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Deportes|Martes, 26 de agosto de 2008
Opinión

El deporte infantil debe respetar los derechos de la niñez

Por César R. Torres *
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La victoria china en la competencia olímpica de gimnasia artística femenina por equipos fue tan celebrada como cuestionada. Por un lado, el talentoso equipo chino derrotó a su par estadounidense en un final arrebatador. Por el otro, la victoria china se vio empañada por la sospecha de que tres de las seis gimnastas del equipo no cumplían con la edad mínima de 16 años para participar en la competencia. La Federación Internacional de Gimnasia (FIG) y el Comité Olímpico Internacional (COI) han declarado que los pasaportes presentados por las autoridades deportivas chinas certifican que las gimnastas en cuestión se encuadran en las reglas vigentes.

En el debate sobre la edad de las tres gimnastas chinas ha predominado una actitud formalista que se limita estrictamente a determinar si las reglas vigentes fueron o no contravenidas. Algunos, dudosos de los pasaportes presentados, reclaman certificados de nacimiento y señalan que la información disponible es contradictoria. Otros, confiados en su aptitud perceptiva, apuntan al físico de las gimnastas bajo sospecha: Jiang Yunyuan mide 1,40 metro y pesa 32 kilos. Cualquiera sea la edad de las tres gimnastas chinas, el espectáculo gimnástico cuadrienal en el que cuerpos femeninos cada vez más pueriles son admirados por su capacidad para realizar ejercicios de asombrosa y creciente complejidad invita a plantearse preguntas más generales sobre el deporte de alto rendimiento en la niñez.

A pesar del discurso apodíctico que rodea al deporte infantil de alto rendimiento, éste presenta serios cuestionamientos. La gimnasia artística femenina es un caso paradigmático. El rendimiento deslumbrante de las gimnastas chinas y estadounidenses en la competencia por equipos está basado en intensos sistemas de entrenamiento que comienzan a edades muy tempranas, que no son sólo rigurosos desde un punto de vista técnico sino que exigen obediencia absoluta a la autoridad de los adultos encargados de ellos. En muchos casos, las niñas son parte de programas cuyo objetivo pareciera ser la producción de campeonas y no su desarrollo integral. Dedicarle seis u ocho horas por día al entrenamiento deportivo durante la edad escolar compromete la posibilidad de explorar otras habilidades, deseos e inquietudes. Aunque las tensiones y los riesgos del deporte infantil de alto rendimiento son notorios, frecuentemente se los ignora.

Algunos creen que las demandas y la organización del deporte infantil de alto rendimiento son a menudo abusivas e inclusive contrarias a los derechos de la niñez. Quizá por ello, la FIG impuso límites de edad para participar en sus competencias. Primero el límite fue de 14 años, después de 15 y desde 1997 de 16. Esta medida paternalista parece razonable en función de los derechos de la niñez, la intensidad del deporte infantil de alto rendimiento contemporáneo y las posibilidades evolutivas de los participantes para afrontarlo y disfrutarlo plenamente. Asimismo, se considera que, a los 16 años, las niñas y los niños poseen la capacidad para comprender el mundo en el que viven, incluido el de la alta competencia deportiva, y así tomar decisiones informadas y autónomas respecto de su vida. Sin embargo, para los críticos del deporte infantil de alto rendimiento los límites de edad son sólo paliativos ya que dejan intacta la estructura competitiva actual. Muchos de ellos favorecen una política más agresiva que restringe, por ejemplo, las horas diarias de entrenamiento y la edad en que las niñas y los niños se inician en el deporte.

Más allá de los méritos y la practicidad de estas propuestas, éstas no explicitan los principios que deberían primar en el deporte infantil de alto rendimiento. Para que el mismo sea aceptable, debería como mínimo respetar los derechos de la niñez y no poner en riesgo la formación integral que permita a las niñas y los niños deportistas convertirse en individuos capaces de hacerse cargo responsablemente de su propia vida. Esto implica que sus necesidades, intereses y aspiraciones no sean sacrificados por la demanda de medallas olímpicas que supuestamente engrandecen a la nación, por el deseo paterno de materializar sueños deportivos frustrados o por motivos puramente económicos. El desafío es forjar un deporte que no sólo no entorpezca la formación integral de los deportistas infantiles sino que la promueva. Esta es una responsabilidad ineludible que les compete a todos los involucrados en la gestión y promoción del deporte de alto rendimiento.

El COI anunció el año pasado que a partir de 2010 organizará los Juegos Olímpicos de la Juventud, tanto de verano como de invierno, dirigido a deportistas entre 14 y 18 años. La primera edición de los juegos estivales será en Singapur e incluirá el mismo programa deportivo de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, pero con menos pruebas. Si bien el objetivo es reunir a jóvenes talentosos deportistas de todo el mundo en competencias de alto nivel y combinarlas con programas educativos, la iniciativa reproduce el modelo competitivo predominante en los Juegos y enfatiza el alto rendimiento a edades aún más tempranas. Así, los Juegos Olímpicos de la Juventud no parecen ser la manera más apropiada de promover un deporte sensible que coadyuve con la formación integral de los deportistas.

* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del estado de Nueva York (Brockport).

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