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Contratapa|Jueves, 5 de septiembre de 2002

Pedir paz

Por Sandra Russo
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Si uno nada en la cloaca, probablemente al rato de nadar no huela nada. El mal olor se huele si la realidad, la memoria o alguna oportunidad extraordinaria permite compararlo con otros olores, o mejor: con otros perfumes. La convocatoria del viernes conjuga la realidad, la memoria y una oportunidad extraordinaria. Porque, para empezar, se usan otras palabras, y no es un hecho menor que en esos tres minutos las decenas de miles de personas que probablemente participen expresen el anhelo de “paz”, y no el de “seguridad”. No es menor porque seguramente toda esa gente desea vivir más segura, quién no, pero a lo largo de estos años el debate acerca de la “seguridad” o la “inseguridad” ha restringido el campo de visión, lo ha ceñido con fórceps a una discusión en la que los polos de opinión fueron, por un lado, los “duros” que instaban a “meter bala”, y por el otro lado, los “garantistas”, como si fuese posible que desde el Estado se fuese otra cosa que garantista: ¿cómo podría un funcionario cualquiera retacear garantías constitucionales a alguien? Poder, pudieron. Prácticamente no han hecho otra cosa, y así nos fue. Ese debate encubría, y sigue encubriendo por parte del auditorio, o sea de esta sociedad, cierto consentimiento a prácticas delictivas para combatir a la delincuencia, y así nos fue.
La invocación a la paz pone el eje en otro lado, es una nueva manera de ver el problema. Celebremos. Si de algo carecemos los argentinos es de otras maneras de ver los problemas. Damos brazadas en la cloaca mientras seguimos escuchando los mismos argumentos, los mismos prejuicios, las mismas mentiras con las que el poder fue cavando la cloaca y llenándola de pus y de gente. Celebremos que esta vez pasa algo nuevo. Mañana, maestros y rectores de colegios pobres y colegios acomodados, las iglesias, los independientes, organizaciones no gubernamentales, bomberos, médicos, empleados, se articularán alrededor de la Red Solidaria, y simbolizarán, con un acto central lejos del Congreso y lejos de la Plaza de Mayo, el pasaje al primer plano de varios sectores unidos no sólo en un reclamo: lo más fuerte es que están unidos en un punto de vista. Tampoco es menor que el lugar elegido sea un comedor popular del Bajo Flores. Que el pedido de paz llegue tan pegadito a una red de ciudadanos autoconvocados por actitudes solidarias también es nuevo. Hasta ahora, y con el tema de la violencia encajado en el tema de la “seguridad”, lo único esperable era abroquelamiento, encapsulamiento, puertas cerradas al que toca timbre pidiendo un pan, vidrios levantados al que se acerca al auto a pedir una moneda, sospecha, indiferencia, en fin, más cloaca.
Que la paz sea reivindicada junto a la solidaridad abre otro espacio, inaugura otra perspectiva, delinea otro país deseable, un país al que no le alcanzan los guardias privados ni las murallas medievales para separar a pobres y a ricos, insinúa que en ese país deseable la paz no debe ser la de los cementerios, sino la del café al solcito, la de los chicos jugando en la vereda, la del gesto amistoso con el desconocido, la de la caminata tranquila por el barrio, la de la casa con la puerta abierta. Nada de eso está contemplado cuando lo que se pide es “seguridad”, pero el perfume de cada una de esas cosas remueve la cloaca cuando la gente empieza a pedir paz.

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