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Cultura|Miércoles, 6 de marzo de 2002
ENTREVISTA A TOMAS ELOY MARTINEZ, DESPUES DEL PREMIO ALFAGUARA

“El escritor sólo es fiel a sí mismo”

El escritor y periodista dice que su mayor orgullo es que el jurado estaba presidido por Jorge Semprún: “Yo quería escribir como él”.

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Eloy Martínez fue distinguido con el Alfaguara por su novela “El vuelo de la reina”.
Por José Andrés Rojo
Desde Madrid

No hay mucho tiempo. Tomás Eloy Martínez abandonó el lunes el ritmo, más pausado, de cuantos trabajan en el ámbito universitario para sumergirse en la vorágine de quien acababa de ganar el V Premio Alfaguara de Novela. Contesta a la llamada telefónica en su casa de Nueva Jersey, la ciudad en la que vive desde que dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University. Se disculpa de inmediato. Encantado con la noticia del galardón, reconoce sentirse enormemente feliz, entre otras cosas, por haberlo recibido de un jurado presidido por Jorge Semprún. “Cuando leí hace ya muchos años sus primeras novelas –comenta–, pensé que ojalá que alguna vez pudiera escribir alguna que se les pareciera.”
–Una historia de amor que se desarrolla en la redacción de un diario. El vuelo de la reina no parece tener mucho en común con obras como La novela de Perón y Santa Evita. ¿Cómo relaciona su nuevo libro con el resto de su obra?
–Creo que tiene mucho en común con La mano del amo, una novela que publiqué en 1991 y que escribí entre las dos que acaba de citar. Como en ésta, en aquélla también contaba de amores, de traiciones, de un mundo plagado de hipocresías. Fue una novela en la que ensayé una cierta experimentación, en la que exploré en los recursos de la poesía..
–Algunas de sus novelas anteriores se caracterizan por estar fuertemente ancladas en la realidad. ¿Volvió a recuperar en este libro el ruido del mundo inmediato, de la historia?
–La realidad y la ficción se mezclan con mucha frecuencia, el mundo tiende a infiltrarse en las novelas. Pero esta vez no partí de ningún episodio concreto. Cuento una historia de amor. Como telón de fondo, se reflejan de tanto en tanto cosas que fueron pasando durante el tiempo en que se desarrolla la trama. Se habla de la salida de los ingleses de Hong Kong cuando China recupera la soberanía sobre esa ciudad, por ejemplo, o del hallazgo de los restos del Che Guevara. O incluso se da cuenta del asesinato que comete el director de un periódico de Sao Paulo, que mata a una redactora.
–¿Eso tendrá algo que ver con su historia de amor que se desarrolla en un periódico?
–Es como un espejo, por decirlo de alguna manera, y es que el problema fundamental que aborda El vuelo de la reina es el de la identidad. Todo el mundo tiene en alguna parte su gemelo, a cada historia le corresponde también otra, que sucede en otro lugar. La identidad no tiene contornos precisos, hay duplicidades por todas partes. Y también espejos invertidos, y semejanzas que no lo son.
–Su obra tuvo muchas veces una fuerte carga política. ¿Cómo ve la relación del escritor con la cosa pública?
–Para el escritor latinoamericano, participar en la vida pública ha sido desde siempre casi una obligación. Desde sus orígenes en el XIX y luego en el siglo XX, de una manera u otra no tuvo más remedio que pronunciarse. Incluso en Borges, un autor tan poco proclive a lo político, muchas de sus obras pueden leerse como una respuesta al peronismo. Y me refiero a textos, como El Aleph, que supuestamente nada tienen que ver con las minucias del presente.
–Periodismo y literatura: ¿amigos o enemigos?
–No hay ningún escritor latinoamericano que no haya sido un gran periodista. Ahí están los casos de Vallejo o Neruda, por citar dos nombres. A veces, un escritor se mete en periodismo por vocación y otras por obligación. ¿Diferencias? El periodista tiene la obligación de ser fiel a la verdad, a los lectores y a sí mismo. El escritor, en cambio, sólo tiene que ser fiel a sí mismo. Si piensa en los lectores, termina portraicionarse. En cuanto a la verdad, la literatura se mueve siempre en la ambigüedad. Esa es su verdad.
–De nuevo hay una gran crisis en Argentina, y de nuevo la impresión de que no es demasiado diferente de sus vecinos. Y eso que, como Carlos Fuentes escribía en un texto sobre Santa Evita, Argentina siempre se imaginó “europeo, racional, civilizado”.
–Argentina siempre quiso ser un país europeo. Y quizá fue un error ese afán por distinguirse tanto de sus vecinos. Ahora mismo, desde luego, la situación es catastrófica y, de aquella vieja distinción, lo único que todavía resulta sólido son sus conquistas en materia de educación y de cultura. Pero el futuro es negro, y también esto se puede ir a pique. La crisis actual es el resultado de una forma errónea de haber entendido, y de haber aplicado, la globalización. No es algo reciente, sus raíces pueden encontrarse incluso en los tiempos de la dictadura militar.
–Su premio coincide con el redescubrimiento en España de escritores argentinos como Piglia, Saer, Fogwill o Aira y con la aparición de voces nuevas. ¿Cómo ve las letras de su país?
–Conozco y leí a los autores que cita. Coincido con Saer cuando voy a París y Piglia es vecino mío en la Universidad de Nueva Jersey. Es un momento muy creativo de la literatura argentina. Se redescubre a autores que escribieron en otras lenguas, como Wilcock o Cozarinsky, y aparecen autores que merecen ser tenidos en cuenta, como Birmajer, Fontanarrosa o Sasturain, entre otros. Pero no es bueno generalizar. Cada cual tiene su propio camino.

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