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Contratapa|Viernes, 18 de mayo de 2007

Ecuatorial

Por David Viñas
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“El masivo apoyo a Correa consolida el eje liderado por Chávez e integrado también por el presidente de Bolivia, Evo Morales.”
La Nación, abril 28 de 2007

Caldeos y Hamurabi y las dinastías egipcias: eso era lo que se nos enseñaba desabrida pero obstinadamente en el colegio secundario. Lo que en sí –de acuerdo con la tradición enciclopedista– no habría estado mal si hubiera sido tema de discusión. Pero lo negativo, sobre todo, residía en el criterio de prioridad, porque si aquellos alumnos llegábamos a recitar con entonaciones más o menos sumisas las peripecias de Ramsés II o las tribulaciones nasales de Cleopatra, desconocíamos prolijamente qué había sido la guerra del Paraguay.

Las pirámides de Egipto eran de piedra, exóticas, inmutables, de mágica construcción, y sin mayor esfuerzo podían ser anexadas a la ideología del turismo; Humaitá, en cambio, había sido de barro, el Paraná invadido por camalotes o mosquitos, y a la Triple Alianza tan próxima y vergonzosa convenía confinarla bajo la alfombra.

La pedagogía distribuida por el liberalismo tradicional argentino podía ser definida por sus pudores: el desnudo de las paredes se enmascaraba virtuosamente cubriéndolo con empapelados que se vendían en Los gobelinos de la calle Florida, recién importados de Birmingham o de las galerías Lafayette. ¡Ah, tiempos! Durante aquella edad de oro perdida para siempre, el Nilo resultaba tan azul como el Danubio mientras el Riachuelo se tapaba la nariz. (Cfr. colección completa de la revista Plus Ultra). “Shhh” y el dedo índice sobre los labios: pelo y menstruación eran reemplazados por cabellos o mediante el puntual príncipe Andrés.

La tentación de calumniar a la pedagogía difundida a lo largo de los años ’30 me hace señas. Apenas si exagero un poco, quizá por antiguos rencores o a causa de los dichosos “caracteres”. Pero sintetizando: también la enseñanza tradicional era infame. Y más grotesca que Mustafá o cualquiera de las otras piezas de Armando Discépolo.

“Nosotros”. Retomo: los alumnos del Mariano Acosta o del Liceo Militar General San Martín, dale con Keops y el valle de Josafat, los jardines colgantes de Babilonia o la momia de Tutankamón. Las luces con que nos iluminaba el faro de Alejandría nos impedía el parpadeo; intimidados o afónicos no podíamos protestar. En nuestros hijos (y estoy hablando de los míos) se acumularon –y cómo– nuestras inepcias hasta que por fin se sublevaron.

Ese es otro tema. Muy polémico. Que habrá que discutirlo sin morisquetas ni privilegios.

Pero, mis cretinos, ma qué Nilo azulado o azulenco, en aquellos años ni siquiera nos enseñaban que la capital de Entre Ríos era Paraná. Supuestamente si la capital de Salta se llamaba Salta o la de San Luis, San Luis, qué problema había. A las prioridades convenía. Y Ciudadela no estaba rodeada de murallas ni le habían incrustado un alevoso caballo de madera, así como las lagunas de Gerli no eran, precisamente, los bañados Pontinos. “Nada que ver”. ¿Y de los habitantes de semejante suburbio? “Ni idea.”

Por más de una razón, nuestros educadores de entonces nos explicaron que se trataba del lumpemproletariat. Octubre era.

Del Ecuador, y a eso vengo, apenas si sabíamos de la confusa entrevista de Bolívar y San Martín. Guayaquil y Quito –después lo fuimos aprendiendo y por nuestra cuenta– eran las dos ciudades tan opuestas sobre las que se fue articulando la historia del Ecuador: la sierra más tradicionalista y como encerrada sobre sí misma; la costa con el gran puerto abierto hacia el Pacífico. Presencia decisiva de la tradición latifundista/predominio de la burguesía comercial. Y la dialéctica se puso en movimiento: si Gabriel García Moreno, dictador ultramontano pero modernista, proyecta el ferrocarril entre las dos ciudades; la otra figura considerable del siglo XIX, Eloy Alfaro, representante del ala jacobina del liberalismo, concluye esa unión ferroviaria decisiva para la unidad ecuatoriana.

Paralela y contradictoriamente, tanto el jesuítico como el masón fueron asesinados por sus adversarios políticos.

Otros aprendizajes sobre el Ecuador resultaron más fluidos; al fin de cuentas, la literatura finge ser más benévola y al alcance de la mano: Olmedo (1780-1847), neoclásico y republicano, zurciendo a Júpiter con los Andes, le cantó a Bolívar en La victoria de Junín; el otro escritor, Juan Montalvo (1832-89), el famoso ecuatoriano, denunció la dictadura de García Moreno y la de Veintimilla, y su obra más rescatable, ferozmente panfletaria, se titula Catilinarias.

Algo más, muy poco, aprendimos de un país tan humillado como el Ecuador: un pintor, Guayasamín; un poeta y un libro, Carrera Andrade y Rol de la manzana. Y Huasipungo, la novela más difundida.

Como conjurando nuestra ignorancia sobre el Ecuador, nos fuimos enterando de la revolución juliana, allá por 1925 (encabezada por los “militares jóvenes” de entonces, en una sincronía latinoamericana marcada por el chileno Marmaduke Grove y por Prestes (el brasileño).

Pero fue Velazco Ibarra, cinco veces elegido presidente y emparentado –a través de muchos matices– con Vargas y el peronismo en su cuadrante histórico, el político que cubrió, provocando expectativas siempre frustradas, los años ’40 y ’50.

“Desdichado país –me comentaba el historiador ecuatoriano Agustín Cueva exorcizando cualquier paternalismo de mi parte–, tan pequeño como el Uruguay y tan vejado como Bolivia.” Se sucedieron por esos pagos desarrollistas, tecnócratas y hasta un militar –Rodríguez Lara– que declarándose “nacionalista” y revolucionario, intentaba imitar a los peruanos encabezados por Velazco Alvarado.

“El nacionalismo pequeño burgués sigue atrapado en la red de sus propias contradicciones –resumía Agustín Cueva–; es una situación estructural vertiginosa e inoperante.”

Así es como la más reciente emergencia de Rafael Correa, apoyado por el 80 por ciento de los votantes ecuatorianos, no sólo subraya (y denuncia a la vez) la circularidad enferma del país ecuatorial.

Me escriben desde Guayaquil: “No se trata simplemente de la corroboración de una peste socialista imitada de Venezuela, sino de la verificación de los límites de un complejo que no da para más”.

Y desde Cuenca (la tercera ciudad que figura en mi creciente mapa del Ecuador): “En la isla Trinidad, los que apoyamos a Correa acabamos de alinearnos junto al boliviano Morales y a los otros latinoamericanos del Mercosur. Y ya empezamos por echarlo al representante del Fondo Monetario Internacional”.

Caldeos: subsiguiente prioridad.

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