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Cultura|Martes, 15 de febrero de 2005
ENTRE LA NECESIDAD, LA EXPRESION
ARTISTICA, LO ESPONTANEO Y LAS TENDENCIAS SNOB

La villa, una usina de negocios rentables

Una galería de arte en Villa Fiorito, un artista plástico que retrata villeros, un reclutador de nuevos talentos para TV y cine en plena Villa 20, líneas de ropa, una película in situ, un tour exclusivo para europeos: las villas se convierten en otra oportunidad para ejercer el marketing.

Por Julián Gorodischer
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Los turistas pagan 60 euros por un paseo de dos horas: parte del dinero va a comedores infantiles.
“Ay, nena, me compré La danza de Matisse, pero villera”, dijo la señora paqueta y se llevó una instalación del artista Javier Barilaro de la feria arteBA. Ahora llegan las mujeres con sus estolas y los hombres con sus anteojos caros a mirar con lupa “la villa chic”. Tienen opciones al mejor postor: dar una vuelta por la Villa 20 en un tour a 60 euros por dos horas (para turistas), entusiasmarse con una performance en la sucursal Fiorito de la galería Belleza y Felicidad, o enamorarse de las “morochitas” de las pinturas de Nahuel Vecino en la galería Zabaleta Lab. “Pero qué locura, cerveza y chori en pleno Palermo Soho”, comentaban las modernas en el lanzamiento de la línea villera de la marca de ropa Ay Not Dead, la más exclusiva del mercado informal. Había que verla a Florencia Macri con su estampado cumbiero degustando un morcipán. “¡Vayan a tomar champán!”, tituló un editor mordaz harto del cóctel comprometido.
Entre el snobismo y la “salida” al mundo real, los cultores de la villa chic defienden, a veces, la honestidad de la experiencia. Fernanda Laguna, de la galería de arte Belleza y Felicidad (con sede en Almagro sensible), empezó a colaborar con un comedor de Villa Fiorito, en el 2003, y después alquiló una habitación allí mismo para hacer muestras. Organiza exposiciones de “artistas villeros” e invita a la nueva ola pop a dar el recital en las afueras. A pesar de las buenas intenciones, el intercambio entre villeros y modernos es austero y, por ahora, se limita a la compra de ¡una obra!: el cantante Leo García se llevó un retrato de Kurt Cobain pintado por un “local” (el artista Matías Caballero). “Pero, ojo –dice Fernanda Laguna–, a mí no me gusta la estetización de la pobreza: en las obras de Nahuel Vecino, por ejemplo, uno logra verse reflejado en la diferencia y se construye una hermandad. Pero los artistas europeos que vienen y sacan fotos a los pobres, ¡que paguen! Deberían compensar el retroactivo por sus carencias.”

Mara-villa
El pintor Nahuel Vecino vendió casi la totalidad de las obras de su muestra Mara-villa, expuesta en la galería Zabaleta Lab. La primera vez que lo atrajo la miseria fue pintando un retrato de un linyera y otro de un cartonero, en quienes descubrió “figuras muy heroicas”. Si la pobreza siempre se trató desde el lado crudo, Vecino quiso salirse del realismo de la miseria. “Era hora de estilizarlo”, dice. “Embellecer la forma y vincularla con un cierto estado de exilio, de búsqueda de algo, tal vez una esencia de lo humano.” Su versión de la villa lo motivó a correrse de la actitud pseudo antropológica: ese “capricho” del cumbiero experimental (en el festival Festicumex) o del diseñador villero (de Ay Not Dead) comparable a una actuación de Riki Maravilla en Pizza Banana. Nahuel Vecino no quiere estar a la moda. “A mí me interesa que la forma quede como una anécdota –dice–, que se exprese algo más insondable. Un buen artista trasciende a la tendencia cartonera y descubre en la villa, el feudo medieval o la aldea china las mismas historias para contar.”
El diseñador Javier Barilaro (a cargo de la colección Eloísa Cartonera y creador de la ropa villera de Ay Not Dead) se ligó a la villa a través de la literatura del poeta Washington Cucurto, autor de la novela Cosa de negros y el poemario Veinte pungas contra un pasajero. Dice que el barrio pobre lo fue tirando, que empezó a llevar esos cuerpos y rostros a su pintura hasta proponer a los dueños de la ropa carísima una colección con motivos cumbieros y tropicales. “Hice remeras con chicas de la cumbia, imágenes tropicales, tigres o selvas, atravesadas por un imaginario cumbiero-villero. Ves esos colores, esa estética y decís: ¡es re-villero!”, explica el diseñador. Mientras revisa polleras en el local de la marca, la periodista Laura Gentile elige entre varios modelos, pero se define como clienta en disenso. “Precios carísimos para hacer un tour exótico por la marginalidad. ¡Qué contradicción de aburridos niños ricos!” Y desde adentro, Fernanda Laguna también se hace cargo de la crítica.“Para mucha gente la villa es algo decorativo o exótico –dice–, pero eso decorativo implica una responsabilidad inmensa: el trabajo diario y no defraudar a la gente. Pero en muchos aspectos me siento muy frustrada: las relaciones humanas no son fáciles, y en la villa querrían que pasen más cosas de las que podemos ofrecerles.”

Villa-stars
Y un día llegaron los cazatalentos a buscar nuevas estrellas entre los vecinos. El que vio el filón del casting villero es Julio Arrieta, nacido y criado en Villa 21, que empezó a reclutar elencos completos de extras y segundones para las productoras Ideas del Sur y Cuatro Cabezas, y es requerido para cada nueva serie sobre pobres, locos o presos que se exhibe en la TV abierta. Hasta ahora reclutó gente para Domínico, de Nicolás Repetto, Disputas y Tumberos, de Adrián Caetano. Este último lo sorprendió con un gesto imprevisto en la entrega 2003 del Martín Fierro: le pidió que lo recibiera en su lugar y diera el agradecimiento de rigor. “Si no hubiera sido por él, jamás habría entrado a ese lugar de oropel. Cualquier tipo te haría una fellatio por ir... ¿Por qué un villero?”, le contó Arrieta a la cronista Cecilia Sosa. Caetano se lo explicó en dos líneas: “Quiero que digas lo que yo quiero decir, que les mandes saludos a mis tres hijos y les hables del grupo de teatro que tenés en la villa...”. En el mismo oficio, Martín Roisi armó el casting completo de la película TV Service, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, financiada por el Gobierno de la Ciudad y protagonizada por Juan Palomino y los mismos vecinos de la Villa 20. “Puse afiches (‘¿Querés ser una estrella?’) y se presentaron 180 personas: el casting terminó siendo la película. Los cinco favorecidos fueron un sereno con mucha actitud, una mamá para Palomino, la chica linda (allá manejan unos culos potentes), la amiga que besa a Palomino en el final y la bruja que le tira las cartas.” En la película, el casting y la escena borran sus fronteras para narrar una historia simple: un tipo que idea un sistema para gritar su amor en la villa y por altoparlantes. Los vecinos festejaron la proyección con una reunión en la calle principal, y algunos sueñan con un destino de pantalla grande. “Mi favorito es Cacho –cuenta Roisi–, un poeta que está en la villa y dice que ése es el paraíso. El no sabe que es un genio.”
Además, Roisi recluta músicos en la bailanta Radio Studio para sus grupos fusión de cumbia con heavy metal o de chamamé con ecos de hip hop, y se enorgullece de su invento rendidor: el Villa-tour, un recorrido para turistas que incluye una parada con degustación de comida paraguaya y una cuota módica de ¡60 euros! Paga el europeo para tomar contacto con su “autóctono” favorito, se emociona en el comedor infantil (al que va a parar un porcentaje del pago), y vive su aventura durante dos horas sin salir de la combi. Roisi (alias Fantasma) reinventa el mítico Favela-tour –que es un éxito en Brasil– en tierras criollas, y se define como un hombre en los extremos. “A mí dame la villa o lo top de lo top”, provoca. “Lo del medio se descarta: es mediocridad. Me quedo con los artistas grossos que venden cuadros caros. O con Pablo Lescano, de Damas Gratis, un genio...”

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