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Deportes|Martes, 17 de junio de 2014
Opinión

Que no nos maten la fiesta

Por Facundo Martínez
Desde Belo Horizonte

Desde que este enviado puso un pie en Brasil, recorrió cuatro ciudades en siete días, visitó tres estadios extraordinarios y dialogó con hinchas y colegas de muchos países. De aeropuerto en aeropuerto, volando de un lado a otro, abordando taxis, trenes y subterráneos y, por supuesto, caminando, pudo hacerse una idea de lo inmenso que es, de su morfología singular, con esos morros que se levantan imponentes en buena parte de su geografía, de sus inmensas playas de arena blanca, de sus favelas, entre pintorescas y preocupantes, de la mucha riqueza de los barrios bien y de la extensa pobreza de sus suburbios y de los incontables helipuertos de los edificios céntricos de San Pablo, desde donde parten los ricos a sus trabajos, para evitar por la vía aérea el terrible problema del tránsito, que hace que las calles de Buenos Aires se vean como autopistas.

No pudo aún conocer el Cristo Redentor, aunque sí alcanzó a ver su imponente figura, que todo lo abraza, desde la cima de la montaña del Corcovado; incluso el Pan de Azúcar no fue más que una pintura sobre el inmenso mar Atlántico, que desde el cielo se ve repleto de barcos cargueros que van y vienen formados ordenadamente, en líneas rectas y paralelas.

Aquí, muchos ya lo sabrán, la hospitalidad es grandiosa. Tanto como lo son los precios. Quizá tenga que ver en esto el hecho de que el espectáculo del fútbol, en este estado que atraviesa de modernización permanente, se está convirtiendo ya no tan lentamente es un espectáculo para las clases pudientes. Porque es obvio que mucha gente no puede pagar hasta 2000 reales por una entrada, como aquí han hecho algunos turistas europeos para no perderse, por ejemplo, el debut de Messi en el Mundial.

Restaurantes lujosos dentro de los estadios –en los que por una simple gaseosa hay que abonar hasta 8 o 10 reales (45 y 50 pesos) o unos 40 reales para un menú económico (160 pesos)–, o plateas Premium, para VIP entre los VIP, a precios prohibitivos; así la gente de a pie se va quedando afuera, injustamente. Entonces queda la televisión y, aquí, además, los Fan Fest.

Puede ser que esta realidad, la de un fútbol para pocos en la cancha y para muchos afuera, termine algún día matando al fútbol, ese fútbol que creció al amparo de las masas y que ahora las expulsa para asegurarles asientos en las gradas a las grandes corporaciones, que compran con privilegios para repartir entre sus clientes y asociados.

Se rescatan de todo eso las palabras de un colega mexicano, con el que hablamos de la Selección, de Messi y también de Boca; me contó que se inició en el oficio de periodista leyendo la revista El Gráfico, que un exiliado argentino amigo de su padre recibía de tanto en tanto allá por los años ’80: “El era de River, pero yo leyendo la revista me hice de Boca, y nunca me lo va a perdonar”.

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