Imprimir|Regresar a la nota
Contratapa|Jueves, 25 de enero de 2007
A PROPOSITO DE “DILEMAS DE LA MEMORIA”, UN LIBRO DE JACK FUCHS, SOBREVIVIENTE DEL HOLOCAUSTO

El dilema de las palabras

Por Héctor Schmucler*
/fotos/20070125/notas/NA28FO01.JPG

Leo, una y otra vez, las palabras que he subrayado en estos textos inquietantes. Busco en ellas, con ingenua expectativa, descubrir una clave que ilumine el dilema de la memoria de Jack Fuchs. Aunque es fácil el equívoco, sé que no me refiero al título del libro que tengo en mis manos. Apunto al dilema de la memoria (¿del alma?, me preguntaría la porfiada sabiduría de algún talmudista) de este hombre llamado Jack Fuchs. Me propongo escribir algunas líneas que puedan resumir lo que me dicen las páginas del libro y, para no ser un puro eco, me digo, es imprescindible que no me deje envolver por la cadencia tantas veces escuchada, tantas veces admirada, de las frases de Jack.

Redescubro que el pensamiento de Jack es, originariamente, una cadencia; y que necesito distanciarme lo mínimo necesario como para no confundirme. Entonces repaso con obstinación palabras conocidas, repetidas mil veces entre nosotros, a las que ahora intento contemplar desde la lejanía. En el esfuerzo, las horas se apresuran a traer la madrugada y debo resignarme a contemplar los fracasos que siguieron a cada intento: en cada palabra que destaco no puedo dejar de escuchar la voz de Jack, que busca en el castellano la expresión de recuerdos acumulados en distintas lenguas. Las palabras escritas me resultan sonoras. He aprendido a dialogar con ese sonido que muchas veces incorporo a la respiración de mi propio pensamiento. Renuncio al inútil esfuerzo de distanciarme y me entrego, complacido, al diálogo, a la imperfección de las frases interrumpidas, a los silencios que intensifican el revelador secreto de las miradas.

Hace pocos días Jack repitió su generoso gesto de acompañar nuestro encuentro con una cena que él, con sus manos, ordenó minuciosamente. Cada vez que lo hace, y no son pocas, algún aroma familiar reinstala la memoria de Lodz aunque nuestras palabras se aventuren por rumbos imprevistos. Con frecuencia nos encontramos, ambos adolescentes, en la ilusión compartida –-él en Polonia, yo en la Argentina– de ese mundo armonioso que prometía el socialismo; también solemos penetrar en lo trágicamente vanos que resultaron aquellos ensueños. Raras veces, en cambio, insistimos en nuestros dolores pasados aunque cada uno sienta que, salvadas las intensidades, fueron los mismos. Quiero decir que las páginas del libro de Jack –nombres íntimos que su fervor pone en evidencia, preguntas en el límite de la desesperanza, afirmaciones que a veces alcanzan la audacia de quien nada tiene para perder porque sabe lo que es perderlo todo– para mí no tienen otra clave que su propia existencia. Llamarlo “sobreviviente” no alcanza para describirlo aunque, por pereza del espíritu, seguramente yo mismo usé el término para señalarlo ante extraños. Con todo, aunque no alcanza, no hay engaño en la expresión. Normalmente se los nombra “sobrevivientes” a aquellos individuos cuyo destino, espontáneamente, tenían marcado el final anticipado de sus días y que, a la mayor parte de los que estaban en su misma situación, los alcanzó inexorablemente. Así, uno sobrevive a un cataclismo, a una cierta edad, a alguna enfermedad raramente curable. Jack, porque previsiblemente tendría que haber muerto es, en efecto, un sobreviviente. Pero algo intensamente perturbador anida en ese lugar anónimo, indiferenciado, donde se ubica a los sobrevivientes. Si se sigue siendo humano, si no se ha renunciado a la vida, la categoría de sobreviviente empequeñece. Todo hombre común es más que la circunstancia en la que le toca vivir aunque no puede renunciar a lo vivido. Jack es un hombre común, medio eterno y medio niño; todos nos parecemos a él. El, como nosotros, no sabe por qué está vivo pero, agradecido, no deja de desparramar su alegría de estarlo diciéndonos –aun a los que a veces dudamos– que vivir no es tan difícil. Pero tampoco morir, nos dice, es tan difícil. Es posible, me digo, que en esta extraña opción –porque sabemos que existe pero casi nunca está en nuestras manos resolverla– se dibuje el dilema de la memoria. La de Jack. La nuestra.

* En los años ’70 dirigió la revista Comunicación y Cultura junto a Armand Mattelart. Es profesor emérito de la Universidad de Córdoba, coordinador de la Maestría en Comunicación y Cultura Contemporánea en el Centro de Estudios Avanzados (CEA) y es director del Programa de Estudios sobre la Memoria.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.