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Cultura|Domingo, 31 de octubre de 2004
ENTREVISTA A PABLO RAMOS, AUTOR DE EL ORIGEN DE LA TRISTEZA

La otra luna de la misma Avellaneda

Con tono autobiográfico, Ramos repasa la vida de un grupo de adolescentes de clase media baja durante la dictadura.

Por Angel Berlanga
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El libro de Ramos interesó a dos productoras de cine, que piensan en llevarlo a la pantalla.
Una excursión en barra hasta la costa del río para comprarle vino a un tipo con fama de siniestro que termina en saqueo, borrachera masiva y huida; el suspenso de un duelo en la narración de un pan y queso, aquel procedimiento mediante el cual se decide quién elige primero para armar los equipos de un picado de fútbol; paseos instructivos con un cuidador de tumbas por el cementerio para iniciarse en el curro de cómo sacarle un mango a los que visitan a sus muertos con la idea de un regalo para el día de la madre; una rifa vendida con el argumento de la compra de camisetas que, en realidad, enmascara un debut del equipo con una prostituta. Esas son algunas de las épicas de Gabriel, el protagonista de El origen de la tristeza, la primera novela de Pablo Ramos, en la que retrata el fin de la infancia de un pibe de clase media baja de Avellaneda, hincha de Arsenal, a comienzos de la década del 80, cuando en la industria empezó a doler mucho el primer gran tarascón de las políticas neoliberales.
La publicación lo sacudió en varias direcciones: por un lado, dos productoras están en tratativas para llevar la historia al cine y fue recibido en la Universidad de Lanús; por otro, recibió algunas críticas por “hacer literatura social” y su libro fue tildado como “producto de la industria cultural” debido a, entre otras cosas, el anuncio de “autobiográfico”. “Yo tenía que escribir esto porque sí, porque en mi vida estuvo la muerte de un amigo y eso marcó el comienzo de una etapa muy oscura para mí”, dice Ramos, que si bien reconoce hablar en buena parte de él en aquel mundo en la novela (el intento de suicidio de su madre, las consecuencias del derrumbe de la tornería de su padre, por ejemplos), señala que su personaje es mucho más entero: “Ojalá yo hubiera sido él”.
Ramos reconstruye en El origen de la tristeza las preocupaciones, la incomunicación, las desconfianzas, el lenguaje, las fantasías sexuales, las aventuras, los prejuicios y el desamparo de Gabriel, el Gavilán, y su barra de amigos. Claro que retrata a los pibes de un sector social: y qué. Bienvenido que lo haga, porque lo hace contando una historia potente y verosímil, rescatando un imaginario, dándole voz y cuerpo en la literatura a una generación hasta ahora no demasiado vista: la que hizo buena parte de la primaria y la secundaria durante la dictadura. Ramos apostó por no mencionar el tema, acaso por una sencilla razón: muchos ni siquiera detectaban, por entonces, la diferencia entre dictadura y democracia.
“Cualquier etiqueta para un libro y un escritor es un riesgo, pero la de ‘literatura social’ puede ser fatal, porque está vista como algo menor”, dice, despegándose del rótulo. “Cuando me hablan de ‘personajes marginales’ digo que sí, pero guarda: si se los mira de este lado. Puede tomarse como un juicio de valor que los pibes tomen vino y digan ‘qué les pasa a esos boludos’, por los que están con el pegamento. Es más fácil armar un personaje más rebelde, al que no le importe nada; pero éstos tienen una mesa con un plato, el padre come con ellos... Se zarpan y se escapan, pero no pueden faltar toda la noche a sus casas. Yo a mi viejo le decía que iba a la escuela y me iba a La Salada: alguno se ahogó ahí, era tremendo. Pero si se enteraba de que me había rateado, me zarandeaba a patadas en el culo. No estaba despreocupado de mi suerte.”
–¿Cuál es la mirada que tiene su personaje de los adultos?
–Los tiene bajo la lupa. El confía en un par de ellos pero, oh casualidad, son adultos en los márgenes: Rolando, el tipo que duerme en el cementerio, por ejemplo. En sus padres confía, pero está esperando que dejen de dirigirse a él como un chico. En general desconfía de los adultos porque lo pueden lastimar, lo desestiman. En un momento él dice que se hacía una idea de una persona, que esa idea crecía y crecía y que en un momento esa persona abría la boca y se iba todo al demonio. Eso, en cambio, no le pasa con sus amigos. Los preadolescentes están siempre dispuestos al acercamiento: tienen otro tiempo, que nosotros no tenemos.
–¿Son tres cuentos o una novela?
–En realidad el punto de partida fue una serie de poemas fallidos que después se transformaron en cuentos. Cuando se los mostré a Liliana Heker me dijo “acá tenés una novela que se podría escribir en partes”. Hay muchas novelas de iniciación así: Capitanes de la arena (de Jorge Amado) o El juguete rabioso (de Roberto Arlt), por ejemplo. En el cuento es donde me siento más cómodo: yo encuentro los finales, las frases o las situaciones de los finales, y pienso todo para atrás, no hacia delante; Abelardo Castillo dice que ésa es quizá la diferencia entre la psicología de un novelista y la de un cuentista.
–Su libro inédito de cuentos se titula Cuando lo peor haya pasado y la novela que está escribiendo Valles oscuros de la noche. ¿Qué dicen sus títulos?
–Dicen que escribo porque no fui feliz, o por lo menos que escribo sobre esos momentos en los cuales no lo fui. Escribo desde una serenidad posterior, y por eso aparecen el humor o el sarcasmo.
La etapa “muy oscura” a la que Ramos refiere al principio implica un extravío que incluye, entre otras penurias, alcoholismo, y por eso se enerva cuando lee o escucha acerca de “los escritores que buscaron inspiración en los paraísos artificiales”: “De qué paraísos hablan –dice–, si yo estuve veinte años tratando de largar toda esa mierda del alcohol y las drogas. Infiernos artificiales, en todo caso. Hay mucho chamuyo con eso: es mucho más fácil mostrar a Charlie Parker mandándose bomba que mostrarlo dieciocho horas por día con un saxo. El tocaba como tocaba a pesar de la droga. Me hincha las pelotas que sigan haciéndose los boludos con eso”.

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