bien, estas aproximaciones al poeta oficial y cordobés y, antagónicamente, al autor de Irlandeses detrás de un gato, me las han sugerido un par de libros de crítica recientemente publicados: el de María Pía López sobre Lugones y el de Eduardo Jozami comentando a Rodolfo Walsh. Ambos –intercalo– de un valor memorable que los distancia de manera inequívoca de todo lo que pueda resonar apologético o a la taciturna infelicidad de la dictadura.

Pero quisiera poner en foco, por ahora, el trabajo de Jozami: en primer lugar, resulta obligatorio dejar muy en claro que su libro sobre Walsh es un ejemplo de austeridad. Jozami en ningún momento se deja seducir por las legítimas –en este caso– tentaciones del encomio. Su movimiento de mano se define por el rigor sin rigidez. Podría hablarse de ascetismo, correlativo a una de las señales más típicas del autor de Esa mujer. “Aseado” y “nítido” son dos adjetivos que se me ocurren en este momento; pero por ahí algún malicioso estaría dispuesto a vincularlos con procedimientos de exorcismo. Y si me adjudico capacidad de diablura, podría animarme a insinuar que Jozami sabe algo más de lo que nos informa. “Economía”, entonces, sería la palabra adecuada para sintetizar su faena. La ecuanimidad nada tiene que ver con el ser neutro; y la imparcialidad tampoco es sinónimo de eclecticismo. Cuya ecuación es “a más be sobre dos” como se sabe de memoria.

Tengo que concluir estas opiniones. Desde algún cielo se me caen encima espacio, tiempo y caracteres (y no se trata, precisamente, del tan divulgado clásico francés). En suma, Jozami, usted ha escrito un libro entreabierto. Lo que se corresponde, por su alta severidad, con la vida y los trabajos y la muerte de Rodolfo Walsh.

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