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Cultura|Miércoles, 24 de marzo de 2004
ENTREVISTA CON MARIA ROSA LOJO, SOBRE SU NUEVA NOVELA: “LAS LIBRES DEL SUR”

“La argentinidad sigue siendo algo en construcción”

Novelista, ensayista e investigadora, María Rosa Lojo se interna en su nuevo trabajo en los años de juventud de Victoria Ocampo. El célebre personaje le da pie a la autora para ahondar en las ideas que surgieron en la década del veinte sobre la construcción de la argentinidad.

Por Silvina Friera
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“Victoria actúa como un punto de encuentro”, dice Lojo. Buscó la mirada del extranjero consagrado.
“Victoria Ocampo actúa como catalizador, es un punto de encuentro”, dice la escritora María Rosa Lojo, que acaba de publicar Las libres del sur, una novela histórica en la que, además de ocuparse de la escritora y fundadora de la revista Sur, retrata con hondura y minuciosidad las ideas en boga en la década del veinte, decisivas en la configuración del pensamiento de Ocampo. La novela, que tiene muchos ingredientes de los relatos de educación intelectual, se inicia en 1924, cuando Ocampo contrata a Carmen Brey, una joven universitaria gallega recién llegada de Madrid que debe ocuparse de acompañar a Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura y primer visitante ilustre de Victoria. Esta joven, que se codea con la vanguardia literaria de entonces –Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges y Roberto Arlt–, viaja a Los Toldos para tratar de reencontrarse con su hermano, que huyó de España por razones que ella desconoce. Mientras Carmen recorre esa parte del país ignorada por las elites porteñas, Victoria emprende una nueva travesía por Europa para conocer a Hermann von Keyserling, el creador de la Escuela de Sabiduría, del que ella era una confesa admiradora.
Lojo, que es poeta, narradora, ensayista e investigadora del Conicet, ha publicado las novelas Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, La pasión de los nómades, La princesa federal y Una mujer de fin de siglo. En el género ensayos se destacan La “barbarie” en la narrativa argentina y Sabato: en busca del pecado original perdido, entre otros. En Las libres del sur, Lojo comenta que utilizó el procedimiento del collage. “Mi intención es contraponer los distintos tipos de géneros discursivos que circulaban en la época, como cartas, textos ensayísticos y poéticos, de modo que se despliegue un coro de voces y que permitan que el lector pueda recomponer todo el mapa cultural de esos años”, subraya la autora.
–¿Qué tipo de tensiones se gestaron en el imaginario argentino de la década del 20?
–Hubo un debate acerca de la nacionalidad: qué era la Argentina y cómo estaba construida. A principio de la década del 10 surgió una idea nacionalista con Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, que fue adoptando muy diversos matices, con nacionalismos de izquierda y de derecha a lo largo del siglo XX. En Rojas, los matices son interesantes porque después de un primer libro, bastante combativo y polémico, La restauración nacionalista, elaboró toda una teoría no solo de la literatura sino de la cultura argentina y latinoamericana, de la cultura argentina como parte de Latinoamérica. Dentro de esa primera parte del siglo XX, es el intelectual más destacado, en cuanto a la recuperación de una raíz negada como la aborigen. Toda la obra de Rojas incluye una búsqueda de esta raíz precolombina, mestizada con lo criollo español en el imaginario colectivo.
–¿Qué sucede con la mirada de los visitantes ilustres como Tagore?
–Me remito a un artículo de Victoria Ocampo, que se llama “Quiromancia de la pampa”. En ese artículo, Ocampo decía que la Argentina le estaba tendiendo las manos a los viajeros como una adolescente preocupada por su destino. Esa joven Argentina quería que los viajeros le leyeran y descifraran el destino. Ortega y Gasset empezó a vislumbrar zonas peligrosas y sospechaba que esa inmensa promesa que parecía ser la Argentina, quizá no estaba destinada a su cumplimiento. Ese problema, que se instaló en la Argentina de la década del 20, es la sospecha de que hay algo de irreal y de fracasado en la construcción de la Argentina como nación, algo que arrastramos hasta el día de hoy. La idea es que hay una especie de falla de origen.
–¿Qué papel ocupa la figura de Waldo Frank?
–El creía que se podía construir una gran nación panamericana, que uniera a América del Norte y del Sur y las pusiera en diálogo. Lo que ocurre es que América latina no ha encontrado las formas donde cuajaran toda esa potencia estética y ética que él veía en una cultura a la que admiraba, en la que se sentía más cómodo que en la cultura estadounidense manejada, como él la llamaba, por el principio del poderío y del dinero.
–¿En esta década, entonces, se desarrollaran los grandes temas del país?
–Sí. La clase social a la que pertenecía Victoria Ocampo fue educada en idioma extranjero. Lo primero que aprende como lengua culta, literaria y de pensamiento es el francés y no el castellano, que era una lengua para llamar a los perros y al servicio doméstico, como dijo alguna vez Arturo Cancela en Historia funambulesca del profesor Landormy, una parodia de las visitas de estas personalidades extranjeras, que eran reverenciadas y paseadas por un comité de recepción, a menudo muy ridículo, que esperaba de ellos no se sabe qué revelaciones extraordinarias. Ocampo se quejó mucho de esa falla en su propia educación, incluso tenía miedo de escribir en castellano porque pensaba que iba a hacerlo mal.
–¿Cuáles de los temas planteados en esa década todavía subsisten en la cultura argentina?
–El debate de la identidad sigue vigente. El imaginario argentino ha sido construido mucho más sobre la base de operaciones de exclusión que de integración. Hay mitificaciones, mistificaciones y exclusiones en todo este proceso de construcción. Se excluyeron a los aborígenes, pero cuando irrumpieron los cabecitas negras, con el peronismo, se puso en evidencia cómo las clases medias y las capas supuestamente bien pensantes rechazaban a estos “bárbaros”, que llegaban del interior, que tenían la piel oscura y hábitos culturales diferentes de los de la clase media. Ese gran cuerpo social de la clase media, que fue muy fuerte en la Argentina, no llega nunca a aceptar como elemento de base de constitución de la nacionalidad a todo lo que se asocia con el mestizo y el aborigen.
–Por eso el país se piensa más europeo que latinoamericano...
–La Argentina es un país con un imaginario blanco. Esto se ve cada tanto, con esas reacciones prejuiciosas contra la inmigración latinoamericana, que es pobre y oscura. De alguna manera, los piqueteros ocupan en el imaginario un lugar que antes ocupaban los indios con malones. Son asociaciones duras, pero desgraciadamente nuestra sociedad siempre tuvo sus chivos expiatorios y sus enemigos internos. Los inmigrantes, a fines de siglo XIX, eran vistos como un enemigo también porque no eran los inmigrantes cultos anglosajones que deseaban las clases dirigentes y, además, estaban politizados: eran anarquistas, socialistas y comunistas, considerados elementos perturbadores en la sociedad que se aspiraba a construir.
–¿Cómo percibe Ocampo la cuestión de la identidad argentina?
–En el año ‘71 aparece en Sur un número triple dedicado a la mujer, que tiene como ejes simbólicos dos fotos: una de Virginia Woolf y la otra de una india guaraní, en donde Victoria proyectaba sus antepasados guaraníes. Ella descendía de Irala, un gobernador del Paraguay que tuvo siete concubinas indígenas. Una de ellas, Agueda, fue antepasado de Victoria y ella la reivindicaba en un sentido simbólico: la mujer como botín de la conquista, condenada a ser la criada del conquistador. Aunque no fue una interesada particular en las culturas aborígenes, nunca desdeñó ese costado.
–Sin embargo, Ocampo estaba del lado de los que habían operado esta exclusión, no dejaba de pertenecer a una aristocracia conservadora. Hay una paradoja entre ciertos aspectos de su conciencia y su pertenencia social..
–La pertenencia social no se elige, uno nace donde nace. Las convicciones se adquieren, se trabajan. Siguió viviendo como una señora de la clase a la que pertenecía, aunque cada vez con menos esplendor porqueinvirtió mucho dinero en Sur. Cuando murió, ya no era una mujer rica como lo había sido al comienzo de su vida. Por supuesto que es una paradoja, y eso es lo que me interesa rescatar porque yo investigo acerca de las paradojas argentinas.

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