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Deportes|Miércoles, 13 de febrero de 2013
Ya no conmueve Jeremy Lin

Vida de película

Por Daniel García Marco

La fiebre que provocó Jeremy Lin en sólo un mes volvió loca a Nueva York y a la NBA. Un año después, poco queda de “Linsanity” (locura por Lin) en torno de un jugador ahora estancado en Houston. Manhattan se sacudió en febrero de 2012 cuando de la nada y casi por casualidad surgió Lin. Todo comenzó un 4 de febrero. El técnico de New York Knicks, Mike D’Antoni, asolado por las derrotas y las lesiones, recurrió a un ágil base de origen taiwanés rechazado sistemáticamente primero por las universidades con mejores equipos de baloncesto y luego por las propias franquicias de la NBA.

Lin jugó de titular por primera vez: anotó 25 puntos en 36 minutos. ¿La suerte del primer día? No. Repitió con 28 puntos ante Utah, 23 y diez asistencias frente a Washington y 38 contra Los Angeles Lakers el 10 de febrero. Siete días, cuatro partidos y números de otra galaxia para un debutante. Terminó el mes de febrero con una media de 20,9 puntos, 8,4 asistencias y 2,1 robos. Las tiendas en la Gran Manzana empezaron a vender su camiseta con el 17 sin pausa y el precio de las entradas para el Madison Square Garden se multiplicó. Detrás de los números, una historia de superación de un joven de origen taiwanés que no fue seleccionado en el draft y se tuvo que hacer un hueco en el baloncesto con sacrificios y desde una universidad, Harvard, de elite en todo menos en la cancha. Sin beca, la pelota quedaba sólo para el tiempo que le permitía su licenciatura en Economía.

El país quedó sumido en el estado febril de la “Linsanity”. El presidente Barack Obama lo felicitó, Nike enseguida le puso zapatillas, la revista Time lo llevó a su portada y la NBA vio en el joven de rasgos asiáticos un film para un mercado que se enfrió con la retirada del chino Yao Ming. “No he hecho el cálculo económico, pero ningún otro jugador ha creado un interés y un frenesí así en tan corto período en ningún deporte como lo ha hecho Jeremy Lin”, decía entonces David Stern, comisionado de la NBA.

“Fue el momento de mi vida”, reconoce ahora Lin, pasados los meses. “Fue divertido, es algo que recordaré siempre”, agrega. Lin habla en pretérito porque su presente en Houston Rockets no es tan explosivo. El base de 24 años demuestra el viejo dicho de que es más difícil mantenerse que llegar. La fiebre en Nueva York se extinguió a los dos meses. Mike Woodson reemplazó en el banco a D’Antoni, cuyo básquetbol frenético se llevaba perfectamente con las habilidades de Lin. Luego llegó una lesión de menisco. El base disputó su último partido con los Knicks el 24 de marzo. A partir de ahí, operación, recuperación y negociar nuevo contrato.

Houston, el equipo que lo rechazó en su momento, le ofreció un acuerdo de tres años por 25 millones de dólares. Los Knicks no igualaron la oferta. Sus camisetas, cotizadas otrora a precio de oro, pasaron a venderse en Manhattan en la esquina de saldos a un dólar.

Los Rockets adquirieron a Lin y a James Harden para relanzar una franquicia que pelea por entrar en los playoffs por el título. Harden anota como era de esperar, pero Lin no es el director de juego que soñaba el técnico Kevin McHale. “La ‘Linsanity’ fue quizá un poco demasiado para él”, dice McHale sobre una fiebre retratada incluso en un documental que se presentó el mes pasado en el festival de Sundance. “En realidad, Lin es muy buen jugador con nuevos compañeros, todos jóvenes, y con mucho por aprender”, agrega el entrenador. Y es que al fin y al cabo, el base, precipitado en muchas ocasiones y sin química aún con Harden, está cumpliendo ahora su primera temporada completa en la NBA. Eso se nota en su regularidad: alterna actuaciones brillantes con otras muy discretas, asiste mucho pero también registra muchas pérdidas. Promedia 12,5 puntos, 6,1 asistencias y 2,9 pérdidas. No son malas estadísticas, pero lejos de aquellas que impresionaron a medio mundo hace un año.

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