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Uno esperó pacientemente –en la práctica, una semana– alguna reacción, alguna autocrítica respecto del olvidable esperpento que en el Camp Nou protagonizaron Barcelona y Real Madrid, el pasado sábado.
Sin embargo, las referencias, múltiples por cierto, dadas las expectativas que siempre provocan los partidos entre dos de los clubes más importantes del fútbol del mundo, para nada se ocuparon de lo mal que jugaron tanto locales como visitantes.
Pero como quien esto escribe, absolutamente inscripto entre quienes consideran al Barcelona de hace varias temporadas a esta parte el portaestandarte de cómo debe jugarse para que el disfrute sea mayor, varios se preguntan cómo puede ser que, en tan poco tiempo, Messi y Xavi hayan perdido precisión, que Víctor Valdés le pegue para arriba en vez de salir jugando, que nadie le avise a Dani Alves que nada tiene que ver con lo que hizo maravilloso el juego de este equipo su empecinamiento en tirar centros a lo que fuere, costumbre que ya se había hecho habitual cuando el entrenador era Guardiola. Y así siguiendo...
Como los futbolistas tienen memoria, uno se ilusiona con un “volver a ser” de los jugadores del equipo catalán que tanto placer nos dieron durante muchos momentos de los últimos años.
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