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Deportes|Domingo, 16 de marzo de 2008
VIOLENCIA UN HINCHA DE VELEZ MURIO DE UN BALAZO RECIBIDO ANTES DEL PARTIDO EN BAJO FLORES

La pelota se volvió a manchar en la cancha

Emanuel Alvarez, de 21 años, era socio del club y viajaba en uno de los micros cedidos por la institución. El disparo salió desde las cercanías de un predio de Huracán. El partido ni comenzó.

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La policía forma un cordón para controlar a los de Vélez.

Todo estaba listo para una fiesta. La tarde soleada del Nuevo Gasómetro era el escenario de uno de esos partidos que, desde las tribunas, se vive como un clásico. Ya estaban los jugadores en la cancha. Los de Vélez lucían con orgullo su remera en homenaje a Jorge Guinzburg (“Nuestro hincha más chico era el más grande”, decía), los de San Lorenzo saludaban a su gente y Baldassi estaba a punto de hacer sonar su silbato por primera vez. Pero todo se paralizó.

Desde la cabecera visitante, los hinchas de Vélez empezaron a mover el alambrado enérgicamente buscando ser el centro de la escena. Y rápidamente lo consiguieron. A partir de allí la confusión y las hipótesis empezaron a multiplicarse. En un principio se pensó que la protesta apuntaba al robo de una bandera, pero como la furia crecía cada vez más, la causa parecía ser otra. En este contexto, los jugadores de Vélez, con Maximiliano Bustos y Gustavo Balvorín a la cabeza, fueron acercándose hacia su hinchada sin entender bien todavía qué era lo que sucedía. Llegó el pedido de calma de los jugadores, ese que casi siempre contribuye a que la agresividad merme, pero esta vez no dio resultados.

Todas las cámaras y todos los flashes apuntaban al mismo lugar. Allí, detrás del arco que debía defender en el primer tiempo Agustín Orion, cada vez había más hinchas de Vélez amontonados. “Mataron a uno, mataron a uno”, se leyó claramente en los labios de un joven que desesperado trataba de explicarles a los jugadores qué era lo que había ocurrido. Ellos ya habían tomado su decisión: no se jugaría el partido.

Baldassi seguía recorriendo el campo de juego, hablando con los responsables de la seguridad y encogiendo los hombros, como quien no tiene respuesta ante algo totalmente impensado. Los encargados del operativo, en tanto, primero plagaron de policías el sector que divide el terreno de juego de la tribuna, luego intentaron dispersar a los hinchas tirándoles agua, pero finalmente desistieron al ver que cada vez eran más grandes las roturas en el alambrado.

“Nos dijeron que si jugábamos, era para quilombo”, avisó Hernán Pellerano, capitán de Vélez, luego de dialogar con los hinchas. “Ahí están también nuestros familiares y no nos podemos arriesgar a jugar”, precisó el defensor. “Ellos no quieren que se juegue –agregó Maximiliano Bustos–. Así es muy difícil. Hay que pensar primero en la gente y después en el partido.” De a poco, todos fueron metiéndose en el vestuario. Por ese entonces, ya nadie se acordaba de la vuelta de Andrés D’Alessandro o de que Vélez buscaría seguir siendo el único puntero del campeonato. Otra vez el fútbol generó que nadie hablara de fútbol.

Emanuel Alvarez, un socio de Vélez de 21 años, había muerto en el Hospital Piñero poco después de ser baleado cuando viajaba en uno de los 40 micros que otorgó la entidad para trasladarse hacia el estadio de San Lorenzo. Según el informe policial, cuando el micro en el que viajaba Alvarez llegó a Perito Moreno y la Autopista 25 de Mayo, en cercanías de “La Quemita”, predio donde se entrenan las inferiores de Huracán, recibió un impacto de bala disparado por un desconocido.

“El chico ingresó al hospital con un balazo en el tórax. En el sanatorio padeció un paro cardiorrespiratorio que le produjo la muerte. La bala ingresó a dos centímetros de la tetilla derecha y le quedó en el abdomen”, precisó el titular del SAME, Alberto Crescenti, y aclaró que no “hay más heridos” en otros hospitales.

Con la suspensión ya concretada y mientras los hinchas de San Lorenzo eran retenidos dentro del estadio para evitar más incidentes, los de Vélez protagonizaban nuevos enfrentamientos con la policía que se extendieron cuando los micros regresaron y pasaron nuevamente por la Quemita. A esa altura, toda la euforia que tenían los simpatizantes para presenciar ese partido había desaparecido. La impotencia y la tristeza estaban presentes para adueñarse de todo. Una vez más.

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