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Cultura|Viernes, 3 de diciembre de 2004
ENTREVISTA CON ELFRIEDE JELINEK, PREMIO
NOBEL DE LITERATURA, CUYA OBRA SE REEDITA EN EL PAIS

“La furia es el motor que me hace escribir”

Acaba de reeditarse Deseo, y Jelinek reafirma sus dichos: “Una mujer que piensa no puede ser otra cosa que feminista”.

Por Silvina Friera
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Elfriede Jelinek no se moverá de Austria para recibir el Nobel.
Fue una gran sorpresa que la Academia Sueca la eligiera. Nadie imaginaba que esa escritora vilipendiada por la derecha austríaca sería el primer premio Nobel de Literatura de su país y la décima mujer en ganarlo. Ni los editores, ni los críticos literarios, ni ella misma lo esperaban. Ahora se siente amenazada y extenuada con tanta exposición y anhela recuperar la tranquilidad. Con Elfriede Jelinek se cumple el refrán que dice “hazte la fama y échate a dormir”. La imagen más divulgada de la escritora y dramaturga es la de una persona huidiza y escéptica que no soporta las multitudes desde que sufre “fobia social”. Ella, que fue una opositora rabiosa al ascenso del ultraderechista Jörg Haider, siente que Austria, que exportó a Hitler pero que se presenta como una nación víctima del nazismo, le ha hecho mucho daño. Demasiado, porque detrás de ese rostro de una belleza atípica, detrás de las poses arrogantes en las fotos de las portadas de sus libros, detrás de esa lengua que “llama las cosas por su nombre”, se intuye a una mujer sensible, tímida y vulnerable. Esto es lo que demuestra en la primera entrevista que concedió a un medio argentino. Jelinek respondió por e-mail las preguntas de Página/12 desde su casa ubicada en una zona residencial, al pie de las laderas de los Bosques de Viena. Confiesa que vive muy aislada, que el motor de su escritura surge de la furia forjada por las injusticias del tipo que sean, que a menudo se la odia (fue acusada de “traición a la patria”), que su literatura enfurece a los austríacos y que lleva los juegos de palabras hasta su límite más banal.
Ya lo anunció y lo reitera: el próximo viernes no viajará a Estocolmo para recibir el máximo galardón de la literatura, pero enviará un video con su discurso para que sea proyectado durante la ceremonia de entrega del premio. Afortunadamente, el efecto Jelinek, que empezó en Europa –hasta fines de noviembre, se vendieron 220.000 ejemplares de sus novelas en los países de lengua alemana–, ha llegado a la Argentina. La editorial Destino acaba de reeditar la novela Deseo, publicada en 1989. Si la historia de ese director de una fábrica de papel que, atemorizado por los efectos del sida, regresa al cuerpo de su esposa porque ya no se anima a frecuentar a las prostitutas, provocó un notable escándalo, no faltará algún puritano argentino al que se le erice la piel por el lenguaje crudo y el elevado tono erótico con el que la austríaca desmonta los diferentes mecanismos de dominación en el seno de la pareja. Asqueada del sometimiento sexual de su marido, Gerti encontrará en un hombre más joven a un nuevo verdugo (ver aparte). Esta novela, en la que la autora despotrica contra la supuesta liberación sexual, ha sido comparada con Historia del ojo, de George Bataille, por la acidez de su prosa.
Pero la seguidilla de obras de Jelinek continuará en plena temporada estival. En enero reaparecerá una de sus novelas más autobiográficas: La pianista, que tuvo una versión cinematográfica dirigida por Michael Haneke. Y para marzo reeditarán Los excluidos. “Yo escribía de niña –cuenta Jelinek–, aunque la primera vez que lo hice en serio fue cerca de los 20. A partir de ese momento no escribí más que poesía durante uno o dos años, hasta que empecé con la prosa y nunca más volví a escribir poemas.”
–¿Su escritura nace de la furia?
–La furia es mi motor, sin duda. La furia forjada por las injusticias, del tipo que sean. Por el sistema de valores machista, patriarcal o por las injusticias políticas y sociales en general.
–Algunos críticos han señalado que su literatura se relaciona con la tradición de Thomas Bernhard, Karl Kraus o Elías Canetti. ¿Reconoce estas influencias?
–Mis referentes son autoras y autores que supieron conjugar la crítica de la sociedad con la crítica del lenguaje, en la tradición filosófica del primer Wittgenstein; me refiero a autores como Karl Kraus o Marieluise Flei.er; Canetti no tanto, porque hace un uso más bien tradicional del lenguaje. La escuela de poetas de Viena, en los años ’50, fue sumamente decisiva para mí porque recuperó la tradición de experimentación lingüística que había sido interrumpida durante el nazismo. También Robert Walser y Kafka son muy importantes.
–Usted suele denunciar la persistencia del nazismo en la sociedad austríaca. ¿En qué aspectos se da esta permanencia?
–Lo que me interesa por sobre todas las cosas es la crítica del lenguaje, y además mi método de escritura tiene que ver fundamentalmente con la música del lenguaje; trabajo con la acústica, con el sonido de las palabras, y juego con eso; llevo los juegos de palabras hasta su límite más banal, al que no le rehúyo para nada. En este sentido es que también me interesa fundamentalmente la persistencia del fascismo en la mitología trivial, es decir, sus huellas reflejadas en series banales como las telecomedias familiares o en la literatura ligera. También por eso escribí Burgtheater, mi obra sobre una dinastía de actores que se mantienen muy activos durante el nazismo, que incluso participan en películas propagandísticas y que, una vez terminada la guerra, persisten y pueden seguir trabajando como si nada hubiera pasado.
–En ciertos sectores políticos y culturales de Viena usted genera resistencias. ¿Por qué continúa viviendo en Austria a pesar de todo?
–Vivo muy aislada y, en realidad, sólo me interesa participar del discurso público cuando siento que no me queda otra alternativa, cuando me veo obligada. Austria es muy lindo, como país, en Viena me siento en casa, es mi ciudad, una ciudad tradicionalmente “roja”, por cierto. Pero también podría vivir en cualquier otro lugar. Lamentablemente me cuesta mucho viajar, no puedo cambiar de lugar fácilmente, entonces no me queda más remedio que seguir viviendo en Austria, y en Munich, donde vive mi esposo.
–Los jóvenes, en general, recibieron con satisfacción que usted haya ganado el premio Nobel. ¿A qué responde que su obra tenga una mejor recepción o comprensión entre la juventud?
–No lo sé. Lo único que sé es que a menudo se me odia, que mi literatura enfurece, no sé exactamente a qué se debe esto. Y desde luego que me alegra sobremanera cuando los más jóvenes me leen. A veces pienso que la primera etapa crítica de mi escritura quedó superada, acaso reemplazada por la música, que de hecho es básicamente lo que los jóvenes escuchan.
–¿Qué diferencia a la literatura austríaca de la alemana?
–La literatura austríaca proviene de una tradición completamente distinta, es una literatura que se ha centrado siempre en el lenguaje. En Austria se ha reconocido la fragilidad o el carácter quebradizo del suelo lingüístico –si se quiere usar esta imagen–, mucho más que en la literatura alemana, que proviene de una tradición más bien narrativa. En Austria siempre se ha intentado crear un nuevo lenguaje para cada nuevo contenido. Karl Kraus y otros fueron precoces en entender que el pensamiento es el lenguaje y viceversa. Quien no pueda pensar en forma precisa, tampoco podrá expresar algo o escribir en forma precisa. Los contenidos sólo se materializan a través del lenguaje. Esta fragilidad de la realidad no se observa de la misma manera en la literatura alemana.
–La pianista y Los excluidos se publicarán en Buenos Aires. ¿Cómo las ubica dentro de su obra?
–Son las más “realistas”, las que están narradas en forma más tradicional, las que todavía son posibles traducir. Mis obras posteriores presentan grandes dificultades para la traducción porque juego con el lenguaje de tal manera que, a la hora de traducir, el traductor o la traductora debe poder reproducir esos mismos juegos de palabras en la lengua de llegada. Esto supone todo un trabajo de creación literaria quedebería ser encarado por verdaderos escritores, porque va más allá de la simple traducción. Sería como re-escribir la obra literaria.
–¿Cómo se siente ante la etiqueta de “escritora feminista”?
–Sí, soy una feminista. No creo que cualquier mujer capaz de pensar pueda ser otra cosa que una feminista. La lucha no es un mero combate contra la supremacía masculina y contra la negativa del hombre a dejar que la mujer participe de la vida pública, como debería ser, sino que es una lucha contra todo un sistema de valores patriarcal, al cual también yo estoy sometida, aun cuando de alguna manera haya podido “imponerme” y ganar premios. En la sociedad patriarcal es el hombre quien tiene el poder de juzgar, y la mujer debe doblegarse ante su juicio porque no ha podido instalar su propio sistema de valores. Sin embargo, el hombre también paga un precio, porque en la casa, en la esfera privada, muchas veces se debe sentir terriblemente subordinado. Y la causa de todo esto se remonta a la negativa de los patriarcas a compartir con la mujer el poder en la esfera pública, el poder hacia fuera, a eso me refiero.
–¿Está escribiendo actualmente?
–Próximamente se publicará mi libro sobre la segunda guerra en Irak, Bambiland. Además estoy traduciendo junto con una amiga un libro de Oscar Wilde, algo que me divierte muchísimo. An Ideal Husband ya es más una obra de Jelinek que de Wilde. ¡Espero que él no se retuerza en la tumba por eso!
* Traducción: Carla Imbrogno (Instituto Goethe).

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