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Contratapa|Martes, 10 de julio de 2007

Blancanieves

Por Sandra Russo
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La chica del cuento era encantadora, y nos fascinaba su nombre. Ella era blanca como la nieve, por eso se llamaba así, porque su cara, blanquísima en contraste con su pelo de un castaño subido, la hacían hermosa.

Acá nieve no había pero sabíamos que era blanca, así que nos imaginábamos a Blancanieves con la piel blanca, como Andrea del Boca o Nacha Guevara, pero mucho más bonita, claro. Más allá de ese color tan puro, no conocíamos la textura de la nieve, cómo era hundir la mano en ella, cómo era deslizarse sobre ella, cómo era el ruido de la nieve cayendo, o mejor, el susurro. No podíamos comprender del todo nuestras lecturas, ya que en muchos cuentos aparecía la nieve, y había personajes que se caían en ella. ¿Cómo sería eso? ¿La nieve mojaba?

Después la gente crece y si tiene muchísima suerte viaja a algún lugar con nieve y conoce todo eso, y lo ama. Pero mucho antes, en la infancia, la nieve era aquello que había en el lugar de donde venía Papa Noel. La nieve era un fetiche infantil. Pasaban cosas maravillosas en los lugares con nieve. Había ratoncillos y castillos y duendes y brujas y hadas y princesas y príncipes que estaban hechos el uno para el otro, y había magia, sobre todo magia: donde había nieve había hechizos, y si el hechizo era bueno hasta podía mantener a una doncella durmiendo cien años.

La nieve no es solamente el resultado de un accidente meteorológico. Se hablará del Cambio Climático y estará muy bien. Pero la nieve es además un ingrediente mágico que embelesa a quienes la miran caer en Buenos Aires.

Vengo de la calle, de morirme de frío y de risa al ver a la gente de cualquier edad gritando: “¡Nieve!”. Las miradas estaban alzadas al cielo, en lugares iluminados que dejaban ver la nevada caer suspendida por su bajo peso. El ritmo de la nieve, su cadencia, su casi sopor, era el tantas veces imaginado a fuerza de ver dibujos coloreados. Teníamos la nieve en los recuerdos que ya olvidamos. Anoche la tuvimos en las manos. Vivimos por una noche en uno de esos lugares en los que hay nieve. En los que hay magia, y puede pasar cualquier cosa. Bueno, eso ya éramos.

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