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Deportes|Viernes, 18 de junio de 2010

La música de las esferas (segundo acto)

Por Juan Forn

Un clásico de estos días es El Salame: el que no ve nunca fútbol salvo los partidos de la Selección en los Mundiales. A todos se nos cuela uno en casa. Por momentos uno lo quiere amordazar o tirar por la ventana, pero cuando los partidos vienen tranquilos, como hasta el minuto 44 del primer tiempo de ayer, es el escucha ideal para las huevadas que decimos nosotros y los comentaristas de la tevé. El Salame no lee ni una página de deportes y saltea todos los canales deportivos cuando tiene el control remoto en la mano, de manera que es terreno virgen para el asombro con el técnico coreano que cagó a patadas a Maradona en el ’86, con el jugador que juega para el equipo de los militares en el campeonato coreano, con el estadio con estufa, con la cara de ingenuo estupor de los coreanos después del gol en contra y del cabezazo de Higuaín en el segundo (“¿Estos son los no comunistas? Son unos flojos; están echados a perder por el capitalismo. ¿Vos viste cómo corrían y metían los coreanos del Norte? Eso es sacrificio. Aguante el gobierno popular.”). Y de repente Demichelis se equivocó y vino el balde de agua fría del gol coreano y el pitazo del final del primer tiempo y El Salame creyó que tenía toda la cancha para él, porque todos los demás quedamos con la puteada atragantada en la garganta. Todos queríamos prenderle fuego a Demichelis, pero bastó que El Salame dijera: “Es el típico argentino sobrador, ése, con el pelito atado y la camiseta apretadita, ¿no anda con una botinera?, una porquería de tipo, el defensor tiene que tener el look Samuel, los delanteros tienen que ser modernos y los defensores tienen que ser inmutables, inalterables, impene...”. La verdad es que le caímos encima justo cuando empezaba a internarse en terreno interesante, pero de alguna manera había que liberar la frustración, el partido cambiado de repente.

El Salame puede ser mujer (es un clásico, es más que un clásico; es un cliché), El Salame puede ser una persona mayor (de los que dicen “el cuero” en lugar de la pelota y se acuerdan más del gol de Ghi-ggia en el Maracanazo uruguayo de 1950 que de la formación argentina contra Nigeria el sábado pasado), El Salame puede ser uno mismo, si se aventura en aguas peligrosas (vi una vez un partido del Mundial con un par de ex futbolistas profesionales: te ponen bobo, quedás con la boca llena de aire, no calificás como interlocutor, ni siquiera disfrutás, al final). El Salame, para ser francos, me importa un carajo en realidad: hacer una nota de color me resulta imposible cuando la Selección gana y juega (y ni hablar cuando juega mal o cuando pierde). Notas de color es lo que se supone que debería estar haciendo en esta sección, pero sencillamente no me salen cuando veo jugar a este equipo. Mi amigo El Tomo dice que somos millones, todos haciendo lo mismo, todos conectados mentalmente, aunque no nos demos cuenta: tratando de que el bombardeo mediático no nos queme la cabeza y al mismo tiempo queriendo saberlo todo, devorando cada primer plano que ofrece la tele de Maradona, de Verón con el gorro puesto y el cuerpo tenso como un alambre, como si el partido le pasara por adentro (y le pasaba: era el momento en que los coreanos empezaron a volar), o palpitando lo acertado que fue el ingreso de Agüero en el momento mismo en que el Pipita Higuaín cabeceaba a la red la pelota que el Kun le puso con la mano (¡y la que Messi le puso al Kun, por encima de tres defensores coreanos!). No sé qué más decir, salvo obviedades, producto de esa euforia mansa, tan hermosa de sentir, cuando el partido termina y Argentina ganó. Y que después de unos minutos, hasta que empieza el partido siguiente, se degrada a lugar común, redundancia, patrioterismo barato, ruido blanco. Así que opto por la cábala. Repito la frase con que cerré mi envío anterior: que se mantengan alineados los planetas y que suene en toda su gloria la música de las esferas, por favor, por favor.

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