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Cultura|Sábado, 4 de diciembre de 2004
GRAVES INCIDENTES EN LA MUESTRA DE LEON FERRARI

De las palabras a los hechos

Unas diez obras del artista plástico fueron destrozadas anoche por cinco fanáticos. La sala fue momentáneamente clausurada, pero la muestra reabriría hoy. Detuvieron a los agresores.

Por Mariano Blejman
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Uno de los cinco detenidos tras los actos de vandalismo contra obras de Ferrari.
Al grito de “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey, carajo!”, intempestivamente uno de los cinco –¿o tal vez más?– devotos que habían hecho la cola como cualquier mortal para ingresar a la muestra de León Ferrari comenzó los destrozos. Por lo menos otros dos lo acompañaron en la acción: tomaron varias de las obras de arte (la mayoría botellas) que pertenecían a la retrospectiva de Ferrari montada en el Centro Cultural Recoleta, y comenzaron a romperlas contra el piso (o contra ellas mismas) y a amenazar a los 80 espectadores que recorrían el lugar, hiriendo a una de ellas, llamada Silvia Ibarra, quien también comparecerá como testigo. Unas ocho o diez obras de la valiosa retrospectiva trabajadas con vidrio –algunas de las cuales tenían preservativos con la caricatura del Papa– fueron destrozadas aproximadamente a las 20.20 de ayer. La muestra tiene unas 400 obras. Ayer a la noche, el secretario de Cultura porteño Gustavo López llamó a la paz: “Se trata sólo de una obra de arte”, dijo en el lugar. Los cinco agresores, señalados por los testigos, fueron detenidos por efectivos de la comisaría 19, a cargo del subcomisario Souto.
Según testigos consultados por Página/12, la policía tardó más de cinco minutos en ingresar desde la puerta del Recoleta hasta la sala Cronopios, ubicada a 50 metros. Una vez detenidos, los cinco hombres –cuyos nombres no trascendieron– fueron trasladados esposados a la comisaría ubicada en Charcas y Anchorena. Los acompañaron numerosos testigos dispuestos a prestar declaración. La sala fue momentáneamente clausurada, aunque autoridades del Recoleta aseguraron que la muestra seguiría hoy en pie.
El día había sido demasiado tranquilo, según la propia directora del Centro Cultural Recoleta, Nora Hochbaum, contó a este diario. No había habido desmanes, ni provocaciones, a pesar de la diatriba del cardenal Jorge María Bergoglio, que había instado a repudiar la obra de Ferrari, a la que se sumaron varios prelados. Uno de los implicados, de camisa celeste, dos o tres de camisas negras y uno que vestía una remera blanca habían ingresado haciendo la cola normalmente. La testigo Silvia Ibarra llegó a eso de las 18.15. Había aguantado una media hora de cola, y después de un rato de dar vueltas por la sala Cronopios escuchó a sus espaldas ruidos fuertes. “Uno de los hombres de camisa celeste rompía las botellas y amenazaba a la gente con vidrios rotos. Cuando quise detenerlo me tiró contra una estructura de vidrio, que cayó al piso y me lastimó el pie.” Uno de ellos, de camisa blanca, dijo ser periodista aunque Ibarra declaró que había defendido a los atacantes. Laura dal Poggetto estaba en la cola para entrar detrás del grupo de hombres, de gran porte, y escuchó cuando comentaban: “así que ésta es la famosa muestra”. Pocos minutos después, Dal Poggetto vio cómo los hombres se ensañaban contra la obra de Ferrari al grito de “Viva Cristo Rey”.
También estaba el periodista Manuel Vetrone, que vio al hombre de camisa celeste ensañarse con las botellas. Curiosamente, un abogado salió a defenderlos. Juan Carrillo, en ese momento a cargo de la seguridad privada de la empresa Protection Search, contó que había tres guardias dedicados al cuidado de la muestra pero sólo uno estaba en la sala propiamente dicha en el momento del incidente. Es Jorge Boesing –quien ya el día de la inauguración sacó de la sala a otro que intentó romper una de las botellas–. “Cuando intenté detenerlos, uno quiso atacarme con la botella”, contó. También estaba Liliana Piñeiro, jefa del departamento de Artes Visuales del Recoleta, quien al escuchar los ruidos en la sala corrió a la puerta buscando a la policía. Los detenidos fueron abucheados por los testigos, aunque se escuchó a un hombre de barba decirles por lo bajo: “Quédense tranquilos que ya está todo arreglado”.

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