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Deportes|Viernes, 20 de abril de 2012
A LOS 44 AÑOS, SE RETIRO JUAN ALBERTO ESPIL

A tres puntos de la gloria

El último referente de la camada que precedió a la Generación Dorada, el mejor tirador argentino de tres puntos, puso fin a su carrera después de casi un cuarto de siglo en el máximo nivel. Fue campeón panamericano en Mar del Plata 1995.

Por Ariel Greco
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Juan Alberto Espil, un grande del básquet nacional.

El último referente del básquetbol argentino previo a la Generación Dorada dijo adiós. Con la derrota de su equipo, Bahía Estudiantes, ante Peñarol, en el quinto partido de los play offs de los cuartos de final de la Liga Nacional, Juan Alberto Espil le puso fin, a los 44 años, a una riquísima carrera con más de 24 temporadas en el máximo nivel, en Argentina, España e Italia. El destino quiso que la despedida se diera en el estadio Polideportivo de Mar del Plata, escenario en el que logró su único título con la selección argentina, en los Juegos Panamericanos de 1995.

“Me voy muy tranquilo. Siempre busqué lo mejor y ser competitivo. Estoy bien físicamente, pero ya es una decisión tomada. Cuando hacés las cosas bien, te vas tranquilo”, dijo Espil, sereno, pese a que en Mar del Plata acababa de jugar su último partido como profesional, con la misma camiseta que lo había largado a la fama hace más de dos décadas, luego de sus comienzos en Liniers en el torneo bahiense. Un minuto antes del final, su entrenador José Luis Pisani lo había sacado del juego luego de anotar el último punto de su trayectoria para que cinco mil personas, entre ellas unos trescientos bahienses, lo ovacionaran de pie, sin distinción de colores. “Es un placer esto, porque siempre que se juega de visitante es difícil. Me voy con este recuerdo”, sostuvo Espil, para muchos el mejor tirador argentino de tres puntos de la historia.

La última noche no fue la mejor. Ahogado por la marca de Peñarol, apenas anotó tres puntos en la caída de su equipo 88-67 y no pudo repetir la producción de las victorias del tercer y cuarto partido en Bahía Blanca, cuando marcó 21 tantos en cada juego. Y lo curioso es que se fue 0-4 en triples, justo su mayor especialidad. “La verdad es que Peñarol es un equipazo y para ganarle debemos hacer un juego perfecto. Sólo aguantamos menos de un cuarto, nos ganaron bien”, fue su análisis, casi resignado. Pero el partido ya era una anécdota. Un profundo abrazo con Sergio Hernández, el regalo de la pelota del partido de parte del capitán adversario, Leo Gutiérrez, y la mirada al cielo en señal de agradecimiento a su padre, Alberto, mientras compañeros y rivales lo aplaudían, marcaban los puntos altos de una noche emocionante.

El futuro lo encontrará como manager deportivo de Bahía Estudiantes, el proyecto que comanda su amigo y hasta el miércoles compañero Juan Ignacio Sánchez, pero será difícil olvidar su estampa de jugador. El recuerdo de una mecánica de tiro perfecta, de la bandeja volada sobre Michael Jordan en el primer enfrentamiento ante el Dream Team en el Preolímpico de 1991, de la medalla panamericana en Mar del Plata, de los 27 puntos que le marcó a Estados Unidos en Atlanta ’96 cuando ganarle a los NBA parecía utópico (más allá del susto del primer tiempo) o de su legendaria camiseta número 10 pesará más en la memoria.

Para las estadísticas quedarán algunos mojones: tres veces se consagró goleador de la Liga Nacional; en la temporada 92/03 fue elegido mejor jugador de las finales, cuando salió campeón con GEPU; en dos ocasiones se impuso en el Concurso de Triples de la Liga Nacional y una vez en el de la Liga ACB española; en dos mundiales y en los Juegos Olímpicos ’96 resultó el goleador argentino...

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