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Contratapa|Lunes, 29 de julio de 2002

Los laureles

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Irene, Luciana, Ornella, Giselle, Ana Laura, Simón y Bruno bailan el carnavalito ataviados con ponchos de papel, que hicieron con sus propias manos, con alegría y entusiasmo. Los dibujos de las guardas no son muy andinos, pero eso ¿a quién le importa? Que bailan es una forma cariñosa de decir: en realidad se divierten saltimbanquiando, equivocándose en los pasos, explorando el mundo al son de una música de un altiplano que ignoran. Ninguno sabe dónde queda Jujuy, y eso no es pecado: entre los siete suman menos de 40 años. Irene, Luciana, Ornella, Giselle, Ana Laura, Simón y Bruno son los chicos de una Sala de 5 de un jardín de un Colegio privado del sur de la Capital Federal y esta mañana fría de julio están saltando un carnavalito porque se conmemora el Día de la Independencia. Algunos se quedan como en trance, después del esfuerzo de concentración. Otros miran el resto del acto como intentando descifrar el oscuro sentido de las palabras que se suceden. A todos les importa comer, cuando la acción concluye: son las 13, y a los 5 años el hambre no espera. Unos comen la comida que preparan sus madres, que llevan en vianda. Otros la de un servicio que provee el Colegio, de una casa especializada.
Mayo, junio y julio son los meses de la patria en el calendario escolar: por el 25, el 20 y el 9, respectivamente. Como la Argentina eligió otoño e invierno para ser libre, izar por primera vez la bandera y declararse independiente, suele hacer frío en Buenos Aires a la hora de las conmemoraciones, que ya no son festejos. Un chico de cuarto grado de la primaria del Colegio indica a sus compañeros –comparten la conducción del acto– que vale la pena preguntarse por qué la Argentina necesitaba declararse independiente en 1816, después de haberse proclamado libre en 1810. “Para no depender de ninguna potencia extranjera”, lee a modo de respuesta otro chico de cuarto. “Para poder negociar con cualquier país del mundo, para tener moneda propia”, agrega un tercero, la voz ronca por los nervios. Los chicos no son irónicos en su resumen: es la realidad argentina la que se ha vuelto irónica. Ese sentimiento flota en el aire, ahora que suena un tango antiguo y algunos de los que bailan se pisotean sin miramientos.
Aprovechando el mes de la Independencia, las escuelas privadas porteñas han comenzado una colecta de ropa, para enviar a algunos de los chicos argentinos que más necesitan de la solidaridad. A esta escuela les toca los niños que viven en Tucumán, la provincia del Congreso de 1816. Algunos de esos chicos tienen algo más que frío: están desnutridos, como mostró una tapa de Página/12 que este año conmovió a centenares de miles de personas y originó una movida de la que es parte la iniciativa que auspicia el gobierno de esta ciudad. Que están desnutridos significa que no comen, o comen mal, desde hace meses, desde siempre. Pablo, el director del Colegio, habla a los alumnos, hijos de la clase media porteña, sobre la situación de los chiquitos tucumanos. “Mueren veinticinco de cada mil que nacen”, dice, traicionado por la emoción. “Veinticinco de cada mil”, repite. Un silencio frío se apodera del patio. Ya vienen los chicos más grandes del Colegio, como bomberos anímicos. Pero acometen con un tango. Cantan “Volver”.
El abogado y poeta aficionado Vicente López y Planes escribió por encargo en 1812 la letra de una larga canción patria que un año después la Asamblea General Constituyente convirtió en Himno de un territorio que aún no se llamaba Argentina. Luego de una larga serie de recortes, sobre todo porque la letra original era excesivamente bélica, la primera estrofa quedó fija así, luego de la Declaración de la Independencia: “Oíd mortales el grito sagrado/libertad, libertad, libertad/ oíd el ruido de rotas cadenas/ ved en trono a la noble igualdad./ Ya a su trono dignísimo alzaron/ las provincias Unidas del Sud/ y los libres del mundo responden/ al gran pueblo argentino salud”. Cuando la ya recortada letra fue transcripta para tan magna ocasión, el copista cometió un error: escribió abrieron en lugar de alzaron. López y Planes advirtió unos meses después, horrorizado, el despiste del copista, y puso el grito en el cielo. Elcopista reconoció que no había entendido la letra. Pero el daño estaba hecho, la letra siguió imprimiéndose y copiándose de acuerdo con un original erróneo, el autor se murió, su largo poema épico cortajeado y mal entendido, y desde siempre, y por siempre, hemos cantado la palabra equivocada, hasta acostumbrarnos.
Esta mañana helada de julio del 2002, en la que Lito Vitale arremete con los arpegios del español Blas Parera y Jairo se desgañita en las estrofas que quedaron del poeta amateur López, padres y chicos parecen emocionados de verdad cuando repiten, mirando el cielo encapotado: “O juremos con gloria morir, oooooo juremos con gloria morir, ooooooooooojuremos con gloria morir”. Esta parte final del Himno aún puede cantarse con cierto énfasis, aunque resulte ímproba la tarea de seguir el poderío vocal de Jairo. La anterior debe pasar con rapidez: jamás vivimos coronados de gloria y los pocos laureles que supimos conseguir no resultaron eternos, como los diamantes de James Bond.
En la memoria de sus padres sí serán eternos, en cambio, Irene, Luciana, Ornella, Giselle, Ana Laura, Simón y Bruno, bailando a los saltos el carnavalito de la patria, un día frío del 2002. Ya se sabe: la patria son los afectos. Las palabras de los himnos van y vienen.

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