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Contratapa|Sábado, 29 de diciembre de 2007

Lo latinoamericano

Por Sandra Russo
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Alguna vez escribí una contratapa que se llamaba “El pulóver peruano”. La verdad, sé que “el pulóver peruano” fue uno de los primeros emblemas que trajo por aquí la posmodernidad, o eso que nos ingresó no sólo a otro mundo material, sino también a otro mundo mental. En ese mundo, no se incluye. Se pertenece, se accede, se aspira. La contraparte es que se sufre, se padece, se disuelve. “El pulóver peruano” fue una metáfora surgida entre quienes pertenecen, acceden y aspiran. Nosotros pertenecemos, accedemos y aspiramos. Son otros los otros.

El solo hecho de poder leer y comprender lo que se lee es un síntoma de pertenecer. Amigos, la posmodernidad trajo consigo esta paradoja: la alfabetización, la verdadera alfabetización, que implica no sólo lectura y escritura sino básicamente la comprensión de un texto, es la principal herramienta con la que se corta en dos la sociedad. El desalfabetizado queda afuera, no entiende, no simboliza, no hace dobles lecturas. La posmodernidad implica la desalfabetización de la mayor parte del planeta, y la neurosis aguda del resto.

“El pulóver peruano”, decía al principio, fue una contratapa cuyo contenido sinceramente no recuerdo y después de todo poco importa. Pero sé que esa expresión, “tener un pulóver peruano guardado en el ropero”, significa que uno ha creído en cosas en las que ya no cree. Guardarlo en el ropero significa además que esas cosas en las que uno ha creído lo avergüenzan.

No sé si fue una trampa. Quizá estemos condenados a los péndulos, quizá no hemos encontrado nada todavía que nos eleve al estado de una mística social y política. El cinismo y el escepticismo son dos variables de personalidades afines a la posmodernidad.

Sin embargo, la historia fluye a nuestro alrededor de manera enigmática. Y de pronto América latina, aquella de las venas abiertas que también pasaron de moda, como la estética psicobolche, se despierta.

Y de pronto uno comprende que en las últimas décadas fuimos, los sujetos instruidos y bienpensantes de los países periféricos, captadores encapsulados de la realidad. Hicimos una lectura del mundo, del que se ve desde aquí, como si la cápsula nos incluyera a franceses y argentinos, a norteamericanos y chilenos, a británicos y colombianos. Como si a nuestro alrededor no deambularan, en las calles y en los subterráneos, en los bares y en nuestra propio servicio doméstico, aquellos que viven un dolor extenso y transgeneracional, la ciega crueldad posmoderna.

Y sin embargo, decía, América latina ofrece escenas como la de la creación del Banco del Sur, en las que se expresa y se concreta uno de los sueños que tenían los que tenían un pulóver peruano. El hermano latinoamericano, con el que tanto hemos jodido cuando la visita de la prepaga la hacía un médico ecuatoriano, es otro hermano latinoamericano. La propia realidad, sin que la fuercen, está reinvistiendo al hermano latinoamericano. Ahora no es la cultura la que pide, la que reclama, la que insta. Es la política.

Y entonces la política misma se reinviste. Esa práctica que los mismos políticos no cuidan de su extraordinario desprestigio, se vuelve otra cosa con los presidentes de Chile, Bolivia, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Paraguay, Brasil, Argentina. Ya no es una pancarta. Es una realidad compleja, con procesos nacionales muy distintos, pero así y todo lo que brilla es la idea de unir fuerzas, que todos somos un tanque y pareciera que nunca nos hemos dado cuenta. La costura de estos nuevos lazos geopolíticos que incluye empatía ideológica e intereses económicos comunes, se hizo despacio y a medida que fue asomándose una nueva generación de líderes.

No digo que nos pongamos a escuchar Quilapayún. Pero los poros se abren para tantas posibilidades, es tan fácil por este camino recuperar un deseo. Si había una manera de desviar de la región el pensamiento hegemónico que mata de hambre a los pobres, era ésta. Con socios, como todo el mundo. Pero con socios diferentes a los de una corporación. Socios en convicciones.

Quizá pronto estemos en condiciones no de volver a ponernos el pulóver peruano, pero sí alguna camiseta.

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