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Contratapa|Viernes, 2 de agosto de 2002

Tom y Jerry

Por Sandra Russo
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Dibujo animado: el gato persigue al ratón. Lo persigue enloquecidamente. Tan fuera de sí está el gato, y tan fuera de sí está el ratón, que ni uno ni otro se dan cuenta de que la carrera los ha conducido al borde de un precipicio. Las leyes del dibujo animado se imponen, y los dos siguen corriendo en el vacío. Corren como sacados, y es que están sacados de la realidad. Están tan compenetrados en lo que están haciendo (perseguir y escapar) que suspenden la ley de gravedad. Probablemente el ratón, que es el más débil y en consecuencia quien saldrá beneficiado por las leyes del dibujo animado, llegue a cruzar el abismo y toque nuevamente tierra y siga corriendo. Pero el gato, en plena carrera, advertirá de pronto que abajo de sus pies no hay nada. Recién cuando el gato tome conciencia de la nada sobre la que corre, y precisamente porque toma esa conciencia, caerá.
En su libro Mirando al sesgo, el filósofo esloveno Slavoj Zizek usa este tipo de recursos de la cultura popular para explicar complejísimas nociones lacanianas que aun pese al afán docente del autor permanecen oscuras para los profanos. Pero haciendo una síntesis de sentido, se podrían ensayar algunas asociaciones con la realidad argentina y con el capitalismo. No asociar con Lacan, que sería pretencioso. Digo más bien con Tom y Jerry.
¿Quién es el gato y quién es el ratón? Es difícil precisarlo, pero podría pensarse este momento del capitalismo real como esa carrera entre ambos, como un sketch desarrollado en el aire, sobre el vacío. La fuerza arrolladora que tomaron en las décadas pasadas las ideas de la revolución conservadora que impusieron el modelo económico neoliberal son la inercia, el ilógico fuera de sí que hace creer a quienes corren que están pisando todavía tierra firme. Este vacío era la tierra más firme posible. Eso dijeron.
Hace algo más de una década, tras la Caída del Muro, las presuntas ñoñerías socialistas debieron dejar paso a los soberbios profetas del mercado. Uno de ellos, Arthur Seldon, tanque de pensamiento thatcherista, llegó a escribir que “El proceso de mercado induce incluso a malas personas a llevar a cabo acciones buenas, mientras que el proceso político hace que incluso personas buenas realicen cosas malas... La solución consiste en disciplinar la autoridad de los políticos y reducirla a su mínima expresión”. Taladraron, taladraron, taladraron. Lograron, y no sólo en la periferia sino también y sobre todo en el intestino mismo del Imperio, que la lógica empresarial fuera asimilada a la lógica política. Bush tiene su gabinete lleno de ex empresarios, como si las empresas norteamericanas fueran un semillero de gente idónea, pero los escándalos por contabilidad fraudulenta estallan uno tras otro.
Diciembre de 2001 significa, para los argentinos, la explosión sangrienta de una burbuja, el final de un estado de apatía popular que había dejado pasar de largo miles de atrocidades. Veníamos de años de saber cosas que nos negábamos colectivamente a saber (porque saber, tomar conciencia, ¿recuerdan el principio de esta nota?, hace al gato darse cuenta de que está corriendo en el vacío, lo hace caer). Pero diciembre de 2001 significó en Estados Unidos la explosión de otra burbuja. Fue entonces cuando cayó Enron, y después siguieron cayendo o comenzaron a ser investigados por sospechas de fraudes, de balances mal hechos y de corrupción, allí y en Europa, otros iconos capitalistas: Xerox, Johnson y Johnson, Global Crossing, IBM, Carlsberg, ABB, Tyco, Lucent, Peregrine Systems y otros tantos, hasta llegar ahora a WorldCom. Mientras los funcionarios norteamericanos siguen teniendo el patético coraje de dar consejos a los países que no han hecho más que seguir sus consejos, esta imagen de Tom y Jerry corriéndose más allá del precipicio, en el vacío, sigue viaje y llega a su punto de partida: no es la periferia sino el núcleo del capitalismo el escenario central de esta carrera en el aire. Elvacío dejado por las Torres Gemelas subraya el fenómeno: el atentado contra el símbolo del capitalismo dejó vacío lo que ya estaba vacío.
El gato y el ratón hace rato que están corriendo en el aire. Sólo la inercia que destiló tan concentrada y autoritariamente el pensamiento hegemónico permite aún que el gato y el ratón sigan corriendo. Pero desde diciembre de 2001 no ha cesado de aumentar de tamaño la fisura en esa inercia, que es lo único que sostiene esta ficción. El capitalismo ha hecho su striptease y ha mostrado sus carnes defectuosas. El mercado, finalmente, no hacía buenos a los malos: hacía lo contrario. El mercado no se autorregulaba: abusaba de la falta de regulaciones. El mercado no limpiaba las aguas que la política había ensuciado: las corroía mucho más profundamente, pero con el agravante de que a los políticos se los puede no votar, repudiar o remover. El mercado, en cambio, es anónimo, no está en ninguna parte, no tiene nombre, es Nadie. Por eso los mercados han luchado tan férreamente contra la política, por eso quieren deshacerla, desacreditarla, descomponerla. En parte lo han logrado descomponiendo a las clases políticas, encontrándole a cada quien su precio.
A la caída argentina le han seguido ahora otras caídas regionales. Caídas inevitables. Tom y Jerry han vuelto a sí, se han dado cuenta de que bajo sus pies no había nada. Caída, en el contexto del dibujo animado, equivale al regreso a la realidad: si se corre en el aire, se cae.

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