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Deportes|Domingo, 30 de marzo de 2003

En esta carrera, gana la memoria

La Carrera de Miguel se disputa hoy en homenaje al atleta desaparecido. Su hermana Elvira cuenta cómo era él.

Por Facundo Martínez
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Elvira Sánchez, la hermana del atleta desaparecido.
Por la vida, por la memoria de los 30.000 desaparecidos durante la última dictadura, se correrá hoy en Puerto Madero la segunda edición argentina de La Carrera de Miguel, en honor al atleta tucumano Miguel Sánchez, el único deportista federado secuestrado y desaparecido tras su detención en el centro clandestino El Vesubio, en Camino de Cintura y Riccheri, controlado por Guillermo Suárez Mason y el coronel Federico Minicucci. La carrera, organizada por la familia de Miguel, la dirección de Deportes porteña y la Dirección General de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad, no es una simple competencia atlética sino una nueva oportunidad para agitar la memoria y recordar el pasado para poder pensar un futuro mejor.
Pasaron 20 años desde el secuestro de Miguel –el 8 de enero de 1978, por un grupo de tareas que se lo llevó de su casa en el barrio Villa España, de Berazategui– hasta 1998, cuando el periodista italiano Valerio Piccioni diera a conocer su historia y organizara en Roma, en 2000, el primer evento deportivo en memoria del único deportista argentino desaparecido (ver aparte). “20 años de miedo, soledad y angustia, con la pena de no saber qué pasó”, recuerda Elvira, una de las hermanas de Miguel, quien dialogó con Página/12 para contar quién y cómo era ese muchacho de 25 años que, ocho días antes de ser arrebatado de su hogar donde se encontraban otra de sus hermanas y su mamá Cecilia –”Ya vuelve”, dijeron los secuestradores al subirlo con los ojos vendados a un Falcon gris– había participado por segunda vez de la San Silvestre, la competencia atlética más importante de San Pablo.
“Cada día son muchos más los amigos de Miguel; él hacía un culto de la amistad. Lo admiro como persona y como atleta, porque sé todo el esfuerzo que hacía para entrenarse y trabajar al mismo tiempo, todo ese sacrificio”, relata Elvira, llena de orgullo y nostalgia. Miguel era el décimo hijo de una familia humilde de Tucumán. Llegó a Buenos Aires con 17 años y se las arreglaba pintando casas, mientras probaba suerte en el fútbol como wing en las inferiores de Gimnasia. La necesidad lo llevó a abandonar su carrera en el club platense; había conseguido un trabajo como ordenanza en el Banco Provincia.
Entonces comenzó su pasión por correr. Se entrenaba tres horas todos los días, antes y después del trabajo y no tardó en representar al banco en distintas competencias de atletismo, hasta que más tarde consiguió federarse en Independiente, y entonces comenzó a participar en competencias internacionales. El trabajo y el deporte no agotaban sus fuerzas, también se hacía tiempo para leer y escribir poemas (ver aparte). “Le gustaba escribir poemas, sobre sus viajes, sus experiencias, escuchar música”, dice Elvira, antes de mostrar un trozo de papel con una frase de puño y letra de su hermano menor: “Carece de espíritu aquel que escribe sin sentir”, se lee en tinta azul.
“Miguel renegaba de la situación social y económica de la gente. Nunca tuvo otra arma que no fuera pensar. El era muy solidario y estaba orgulloso de pertenecer a un hogar humilde”, explica Elvira, a propósito de la cercanía de Miguel con la Juventud Peronista. Sus compañeros lo recuerdan como alguien que iba a las manifestaciones, pero que no militaba en el barrio, “porque para él, lo primero era el deporte”. Cuentan, incluso, que Miguel rompió en llanto frente al féretro de Juan Domingo Perón durante su funeral.
Ocho días después de su participación en San Silvestre, un grupo de tareas lo fue a buscar a las tres de la mañana a su casa en Berazategui; se lo llevaron prometiendo el regreso, no lo dejaron siquiera despedirse. Allí quedaron sus 50 trofeos y sus 36 medallas. La búsqueda del paradero de Miguel fue en vano. Ni en el Batallón 601 ni en la Cruz Roja ni en los tribunales platenses se encontraron respuestas. “Quedénse tranquilos, no lo busquen más. Si les dijeron que va a volver, va a volver”, escuchóElvira en la dependencia militar. Cecilia, la mamá de Miguel, murió en 1992 manteniendo viva esa ilusión; aunque diez años después de la desaparición de Miguel su familia decidió desarmar el cuarto del atleta, quitar su ropa, sus papeles, sus recuerdos.
El caso de Miguel no quedó registrado en la Conadep –cuenta Elvira, quien presenció el informe día tras días– y su destino luego del secuestro fue un misterio, hasta que una investigación del periodista Pablo Llonto descubrió la pista: un sobreviviente del centro clandestino de detención El Vesubio había visto a un hombre detenido luego de correr la San Silvestre. “Trajeron a un atleta que estaba destrozado. Decían que era chileno y que lo habían secuestrado al volver de Brasil”, relató Alfredo Manzo, ex detenido.
Miguel Sánchez volverá a correr hoy, en su carrera. Lo hará en el recuerdo de sus viejos y nuevos amigos. Debería volver a hacerlo cada año, en una fecha firme, ya que no se trata sólo de una competencia deportiva más sino del ejercicio de mantener viva la memoria de un pueblo. “Sé que esta carrera es una felicidad para Miguel, una reivindicación de su hombría de bien y de la todos los desaparecidos. Sé que va a estar más contento que nunca, en un lugar que a él le gustaba: cerca del deporte y luchando por la memoria”, continúa Elvira, y agrega: “El tenía derecho a que lo juzgaran de otra manera y no a que lo mataran”.

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