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Cultura|Miércoles, 1 de diciembre de 2004
LEON FERRARI EN EL RECOLETA

Sin furia divina, empezó la muestra

Pese a las amenazas, el Recoleta inauguró una contundente muestra del artista.

Por Luis Bruschtein
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León Ferrari, ayer en el Centro Cultural Recoleta.
Y se abrieron las nubes y del cielo cayó un rayo que fulminó a León Ferrari, acusado de hereje y apóstata. Nada de esto sucedió ayer en el Centro Cultural Recoleta, aunque muchos lo hubieran querido así, a juzgar por la cantidad de mensajes que llovieron en la dirección de correo electrónico de la institución para impedir que se inaugurara la muestra retrospectiva del artista que, ajeno a las maldiciones, lucía plácido y con buena salud en sus jóvenes 83 años.
Don Augusto Ferrari, el padre de León, llegó de Italia hace muchos años para ejercer su profesión de constructor de iglesias y catedrales. Pero el hijo, como todo el mundo sabe, buscó su propio espacio y desde sus primeras épocas de artista plástico en los años ’50, León se propuso discutir los resabios de crueldad y autoritarismo en los basamentos de la civilización judeocristiana. No ganó muchos amigos en esa pelea no correcta políticamente, pero nadie podrá negar que produjo una obra impresionante y provocadora, parte de la cual se comenzó a exhibir en dos salas del Recoleta.
El pelo blanco y lacio de Ferrari flotaba ayer entre la multitud que se acercó a la inauguración. El artista tiene el mérito de que es tan respetado como querido en el ámbito de la cultura argentina, dos sentimientos que por lo general no suelen coincidir en una misma persona. Entre abrazos y felicitaciones, fueron muchos los que lo advirtieron de una posible reacción de furia divina.
El Cristo crucificado en un bombardero norteamericano fue una de sus obras más recordadas en los años ’60, cuando protestaba contra la intervención de Estados Unidos en Vietnam. El Di Tella y Tucumán Arde fueron los antecedentes de una obra que seguiría creciendo.
En otros trabajos, reunidos en una sala aparte, utiliza el erotismo para ironizar sobre la represión sexual en las Sagradas Escrituras. Son collages que mezclan escenas religiosas del Renacimiento con dibujos del erotismo japonés. “Occidente asegura que su historia se desarrolla entre dos actos judiciales –explica–. Comienza con el Pecado Original de Eva, cuya pasión por el conocimiento provocó la sentencia divina que asoló a la humanidad desde entonces, y concluirá con el Juicio Final, luego del Apocalipsis.” Propone entonces su obra como un homenaje a Eva, la primera mujer, “aquella muchacha rebelde que nos libró de la castidad”.
El contraste entre las imágenes religiosas y las actitudes eróticas superpuestas puede provocar una reacción de rechazo, pero sólo en quienes vean la sexualidad como algo pecaminoso y sucio. Para el artista no es así; por el contrario, el erotismo aparece con descaro, sin vergüenzas, abierto, con la pureza de un graffiti o de un juego adolescente.
En los años ’80, en la segunda era de Crisis, luego de la dictadura, algunos de estos trabajos determinaron la clausura de la revista, que los había utilizado para ilustrar una serie de notas sobre la visita papal. Pero Ferrari insiste, porque en la actualidad es parte del consejo editor de la revista Lezama. En el 2000, una muestra suya en el ICI fue agredida por grupos católicos ultraconservadores.
Otra de sus propuestas que genera polémica es la utilización de aves, palomas, gallinas, jilgueros o canarios en su técnica pictórica. Hay dos grandes reproducciones del Juicio Final, de Miguel Angel y Van Eyck, que si uno las mira de lejos tienen el efecto de antiguo, craquelé o desvaído, pero al acercarse es posible advertir cientos de cagadas de paloma. También hay una jaula con canarios que cuelga encima de otra reproducción del Juicio Final, sobre la que los canarios hacen de las suyas. En una pared de ese sector hay una cartelera con la carta que la Sociedad Protectora de Animales dirigió al Recoleta cuando se exhibieron esas obras por primera vez, solicitando que se liberaran las aves o se cerrara la muestra. Y también están los comentarios indignados y las amenazas que escribían algunos parroquianos movilizados por las obras. “El excremento de las aves funciona aquí –explica– como la materia prima, el óleo, que usaron los pintores del Renacimiento, con la diferencia de que en este caso se independizan de la voluntad del artista.”
Los trabajos de León Ferrari se exhiben en los museos más importantes de todo el mundo. En esta muestra retrospectiva, que está impecablemente puesta en el Recoleta, se incluyen otras etapas del artista, como las esculturas de alambre, los cuadros con grafismos y las heliografías que repiten obsesivamente cientos de figuritas de sello o la serie de tapas que ilustró para los fascículos del Nunca Más que publicó Página/12, así como otras propuestas e instalaciones relacionadas con la religión, la política o la sexualidad. El conjunto de toda la obra presentada tiene un efecto contundente, de una profunda coherencia y al mismo tiempo sin dogmatismos.
El sacerdote Rómulo Puggari, de la Iglesia del Pilar, había amenazado con un acto de repudio de “laicos, trabajadores del cementerio y artesanos”. Ayer, en la entrada del Centro Cultural había un vallado como el de la Casa Rosada, pero no pasó nada. La Iglesia del Pilar fue iluminada como día de fiesta, seguramente en protesta, aunque muchos pensaron que había fiesta, y al mismo tiempo Ferrari inauguró esta importante muestra rodeado de su familia y sus amigos sin que lo parta un rayo.

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