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Cultura|Lunes, 16 de mayo de 2005
ENTREVISTA A LA FOTOGRAFA, EDITORA Y CURADORA SARA FACIO

“La fotografía no sirve si no tiene una base estética”

Dice que su secreto para conseguir una “sensación de intimidad” con Cortázar, Neruda, Bioy Casares, Mujica Lainez o Gabriel García Márquez, entre otros, fue muy simple: “No hay que hacer sentir al personaje que está posando”. Pero también reconoce que tuvo suerte. Acaba de publicar un libro con fotos de Borges, la mayoría de ellas inéditas.

Por Silvina Friera
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Sara Facio hoy, con uno de sus retratos más conocidos de Julio Cortázar.
Con su silenciosa cámara Leica, Sara Facio reconstruyó la vida cotidiana de muchos escritores argentinos y latinoamericanos a través de cientos de fotografías que tomó en los últimos cuarenta y cinco años. Ella cuenta que tuvo la suerte de ser una persona independiente: “Yo iba adelante con los faroles, que me critiquen, que digan los que se les antoje”. La fotógrafa, editora y curadora es una mujer que no se calla ni la domestican fácilmente (ver aparte). Recuerda que cuando Jacobo Timerman la increpó una vez, preguntándole por qué no leía La Opinión, escuchó, entre sorprendido e indignado, la respuesta de Facio: “Yo no leo diarios que no tengan fotos”.
Casi con la misma velocidad con la que disparó su cámara, capturando los gestos íntimos de Cortázar, Neruda, Bioy Casares, Mujica Lainez o Gabriel García Márquez, entre tantos otros, ella dice lo que piensa y revela lo que vio y sintió al compartir tantas horas con los grandes de la literatura. La excusa de la entrevista es la publicación de Jorge Luis Borges en Buenos Aires (La Azotea, editorial fotográfica que creó en 1975 junto con su socia, María Cristina Orive), un libro homenaje para el autor de Historia universal de la infamia, al cumplirse 20 años de haber dejado su ciudad natal. De los quinientos mil negativos que tiene archivados, Facio rescató fotos –la gran mayoría inéditas– que le tomó a Borges entre 1963 y 1980, en la Biblioteca Nacional o en el departamento del escritor en la calle Maipú.
Facio conoció a Borges en 1963, en el taller del artista Juan Carlos Benítez, y le propuso tomarle fotos. El escritor se acomodó como pudo en el Fiat 600 de la fotógrafa y se fueron a la Biblioteca. “Había una barrera con Borges”, recuerda la fotógrafa en la entrevista con Página/12. “El no veía lo que yo hacía, y además no podía oír cuándo disparaba la cámara porque yo trabajo con Leica, que ni se oye.”
–La foto de Borges en el escritorio sorprende, parece como atrapado en su propio despacho. ¿Recuerda cómo fue ese momento?
–Ese escritorio tan particular era de la Biblioteca Nacional y lo utilizaba el antecesor de Borges, Paul Groussac. El estaba sentado en ese sillón y le hice una serie de fotos mientras conversábamos. Son fotos que me gustan mucho por el claroscuro, porque no utilicé flash ni iluminación especial –nunca lo hice– sino que trabajé con la luz del ambiente. Fuera de todo artificio, la luz natural me parece más auténtica y ayuda a dar más clima al personaje.
–¿Qué fue lo que más la sorprendió de Borges?
–La erudición que tenía, porque con cualquier tema que tocara te daba una clase, pero sin hacer de profesor o imponerte nada, simplemente te contaba un relato. Las primeras veces me preguntaba si yo sabía cuándo había empezado la fotografía. Yo le decía que sí, y repetía lo que todo el mundo sabe sobre la fotografía, pero él empezaba un largo monólogo sobre el invento de la fotografía y la parte química y te daba una cátedra de nombres, que yo no sé si eran verdaderos o inventados, pero igual era apasionante escucharlo. Eso me fascinaba; además tenía unas salidas fantásticas, tenía un humor único. Yo no soy especialista en la palabra, pero tendría que haber estado alguien a su lado que anotara todas las cosas que decía.
–¿Cuál es la clave para que las fotos transmitan esa sensación de intimidad que usted consigue?
–El secreto está en que no hay que hacer sentir al personaje que está posando, él tiene que comportarse con naturalidad, por eso yo conversaba mucho antes de empezar a tomar fotos. Inclusive en el caso de Cortázar, que tomaba fotos, él me decía –y era un chiste que hacíamos entre nosotros– que no iban a salir porque yo sacaba en el límite de la luz. Las fotos que le tomé cuando estábamos en París con Gabriel García Márquez sólo estaban iluminadas por una lámpara de 60 watts; era imposible que salieran, pero bueno... hay que saber revelar (risas).
–¿Qué es lo que más le importa de una foto?
–Que transmita un sentimiento estético, por más que la belleza esté pasada de moda según Eco. Por más que se trate de hacer fotografías de problemas sociales, si no hay una base estética no sirve para nada. Una foto te queda no por lo que te está contando sino porque sentís que está hecha por una persona sensible. No me importa que se luzca el fotógrafo por sus ángulos o por sus técnicas o por su espectacularidad, sino que se luzca el modelo por lo que transmite. A mí Cortázar me preguntaba por qué me gustaba su foto tan famosa y yo le explicaba que se parecía a Oliveira, el personaje de Rayuela. Cortázar se reía y decía que Oliveira era más buen mozo que él y hacía muchos chistes, pero la verdad es que estaba encantado con esa foto.
–Esa foto de Cortázar es como la de Korda del Che, el mundo conoce a Cortázar por esa imagen.
–Sí, justamente pensaba que cuando Coria dijo que no tuvo suerte para ganarle a Nadal, yo sí la tuve con esa foto de Cortázar. Siempre digo que además del talento, la técnica, la sabiduría, todos los elementos que componen el hecho de que una persona sea notable, tiene que haber un factor de suerte. Porque si no tenés suerte, no hay caso, es como el dedo de Dios que te está tocando. ¿Por qué esa foto de Cortázar se hizo tan conocida, y no estoy segura de que sea la mejor foto que le han sacado a él? ¿Por qué la gente lo identifica a él con esa foto? Te puedo contar cuarenta anécdotas sobre esa foto.
–Cuente una, la que más le guste.
–Estaba en Berlín, caminando por una peatonal en donde había una gran librería con una foto de dos metros de Cortázar, la del cigarrillo, en la vidriera. Como por suerte estaba con una amiga berlinesa, le pedí que le preguntara de dónde había sacado esa foto. El librero le contó que la había visto en una revista literaria, que sabía que era un escritor, pero no sabía quién era. La había puesto porque tenía cara de tipo inteligente y eso es lo que le gusta a la gente cuando va a comprar un libro: ver la cara de un tipo inteligente. A mí me pareció genial.
–Es curioso que no compartiendo una visión de izquierda de la vida, usted les sacó fotos a muchos escritores de izquierda.
–Tengo una visión de la vida ideológicamente de izquierda, aunque no lo quieras creer, desde siempre. La primera idea política que entró en mi cabeza fue el socialismo, por intermedio de los dos Ghioldi, de los que uno era comunista y el otro socialista, y hasta los conocí personalmente y les saqué fotos. Mis primeras fotos se publicaron en La Vanguardia. ¡Así que mirá si me atraía la ideología de izquierda! Lo que no me interesa para nada es el dogmatismo ni que tengas que pensar de la forma en que te dicen que tenés pensar... que porque sea de derecha no puedas leer a Borges, como sucedía en la UBA, es la inteligencia al servicio de la ignorancia.
–¿Discutía de política con los escritores que fotografiaba?
–No. Neruda ya estaba de vuelta; él era comunista por vocación juvenil, en su momento no podía ser otra cosa que comunista, pero en los últimos años, cuando yo lo traté, estaba fascinado con Allende porque le gustaba más el pensamiento socialista moderno que el comunismo. El le hizo una oda a Stalin y después se supo cuánta gente mató Stalin, y si hablamos de derechos humanos, no hubo gente más asesina que los comunistas. ¿Qué vas a hablar? A la edad que tenía Neruda, se habría suicidado si hubiera reconocido que toda su vida había sido un fracaso. ¡Andá a decírselo! Cuando lo quisieron nombrar candidato a presidente de Chile, yo estaba en su casa. “Don Pablo, ¿usted va a aceptar eso?”, le pregunté. “Lo hago por disciplina partidaria”, me dijo. ¡Qué palabra horrible! Era una persona que había tenido disciplina partidaria toda su vida, en un momento creyó en eso, pero después se fue desilusionando y no se animó a confesarlo.

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