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Deportes|Domingo, 4 de mayo de 2003
“NO TARDAMOS EN DARNOS CUENTA DE QUE CAMBIAR EL FUTBOL ES MAS DIFICIL QUE HACER LA REVOLUCION”

A Bayer lo mandaron al arco pero disfrutó igual

Conocido sobre todo como investigador de las luchas sociales, el escritor Osvaldo Bayer ha escrito también sobre la historia del fútbol argentino. En este reportaje pasa revista –desde la memoria y el anecdotario personal– a los poco conocidos vínculos entre los grupos anarquistas y socialistas y la pasión futbolera, y analiza el desnaturalizado panorama del superprofesionalismo actual.

Por Facundo Martínez
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Osvaldo Bayer: “El fútbol es el juego socialista. Todos juntos para llegar al triunfo” decían los anarcos.
Hay quienes creen que el fútbol y el anarquismo no tienen nada que ver. Y aunque a primera vista esa afirmación parezca cierta, no lo es. Pasado el primer envión que le dieron en Sudamérica sus fundadores ingleses, la práctica del fútbol ganó terreno en los hábitos de la cultura obrera argentina –lo mismo sucedió en Brasil y en Uruguay– hasta volverse realmente un deporte popular, abandonando su condición de actividad exclusiva de los colegios de señoritos. Aceptado por unos y rechazado por otros, el fútbol fue tema polémico en el interior de las corrientes políticas que a principios del Siglo XX impulsaron el crecimiento del movimiento obrero: el anarquismo y el socialismo. Interrogando esa ruta, el historiador y escritor Osvaldo Bayer dialogó con Página/12.
–¿Qué tiene que ver el fútbol con el anarquismo?
–En el anarquismo y en el socialismo hubo grandes discusiones. Al principio, lo rechazaron porque en lugar de ir al sindicato o a los centros de cultura que ellos tenían, la gente joven se iba a jugar al fútbol el único día libre que tenían los obreros, porque hasta 1910 el sábado se trabajaba todo el día... Por eso La Protesta hace esa definición terrible: “La perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo...”.
–En 1933, en “El Populacho”, los anarcos brasileños hablan de tres formas de dominación burguesa: el Deporte, la Iglesia y la Política...
–Bueno, acá los anarquistas tenían un lema que sintetizaba su crítica: “Misa y pelota: la peor droga para los pueblos”.
–¿En qué momento se interesó por el tema y por qué?
–Para mis trabajos históricos, revisé mucho la prensa anarquista y socialista y siempre había una polémica sobre deportes, sobre fútbol. Entonces me fui enterando, aunque no era mi motivo principal. Me causaban mucha gracia las polémicas, que siguieron hasta bien entrados los años ‘30 cuando entró a pesar el dinero y la venta de jugadores. Todo eso fue muy criticado porque, ante todo, el fútbol tenía que ser amateur y de ninguna manera profesional. Los socialistas se oponían con la misma fuerza a la revistas deportivas.
–Pero hubo un grupo de anarquistas que sí se interesaba, ¿no?
–Como los curas empezaron a hacer jugar a los pibes en los atrios de las iglesias –acá en la iglesia de Belgrano, La Inmaculada Concepción, se jugaban unos partidos bárbaros–, los anarquistas se tomaron al fútbol como una desviación. “Los entretienen con el juego y se olvidan de lo fundamental, de politizarse”, decían. Y, por supuesto, con los curas primero estaba el catecismo y después el fútbol.
–Pero también había otros lugares para jugar al fútbol... ¿Los anarquistas no veían el lado cooperativo del juego?
–Sí. Los anarquistas que defendían al fútbol tenían una definición muy bien hecha: “El fútbol es el juego socialista. Todos jugando en conjunto para al final llegar al gol, que es el triunfo, que es la revolución”. No es una cosa individualista, se consigue colectivamente, ¿no?. “En el fútbol se aprende a ser solidario”, decían. “No se puede jugar solo; cuando el otro está en mejor posición, hay que pasarle la pelota”. La cosa de formar equipo: nadie sobresalir sino sentirse todos iguales.
–¿Alguna vez discutió con otras personas esto del cooperativismo en el fútbol?
–Lo discutimos mucho en la Federación Libertaria, también en la FORA. Siempre se discutió cómo amateurizar el fútbol y los deportes, en general. La idea es que el dinero que entra se reparte entre todos, se deja una parte para la educación de niños, para las escuelas de fútbol, y también para tareas benéficas. Los planteos eran bellísimos.
–¿Algo así como los utopistas del fútbol?
–Utopistas totales. Pero después viene un Macri y dice: “¿Cómo? ¿Qué? Pero, por favor...”. Bueno, no tardamos en darnos cuenta que cambiar el fútbol era más difícil que hacer la revolución.
–Los anarquistas fundaron varios clubes en la Argentina...
–Promovieron el que se llamó Los Mártires de Chicago –en honor a los trabajadores ahorcados por impulsar las ocho horas de trabajo–, pero después perdieron las elecciones, asumieron otras fuerzas, los comerciantes y –qué sé yo– para terminar con el pasado anarquista le pusieron Argentinos Juniors: ¡Somos Argentinos, no anarquistas! También está El Porvenir, que es otro nombre muy anarquista...
–En Santos, Brasil, existió a principios del Siglo XX un club que se llamaba Libertarios Fútbol Club...
–También está Independiente, que eran socialistas. Fue hecho por los trabajadores de una gran fábrica, creo que era metalúrgica, que se reunieron en un café del centro, en la calles Perú e Yrigoyen. Por eso le pusieron Independiente, porque eran independientes de la fábrica. Muchos eran del barrio sur y después consiguieron un terreno en Avellaneda. ¡Y el color rojo de la camiseta! Hay mucha gente que ahora lo desmiente, porque quieren escribir otra historia; pero no, es así. También está Chacarita, que tuvo su origen en una biblioteca libertaria y se fundó un 1º de Mayo.
–¿Hasta qué momento se puede hablar de presencia anarquista en el fútbol?
–Hasta el ‘30, cuando se empieza a comprar y vender jugadores y el juego pasa a ser un negocio. Entonces los anarquistas salieron de ahí y pasaron a jugar en los baldíos y en las canchitas de barrio. En Platense, que estaba en Crámer y Manuela Pedraza, iban a jugar mucho socialistas contra anarcos. Yo viví todo eso por un jugador, Eduardo Ricagni, que estuvo en Platense, Boca, la Selección y terminó en Huracán. Pero yo le tuve muchísima bronca siempre, porque era muy compadrito.
–¿Usted jugaba también?
–Yo quería jugar al fútbol porque me interesaba mucho. Pero había una diferencia. Mi barrio, Belgrano C, era un barrio de alemanes y los criollos no querían saber nada con los alemanes. Y no me daban pelota. Yo tenía unas ganas de agarrarme a trompadas... Para hacerme el simpático me aprendía los equipos de memoria, buscaba un recurso intelectual para que me dieran cabida. Les decía: “¿Saben cómo forma tal equipo?” Y los pibes decían: “Uy, de nuevo este tipo acá”. Un fracaso total...
–¿Nunca pudo jugar, entonces?
–Como siempre ocurre, de pronto faltó un jugador. Era un partido importante contra los de Manuela Pedraza, que eran todos de Platense. Era como cuando en las películas falta el actor y ponen un extra; yo sentía que podía ser una gran oportunidad. El equipo de la calle Arcos, con diez hombres. Ricagni estaba preocupado porque iba a empezar el partido y entonces me llamó para que fuera al arco. ¡Hay que tener mala suerte! En la primera jugada el wing contrario se mete y se mete en el área, queda adelante mío, saca un taco impresionante, me pega en las manos, me las dobla, me pega en la cabeza y yo caigo: gol. ¡Hay que tener mala suerte! Me levanto y veo que Ricagni se me viene encima a darme la biaba. Ahí cometí el más grande error de mi vida: salí corriendo. Me corrieron mis propios compañeros –yo tenía once años–, y corrí mucho más. Entonces me doy vuelta y ahí oigo que Ricagni me grita: “¡Alemán culo de pan!”. Y yo todo avergonzado, por supuesto, nunca más volví.
–¿Se quedó sin una segunda oportunidad?
–Siempre hay un momento para cobrárselas. Pasaron muchísimos años y en el ‘87, yo estaba en Berlín, recibí un llamado de Lita Stantic, la productora de María Luisa Bemberg –feministas, ambas–; me convocaban para realizar el guión de una película sobre fútbol. A mí se me escapó: “¿Ustedes, una película sobre fútbol?” Y Lita hizo como un minuto de silencio y me contestó: “Sí, ¿por qué no?”. Entonces les dije que lo podía hacer, pero les advertí que si hablaba sobre fútbol le iba a meter temasde política y sociología. Me dijeron que eso era lo que querían. Les pedí un día para contestarles y esa noche no pude dormir. Yo no tenía ganas, pero pensé en Ricagni y dije: lo voy a hacer, pero el castigo va a ser no nombrarlo e invitarlo al estreno.
–Y se hizo la película...
–¡Y no lo nombré! Aunque tampoco lo invité al estreno. Después me dio pena y cuando Editorial Sudamericana me pidió el guión para hacer el libro “Fútbol Argentino”, le agregué un texto al final (lee): “No hemos podido nombrar a todos... más de un hincha murmurará: “pero ni siquiera lo nombraron a Eduardo Ricagni, el goleador de Platense y Boca”. Ahí lo nombré a Eduardo. Y eso fue toda mi actuación en el fútbol.
–¿Quedó conforme con “Fútbol Argentino”?
–Estas mujeres tenían un material colosal. Todos los noticieros de todas las épocas. Y yo vi mucho material, un material precioso. Y los domingos iba a ver la cosa, a la cancha. La película fue difícil.
–¿Por qué motivos?
–Discutí mucho con el director. El me decía que no le fuera con política ni con sociología; él quería “hacer un ballet”, decía. Entonces, hablé con Lita, que nos reunió a los dos y nos pidió que nos pusiéramos de acuerdo. Me hubiera gustado que tuviera más emoción, más recuerdos, más poesía. El libro se acerca más a esto. A Osvaldo Soriano le gustó mucho y por eso hizo el prólogo. Soriano sabía mucho de fútbol.
–¿Qué aprendió con ese trabajo de investigación sobre fútbol?
–Aprendí a conocer más la sociedad y a lamentar más el sistema, el capitalismo. Eso de hacer que los clubes sean gobernados por empresarios, cuando debieran ser cooperativas y los dirigentes jugadores retirados, ya viejos, para que uno los pudiera ver siempre; una cosa absolutamente voluntaria y sin ningún interés comercial. Con el profesionalismo salvaje el fútbol se perjudicó totalmente, en todos los países del mundo. En Alemania, el Bayer Leverkusen está pagado por la empresa Bayer, de aspirinas. Ahora está por descender. ¡Ojalá!, aunque lleve mi nombre.
–¿Qué piensa de la violencia en el deporte?
–Es un espanto, un espanto. Mirá lo que pasó el otro día (en referencia a los dos hinchas de Newell’s asesinados en un enfrentamiento con hinchas de River), la gente que reacciona así es porque realmente no sabe cómo reaccionar de otra manera frente a las injusticias de la sociedad. Nadie de abajo inventa la violencia sino que es una reacción contra la violencia de la sociedad. Y da una tristeza enorme que se maten por una camiseta.
–¿Qué aspectos no le gustan del fútbol actual?
–Realmente, me da mucha bronca toda la comercialización. Los grandes equipos están formados por futbolistas comprados en cualquier parte. Quiere decir que a los países del tercer mundo les sacan a sus mejores jugadores. La gente ya no puede verlos como nosotros veíamos a José Manuel Moreno, al Torito Aguirre, a Pedernera; se los hubieran llevado a todos. Y después esto de las propagandas en la camiseta y los negociados, las peleas que hay entre los dirigentes y la televisión. En Alemania, por ejemplo, hay un affaire terrible entre la televisión y el Bayern Munich, porque al Bayern le pagaron coimas.
–Entonces, ¿hoy ya no le interesa el fútbol?
–No me interesa más. Veo los Mundiales, pero por curiosidad más que por cualquier otra cosa. El juego en sí es de una gran belleza. Pero no me interesa por todo lo demás que estropea la cosa.
–¿Y en los Mundiales por quién hincha?
–Por Argentina.

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