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Contratapa|Martes, 20 de noviembre de 2007

De Walter Benjamin a la DAIA

Por Daniel Goldman *
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Una de las funciones del intelectual es la de clarificar de manera crítica el contexto político-social y la de denunciar de modo responsable cualquier hipocresía que legitime la injusticia y la represión. Walter Benjamin, muerto o asesinado en la catalana Port Bou, hizo honor a esa misión tan poco sumisa y tan altamente provocativa de querer, como decía él, pasarle el contrapelo a la historia para desafiar al pensamiento, a la actitud y a la acción que se acomoda y se adapta, lamentablemente, mucho más rápido de lo que imaginamos. Entre su materia de escritura se encuentra una sección dedicada al concepto de la moda. Benjamin, parafraseando al filósofo italiano Giacomo Leopardi, la denomina “Madame Moda”, dama mítica que acompaña a su camarada “Madame Morte”, ambas hermanadas en un diálogo que concluye con la aceptación de buena manera de estar juntas y arrastrarse al mismo destino. Dicho de otro modo, la moda es colega de la muerte y parodia del mismo cadáver. La moda cambia rápido, tan rápido que provoca la muerte y se convierte en otra nueva.

Extrapolando términos analíticos y de Benjamin, me atrevo a afirmar la existencia de un “malestar en la memoria”, que se produce cuando la memoria se hace moda y no cultura, cuando la moda origina el mecanismo que conduce a la fatalidad del olvido.

Afectado al efecto permanente de situaciones y conceptos efímeros, que cruzan de manera topográfica desde el simbólico establecimiento repentino de los “parripollos” hasta derivar en las funestas lacras morales, entendida ésta como la categoría más nociva, nuestro país permite que se engendre el caldo de cultivo de estas acciones de moda, las cuales de manera convencional responden siempre a políticas correctas, pero que también siempre son emocionalmente execrables. Hablemos un poco de la moda de la memoria. Cuando es sólo tópico de la actualidad deviene en evocación y todo modo de evocar se olvida con un estornudo. La evocación es efímera, pero la memoria resulta un elemento permanente cuando existen políticas que la acompañan como motivo futuro. La memoria para que no sea ni un divertimento lúdico ni un modo de manipulación siempre debe ser un mecanismo de proyección hacia delante, algo por hacer. La memoria no es memoria si no es construcción futura. Me incomoda y no me gusta cuando ahora “está bueno” ser memorioso. Porque cuando de repente “todos se acordaron”, es muy posible que de repente “todos se olvidaron”. Es peligrosa la memoria acomodaticia, la memoria utilitaria, la memoria oportunista. Porque es peligrosa la moda o, mejor dicho, es letal. Y eso ya nos pasó.

Es público el ensañamiento que hubo en el accionar de la dictadura contra miembros de la comunidad judía. Con la intención de dejar documentación al respecto, la Comisión de Solidaridad con los Familiares de España (Cosofam) fue la primera institución que tomó la iniciativa, en el año ’97, de elaborar un informe sobre los desaparecidos de origen judío. Después de algunos años, la AMIA decidió sumarse en la publicación de dicho informe, hecho que se produjo a fines del pasado año. Este miércoles, en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la DAIA dará a conocer un informe sobre el antisemitismo durante la época de la dictadura, editado por Marisa Braylan, cuyo compromiso personal con la memoria es digno de ser destacado.

Aplaudo esta iniciativa, concebida por algunos miembros de dicha institución que gozan de mi amistad. Aplaudo siempre y cuando, como en los otros casos, no se quiera lavar ninguna imagen ni se desee ser parte de una corriente de glamour. Porque muchos vamos a ser los primeros en criticarla si ella no va a estar acompañada de una gestión militante, de debate profundo que nos permita discutir de manera apasionada acerca de cuál fue el papel de las instituciones judías y de los dirigentes de aquella época. No la dirigencia, sino los dirigentes, que suena parecido, pero que no es lo mismo. De igual modo, la imperiosa necesidad de una revisión crítica del papel que ejercieron ciertos líderes comunitarios en el caso AMIA, del cual es pecaminoso hacerse el distraído. Permitámonos alguna vez ser honestos con nuestra historia, toda reciente, sin descartar la idea de que hubo una misma línea argumental ideológica en el ‘76 que sembró una licencia cultural que permitió que ocurra lo del ‘94. La única que indaga la verdad es la historia, no la saga oficial. Sólo una lectura de la verdad nos va a permitir tener una dirección clara de hacia dónde debemos seguir.

No creo que se pueda sostener que hubo colaboracionismo. Lo que sí puedo afirmar es que hubo mucho silencio y puertas cerradas. Las obstrucciones, los vacíos y los silencios siempre son homogéneos. Y eso no es digno del pueblo que contó entre sus hijos desde los profetas hasta los héroes del gueto de Varsovia. Comprendo al miedo, pero no lo justifico, como no justifico ninguna actitud corporativa pasada o presente. Porque el corporativismo siempre es fascista.

En cuanto al presente, a partir de este documento quisiera ver a la DAIA convocando a toda la comunidad para su conocimiento y difusión. Asimismo y de manera paralela, reclamar cada 24 de marzo a los miembros de la comunidad judía caminar junto a Madres y Abuelas. Ver marchar a sus dirigentes. Sumarse activamente en la denuncia de todo acto de violación a la dignidad. Incentivar a reclamar desde los púlpitos de las sinagogas y en cada acto comunitario por la aparición de Julio López. Estimular políticas educativas en las escuelas judías para desterrar la teoría de los dos demonios, tan lamentablemente popularizada en muchos sectores medios. Acompañar las denuncias de hacinamientos y tratos inhumanos en las cárceles de nuestro país. Todo esto requiere, en muchos casos, dejar de lado las formas de diplomacia que son escoltadas por té y simpatía, porque la esencia de la denuncia nunca es complaciente ni agradable. Es molesta y debe ser la puesta a punto de la vigencia de los derechos humanos en el ahora y el siempre.

No me alcanza ni me satisface sólo la autocrítica. Eso es moda y no cultura. Cultura es el compromiso de la idea que se plasma y del cuerpo que se pone. Esto demanda de una educación para no perderse como en los bosques –citando a Benjamin– para dejar un legado a nuestros hijos, de modo tal que este informe no sea un estornudo más en los resfríos de los tantos inviernos que ha tenido nuestro país.

* Rabino.

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