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Cultura|Martes, 31 de mayo de 2005
JOSE LEZAMA LIMA: LOS LINAJES LATINOAMERICANOS

Ideas para un álbum familiar

Una muestra en la Biblioteca Nacional recorrerá a través de fotos y manuscritos el itinerario del gran escritor cubano.

Por Silvina Friera
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José Lezama Lima con Julio Cortázar.
El escritor cubano José Lezama Lima está en La Habana Vieja, asomado a la ventana de su mítica casa de la calle Trocadero 162. La foto en blanco y negro sería una más del álbum familiar si no fuera por la manera de mirar del escritor, como si fuera ése el “momento” de la epifanía, cuando piensa la frase con la que comienza su ensayo La curiosidad barroca (en el libro La expresión americana): “La tierra es clásica y el mar es barroco”. A partir del próximo jueves 9, quienes se acerquen a la sala Leopoldo Marechal de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502) podrán recorrer la muestra José Lezama Lima: los linajes latinoamericanos, que incluye más de cien fotos y numerosos cuadernos con manuscritos de puño y letra de sus obras. Hay fotos con Juan Ramón Jiménez, Julio Cortázar, Nicolás Guillén, Rafael Alberti, Virgilio Piñera, Ezequiel Martínez Estrada y José “Pepe” Bianco, antes de la ruptura con Victoria Ocampo y la revista Sur.
“Lo que me ha interesado siempre es penetrar en el mundo oscuro que me rodea. No sé si lo he logrado con o sin estilo, pero lo cierto es que uno de los escritores que me son más caros decía que el triunfo del estilo es no tenerlo”, decía Lezama Lima, poeta que nació en 1910 en La Habana, y que murió en esa ciudad, en agosto de 1976. “No sé si tengo un estilo; el mío es muy despedazado, fragmentario; pero en definitiva procuro trocarlo, ante mis recursos de expresión, en un aguijón procreador.” Y ese aguijón procreador se puede vislumbrar en sus cuadernos manuscritos: letra cursiva, pequeña y excesivamente prolija –un dato llamativo para un poeta considerado “complejo” y “hermético”–, palabras tachadas y reemplazadas en los márgenes superiores de los renglones de Tratados en La Habana (publicado en 1958), Coloquio con Juan Ramón Jiménez (1938) y La expresión americana (1957), entre otros manuscritos.
Imaginería ecuménica y transposición exótica son algunos de los rasgos que permiten aproximarse al mundo de Lezama Lima. “Lo que me gusta y sorprende –explicaba en sus ensayos Introducción a los vasos órficos– son las inauditas tangencias del mundo de los sentidos, lo que he llamado la vivencia oblicua, cuando el timbre telefónico me causa la misma sensación que la contemplación de un pulpo en una jarra minoana. O cuando leo en el Libro de los muertos, donde aparece la grandeza egipcia en su mayor esplendor poético, que los moradores subterráneos saborean pasteles de azafrán, y leo después en el diario de Martí, en las páginas finales, cuando pide un jarro hervido en dulce de hojas de higo.”
El sociólogo Horacio González, subdirector de la Biblioteca Nacional, señala que Lezama Lima estuvo en la historia de Buenos Aires, y que el lector argentino siempre percibió que en él estaba el manantial de lo que después se llamó realismo mágico o el realismo maravilloso. “Cuando De la Flor editó la novela Paradiso, cientos de lectores se pusieron a luchar con ese libro porque es una lectura para luchadores de la lectura”, recuerda González el impacto que tuvo en Buenos Aires la aparición del libro del poeta cubano, publicado originalmente por entregas en la revista cubana Orígenes, dirigida por el propio Lezama Lima y el crítico José Rodríguez Feo. “Cada vez que escribía Lezama Lima, se movía una fracción de un cosmos, escribía desde un acto profundamente moral y al mismo tiempo de devoción por la escritura –subraya el subdirector–. Y cada acto de escritura también era un acto de fundación de una corriente estética. El discurso de Lezama Lima es de un latinoamericanismo a la altura de estos tiempos; su definición del Barroco es una antropología política que propone un espíritu de combate y de soberanía cultural.”
A través del Barroco, entendido como arte de contraconquista, el escritor cubano planteaba una intervención política de un fuerte autonomismo cultural, sin abandonar los grandes legados de la cultura europea. Aunque con el triunfo de la revolución cubana Lezama Lima fue nombrado director del Departamento de Literatura y Publicaciones del Consejo Nacional de Cuba, y fue elegido vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el silencio del escritor sobre la situación de su país –a mediados de la década del ’60– alimentó la idea de que él no tenía “nada que decir sobre Cuba”, un malentendido que se prolongó durante décadas. González opina que se rompió ese mito a partir de la película Fresa y chocolate. “Sin ser un indigenista, Lezama Lima propuso temas que una interpretación política guevarista de Guevara no hubiera admitido”, concede el subdirector de la Biblioteca Nacional. “Seguramente, sus concepciones no estaban en el orden del día del Partido Comunista cubano.”
¿En qué escritores argentinos aparecen las marcas de Lezama Lima? Cortázar realizó una apreciación justa de la obra lezamiana y comprendió muy bien los ocultos resortes de su sistema poético en una nota titulada “Para llegar a Lezama Lima”, aparecida en su obra La vuelta al día en ochenta mundos. Según Cortázar, Paradiso era como “un torbellino de construcción y aniquilamiento, una hoguera sacrificial, su hora romántica de chispas y explosiones inesperadas, un Barroco de humos azules y verdes que multiplican las estatuas fugaces y las cornucopias”. González observa que aunque en medio de la discusión sobre los lenguajes contemporáneos, el barroco está en retirada, en los años ’80, en la Argentina, Néstor Perlongher fue quien imaginó una versión rioplatense del barroco. “A diferencia de Borges, que sostenía que el barroco era la última etapa degenerada de todo arte, para Lezama Lima el Barroco es la conciencia intranquila, la conciencia caótica que se resuelve en una acción política liberadora.”

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