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Deportes|Domingo, 4 de julio de 2010

En bolas a Finisterre

Por Juan Forn
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Cuando terminó el partido, cuando el último punto plateado se extinguió en la pantalla del televisor y el silencio cayó como un piano en cámara lenta sobre la casa, lo único que atiné a hacer fue levantarme como un autómata y enfilar a la playa. El mar purga. El mar limpia. Con su inmensidad, con su imponencia, siempre termina por acomodarnos la perspectiva, por oxigenar los conductos entre cuerpo y alma. Pero ayer hasta el mar estaba planchado: no corría una gota de viento, la arena parecía de pantano, el cielo era gris cementerio. A la una y cinco del mediodía de ayer, no había un alma en toda la playa. Las pocas figuras solitarias que se veían a la distancia eran los famosos hombres huecos del poema de Eliot. Todo tiraba para abajo. Para abajo y para adentro. No sé ustedes, pero a mí no me quedó bronca; no me quedó el pecho rebasando de puteadas e incriminaciones. Lo que me quedó en medio del estómago era un agujero negro: eso que la anónima imaginación popular definió a la perfección como bajón tamaño cañón, si me perdonan la aliteración.

Tevez lo transmitió mejor que nadie, como siempre, cuando le pusieron un micrófono delante nomás salir de la cancha: “¿Qué vas a analizar de un cuatro a cero?”, dijo. “Es el fútbol, así es el fútbol.” La tarjeta roja que le dieron a Felipe Melo convirtió a Brasil en el equipo con más expulsados en Mundiales (trece, uno más que Argentina). Mick Jagger estaba en la tribuna; hinchaba por Argentina. Hinchó por Inglaterra cuando Inglaterra quedó afuera; hinchó por Estados Unidos cuando Estados Unidos quedó afuera; hinchó por Brasil cuando Brasil quedó afuera. No nos acompañes nunca más a la cancha, Mick. A Paris Hilton se la llevaron detenida por fumarse un fasito de marihuana en la platea de Brasil-Holanda, pero le echó la culpa a la amiga que la acompañaba y santo remedio. El técnico alemán no se animó a comerse los mocos porque estaba Angela Merkel en el palco oficial. Tampoco se animó a abrazarse con su colaborador en el primer gol (lo dejó pagando) y tampoco se animó a interrumpir el abrazo interminable de Maradona con su hija Dalma, cuando terminó el partido.

Después de la eliminación de Brasil, en la tele brasuca, un tipo con los ojos rojos de llorar dice: “La única esperanza que me queda es que Alemania saque a Argentina del Mundial”. Uno de los tantos jetones de la tele que intentaban llenar el tiempo muerto desde la eliminación de Argentina al principio de Paraguay-España dijo: “Tenemos que aprender que nos creemos mejores de lo que somos”. Los muchachos del tablón enrollan las banderas que decían “Gracias, Doña Tota” y “En bolas al Obelisco”. Con estas postales se despide el bondi a Finisterre. El último, que apague la luz.

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