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Cultura|Martes, 1 de marzo de 2005
QUERELLA POR PLATA QUEMADA

El concurso que perdió el juicio

Un fallo en contra de la editorial Planeta y del autor Ricardo Piglia abre el debate sobre los certámenes literarios.

Por Karina Micheletto
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Piglia obtuvo en 1997 un polémico Premio Planeta.
Fue un rumor nunca comprobado que corrió durante meses por los pasillos literarios. Un comentario por lo bajo, incluso, de la noche de entrega de premios, en el Alvear Palace Hotel. Ocho años después de que Ricardo Piglia ganara el Premio Planeta por su novela Plata quemada, una decisión judicial condenó al escritor y a la editorial a pagar una indemnización de 10 mil pesos más intereses a otro novelista que participó del concurso, por considerar que “existen demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio en favor de la obra de Piglia”, entre ellas la “menguada intervención del jurado”.
La decisión fue adoptada por la sala G de la Cámara Civil, en favor de Gustavo Nielsen. El fallo de los jueces Leopoldo Montes de Oca, Hugo Molteni y Carlos Bellucci deja sentado que Piglia, que obtuvo 40 mil pesos de premio, no debió postularse al concurso porque “se encontraba vinculado contractualmente con la empresa editora Espasa Calpe Argentina desde 1994 para el aprovechamiento económico futuro de los derechos emergentes de diversas obras”. Es decir que el libro habría sido convenido inicialmente con la editorial Espasa Calpe para su sello Seix Barral, propiedad de Planeta, que el autor habría obtenido un adelanto por ello, y que hasta habría tenido fecha de publicación. Y que más tarde la novela habría pasado automáticamente a formar parte de las diez obras que un comité de preselección le entregó al jurado final. Las bases del concurso establecen expresamente que sólo puede participar aquel que “no tiene cedidos los derechos de edición, publicación y/o reproducción en cualquier forma, con terceros”.
Pero el fallo también hace una observación particular. Considera que es imposible que el jurado haya tenido el tiempo necesario para leer las 264 obras en competencia (de haber sido así, los miembros del jurado hubieran necesitado “aproximadamente dos años y medio”, calcula), descartando la posibilidad de existencia de un prejurado, común en todo concurso. El jurado de 1997 estuvo integrado por los escritores Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y María Es-ther de Miguel, y por Guillermo Schavelzon, también editor responsable del concurso. Ayer, cuando conocieron la noticia, los directivos de la editorial Planeta se negaron a hacer declaraciones.
El inédito fallo abre un debate respecto de los mecanismos puestos en marcha en los distintos premios literarios de la Argentina, la transparencia y el prestigio de los mismos. Y, en particular, sobre la existencia de comités de preselección encargados de un primer gran filtro de las obras en competencia. ¿Hasta dónde este prejurado, cuyas identidades no aparecen especificadas en las bases, está capacitado para la tarea? ¿Y hasta dónde debería preseleccionar? ¿Un diez, un cincuenta, un noventa por ciento de las obras recibidas? La escritora Liliana Heker, que integró varios jurados, señala que esos límites tendrían que estar pautados más claramente, pero también advierte que todo jurado calificado tiene las herramientas profesionales para saber cuándo debe descartar una obra sin necesidad de leerla del principio al fin. “El argumento de la imposibilidad de la lectura es de mala fe. Yo sé perfectamente cómo debo ir evaluando, comparando y descartando, sin necesidad de llegar al final”, asegura. “Pero si un jurado de preselección descarta al punto de pasar al jurado sólo un par de obras, termina siendo el verdadero jurado”, resalta. Como forma de transparentar su premio, en el último tiempo Planeta estableció que el prejurado debe adjuntar un detalle sobre los motivos por los cuales descarta cada obra, de forma que el jurado pueda pedirla en caso de desacuerdo con el argumento.
Antonio Dal Masetto, jurado del Premio Planeta en tres oportunidades, acepta que la gran pregunta es por lo que se descarta en el camino, y también lo que se suma: “En general, uno como jurado no se entera de quién es el prejurado, y tampoco sabe si todos leen todas las obras o se las reparten, ni qué intereses pueden tener las editoriales en filtrar un libro entre los finalistas”, admite. El escritor plantea otro tema que parece clave: “Es obvio que las editoriales preferirían que gane una novela de mucha venta, que le prenderían una vela a su santo para que aparezca un nombre conocido”, ironiza, y concluye: “En realidad, en este tipo de certámenes la literatura pasó un poco a segundo plano. Son concursos que apuntan al mercado, no a descubrir a un buen escritor”.

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