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Deportes|Viernes, 11 de septiembre de 2009
JULIO GRONDONA RESPALDA A DIEGO MARADONA COMO ENTRENADOR DE LA SELECCION

Aquí no ha pasado nada (o no mucho)

No habrá cambios en el cuerpo técnico del seleccionado hasta el final de las Eliminatorias. Después podrían peligrar los ayudantes de campo de Diego, Alejandro Mancuso y Miguel Angel Lemme. No se maneja la posibilidad de Bilardo.

Por Gustavo Veiga
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Julio Grondona respalda a Diego Maradona como entrenador de la Selección Argentina.

“De una apuesta como la de Maradona no se vuelve fácil.” Con esta frase, tan gráfica como efectista, un dirigente de peso en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) dio por sentado ayer que se debe llegar al Mundial, aunque sea por misericordia. La cuestión es cómo se hace. Y aun después, cómo esta realidad de juego cero y resultados tan magros (un 33 por ciento de efectividad en el ciclo de Diego) se puede transformar para encarar la cita en Sudáfrica. Por lo pronto, ya se habla de pasar el bisturí. Pero no para realizar cirugía mayor. Apenas se trataría de una operación menor donde correría riesgos la continuidad de los colaboradores del técnico. Aunque no ahora, ni en vísperas de los dos encuentros sucesivos de octubre contra Perú y Uruguay. Ni aun antes del eventual repechaje. Nadie osaría hacer una movida así. Salvo el jefe. Y el jefe es Julio Grondona. Siempre que el pasaje a Sudáfrica esté asegurado.

Depende de cómo se interprete al presidente de la AFA, y eso incluye a sus decisiones anteriores en este proceso, su descontento con Alejandro Mancuso y Miguel Angel Lemme puede o no leerse como algo extensivo a Maradona. Cuando lo eligieron al DT después de que renunciara Alfio Basile y no aceptara el cargo Carlos Bianchi, el hombre fuerte del fútbol argentino había apostado por un golpe de efecto. Contrató a Diego, pero lo condicionó también, aunque nadie lo sugirió en público y sí mucho en privado. Por eso, Carlos Bilardo llegó hasta la periferia del círculo áulico del entrenador principal, con presuntas directivas de controlarlo a distancia. O hacerle de consultor, en la versión más benévola.

Maradona eligió a sus colaboradores, pero no pudo imponer a todos. Le dijeron que sí a Alejandro Mancuso, pero no a Oscar Ruggeri. El primero sin antecedentes en un cargo de cierta envergadura como el que ocupa y el segundo, mucho más fogueado, pero con demasiadas contras: una, la más difundida, que se retiró de San Lorenzo con un juicio millonario y el presidente de este club, Rafael Savino, lo bochó. El otro técnico, Lemme, llegó a instancias de Bilardo. Y, tal parece, no sería un colaborador al que Diego tenga demasiado en cuenta. Lo que iguala a Mancuso y Lemme es el enojo de Grondona para con ellos.

Maradona ya vivió este tipo de zozobras en carne propia como jugador. Con todo lo que significaba él, el más grande que surgiera de estas canchas. En su libro Yo soy el Diego, relata lo que ocurrió en vísperas del Mundial ’86, aunque hoy las circunstancias deportivas son parecidas, pero no las políticas: “Aquel abril del ‘86 fue terrible: el 30, perdimos con Noruega, nos querían matar; lo único bueno del partido fue que debutó el Negrito Héctor Enrique. Fuimos a Tel Aviv a jugar con Israel y teníamos todos los cañones apuntándonos: ¡el gobierno quería voltear a Bilardo! Raúl Alfonsín, que era el presidente, había comentado que la Selección no le gustaba, Rodolfo O’Reilly, que era el secretario de Deportes, hacía lobby, y todos le movían el piso... Fue terrible, en serio”.

El Maradona técnico es mucho más terrenal que el futbolista. Su peso específico no llega a empardar al que tenía cuando decía lo que decía mientras usaba los pantalones cortos. Tampoco hay que exagerar como sí hicieron algunos medios extranjeros después de la derrota en Paraguay: no perdió Maradona. Perdió la Selección nacional.

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