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Deportes|Domingo, 13 de enero de 2013
JOSE SUPERA, EX DEPORTISTA, PERIODISTA Y ESCRITOR

La vida entre el rugby y la literatura

Ganó la primera mención del Concurso Nueva Novela de Página/12 entre mil participantes. Su historia tiene el vértigo de sus textos. Como él dice: “Vomitados, esos que salen muy de adentro”.

Por Gustavo Veiga
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Supera, a los 31 años, ya tiene una trayectoria en la que se combinan varias ficciones y el periodismo.

José Supera sabe poner el cuerpo. Jugó casi la mitad de su vida al rugby. También se entregó la otra mitad a la literatura, entre novelas que él, dice, “se vomitan, salen muy de adentro de uno”. Hincha de Gimnasia y ex hooker de La Plata, navega a dos aguas entre esas dos pasiones: el deporte y la escritura. En diciembre recibió la primera mención del Concurso Nueva Novela de Página/12, entre casi mil obras, por El limpiavidrios. Un honrosísimo segundo puesto (el ganador fue Omar Celso Lunghi) que lo dejó alelado.

A los 31 años ya tiene una trayectoria en la que se combinan varias ficciones (Atrapamoscas de Venus, La resurrección de la carne y Sin ver La Paz, entre otras), la redacción de textos publicitarios y el periodismo. Escuchándolo, da la sensación de que juega con cada palabra, como cuando empujaba en el scrum para taconear una pelota. Una seria lesión en el cuello lo sacó de la cancha. Pero le sirvió de plataforma para sumergirse en un océano de fantasías y letras.

–¿Cómo transcurrió su vida en el mundo del rugby?

–Soy de Gonnet de toda la vida, el club La Plata está a cinco cuadras de mi casa. Mi viejo había jugado, mis hermanos Bernardo –vicepresidente de Gimnasia– y Juan también. En mi familia hay muchos deportistas. Mi tío es Gabriel “Bambi” Flores, que fue campeón del mundo con Estudiantes. Yo jugué al rugby de manera ininterrumpida entre los 6 y los 20 años. Hasta que una vez se derrumbó el scrum, caí para adelante y se me dobló el cuello. Estuve en el hospital, perdí sensibilidad en las piernas y después de eso hice una recuperación, volví y ya no fue lo mismo. En una gira, cada vez que tackleaba y terminaba el partido, quedaba todo duro, me hormigueaban las manos. El médico entonces me dijo: ‘Ya te avisé que no podías jugar más’. Y ahí decidí dejar. Iba para adelante con miedo.

–¿Usted hace la revista oficial del club con dos jugadores en actividad?

–Sí, fue una idea medio conjunta entre los tres, con Dimas Suffern Quirno y Augusto Ramos, que son amigos míos y les hinché las bolas para hacer la revista. Sin ellos no hubiera existido. Siempre escribimos del tema de los desaparecidos que tuvo La Plata y que nunca se habló en el club. En realidad, nunca me consideré un periodista deportivo, pero sí un periodista que escribe sobre lo que pasa adentro del club, no analizo los partidos, hay otro pibe. Yo me encargo de los personajes y la historia, que me interesa mucho, incluso tenemos la sección “Hall de la Fama”, donde rescatamos a muchos que son desaparecidos políticos. Me parece rebueno que los chicos del club, que por ahí los vienen a buscar sus papás en una 4x4, sepan que hubo jugadores que tenían la misma camiseta que ellos y murieron peleando por sus ideales. El rugby te enseña a ir para adelante. Pero mirando siempre para atrás. Es un concepto muy interesante que tiene porque el pase se da hacia atrás. Y nosotros como sociedad creo que tenemos que avanzar, pero mirando hacia el pasado.

–¿Consiguió algún logro deportivo importante mientras integró los equipos del club?

–Yo salí campeón de la URBA. Tengo la medallita y todo. Ganamos el torneo de menores de 22. Jugué pocos partidos porque en esa categoría era de los más chicos. El rugby te da un sentido de pertenencia que vos podés usarlo para bien o para mal. A mí me tocó una división de rugby divina. Eramos el anti-rugby: un grupo de amigos fotógrafos, escultores, periodistas, creativos publicitarios, abogados, una mezcla muy rara que no se da tanto en ese ambiente, donde encontrás más empresarios. El nuestro es un grupo más heterogéneo, más copado.

–¿Qué pasó desde el momento en que se lesionó?

–Haber dejado de jugar me cambió un poco la vida. Fue raro, estaba muy metido en ese ambiente. Iba a entrar al plantel superior, yo quería integrarlo, tenía ganas, me estaba preparando mucho hasta la lesión en el cuello y ahí empecé a priorizar otras cosas, como la escritura.

–¿Y cómo nació su relación con la literatura?

–Mi vieja a los diez años me llevó a un taller literario porque veía que les metía a los libros, que escribía. Y así empecé con mis primeras historias. Hacía toda la típica vida de rugbier, con vacaciones en Pinamar, pero yo tenía 15 años y cuando todos volvían de la playa, agarraba mi cuaderno y me sentaba a escribir a la tarde, dos horas. Tenía 14, 15 y me ponía a escribir delirios míos, porque no escribía sobre lo que pasaba ahí. Escribía cosas que me imaginaba. Ahora tengo 31, pero mi primera novela la debo haber escrito a los 24. Se llama Atrapamoscas de Venus. Es el nombre de una planta carnívora y trata sobre un asesino serial, una historia copada. Si hoy la veo es como que me horrorizo, pero bueno, yo sabía que estaba experimentando para crecer. Pensaba que no la iba a entregar en ningún lado. Siempre tuve la idea desde mis 23, 24 años, que quería escribir y hacer un modo de vida de eso.

–¿Sobre todo desde que dejó de jugar al rugby?

–Desde ya. Porque después de que abandoné el rugby tuve que meterme en un camino, que fue el de recibirme como director creativo publicitario y trabajé como redactor escribiendo para grandes marcas, pero sin dejar mis ficciones.

–Usted vivió en Bolivia, donde escribió una de sus novelas, Sin ver La Paz. ¿Qué le dejó esa experiencia?

–Estuve dos años en La Paz, allá jugué al fútbol unos meses como profesional también. En mi equipo atajaba el tercer arquero de la Selección de Bolivia que había ido al Mundial de Estados Unidos. Y todos ex jugadores de The Strongest, del Bolívar. Me ofrecieron laburo como director creativo en una agencia de publicidad. Era un momento en que estaba muy loco. Evo acababa de llegar al gobierno. Me tocaron los dos primeros años de él. Allá venían de gobiernos muy de derecha que le robaban al pueblo. Esa experiencia me hizo crecer mucho. La novela Sin ver La Paz es la historia de un brujo viejo y ciego que se sentaba en la puerta de una iglesia y a cambio de unas monedas adivinaba el futuro.

–¿Cómo surgió la idea de presentarse con El limpiavidrios al Concurso de Página/12?

–Fue reloco. Estuve todo un año trabajando en una novela que la terminé un mes y medio antes de que llegara el último llamado para el concurso de Página/12. Pero me di cuenta de que la novela no me cerraba. Se llama El limbo donde quedan las cosas que desaparecen. Es sobre la historia de un mago en la época de la dictadura. La leyó Julián Axat, un gran amigo y poeta, y me dijo que si mandaba ésa ganaba. Yo no le tenía confianza, me parecía medio redundante mandar a un concurso de Página/12 algo sobre la dictadura. Tenía ese miedo. Hasta que un día iba caminando por la calle, vi a un tipo colgado de un edificio que estaba limpiando vidrios, lo miré un segundo y me dije: debe ver todo lo que pasa desde ahí arriba. Y nada, faltando un mes para el premio se me ocurrió escribirla. La mandé prácticamente sin corregir.

–Parece asombrado por haber ganado la primera mención...

–Desde ya. Cuando me nombraron primera mención no me lo esperaba. Es más, cuando nombraron a la segunda mención dije: chau, ya está. Así que nada, estoy feliz porque es un reconocimiento a lo que a mí me gusta hacer, a lo que amo hacer. Guillermo Saccomanno accedió a corregir la novela conmigo. Y que haya aceptado, ése es el premio. Estoy más que contento por eso también.

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