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Deportes|Martes, 2 de septiembre de 2003

La Selección va a Atenas con un crédito ilimitado

La paliza final y algún tropezón ante rivales accesibles no puede desmerecer ni opacar el brillo de los logros en Puerto Rico: Argentina dominó a sus rivales históricos.

Por Ariel Greco
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Un equipo, un plantel, una generación que pasa por su mejor momento y no alcanzó su techo.
La actuación de la Selección Argentina de Básquetbol dejó en el ambiente una sensación ambigua, que no permitió tomar la verdadera dimensión de lo que logró el equipo de Rubén Magnano en Puerto Rico. Por un lado se consiguió el objetivo planteado, que era la clasificación para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Sin embargo, dos derrotas inesperadas, ante México y Venezuela, y la paliza recibida ante el Dream Team en la final le restaron brillo a la conquista, pero de ninguna manera esas manchas deben desmerecer la medalla de plata obtenida.
La primera lectura que debe dejar la labor en el Preolímpico es que Argentina ratificó que es la segunda selección del continente. En los enfrentamientos ante las otras potencias americanas, la Selección marcó su hegemonía. Más allá de algún susto en los cierres, sucesivamente dominó a Puerto Rico, a Brasil y dos veces a Canadá. Las victorias en esos partidos clave le dieron la clasificación y disimularon las caídas ante México y Venezuela. Y, de cara a los Juegos, ese antecedente es muy alentador.
Los dos cruces ante Estados Unidos también deben dimensionarse de manera adecuada. En una entrevista con Página/12 antes del torneo, Juan Ignacio Sánchez admitió que pese a las ganas, ante las verdaderas estrellas de la NBA no había chances de repetir el triunfo de Indianápolis. Luego, la realidad del primer partido estuvo cerca de desmentirlo. Con concentración, juego de equipo y determinación, Argentina obligó al Dream Team a un esfuerzo máximo, sin lagunas ni relajamientos. Pero igual hay que tener en cuenta que las chances de un triunfo ante los estadounidenses no dependen de las fuerzas propias sino de las posibilidades que ellos otorguen: jugar al 100 por ciento y esperar que se equivoquen.
La historia fue muy distinta en la final. El segundo mejor Dream Team desde que se implementaron en 1991 jugó de acuerdo a lo que se podía esperar por el nombre de sus integrantes, con la actitud de apabullar a Argentina y no dejarle ni el más mínimo resquicio para soñar con la hazaña. Tenían una cuenta pendiente y buscaron saldarla. Por el contrario, los de Magnano salieron sin la concentración que genera la necesidad de un resultado, con la relajación de que el objetivo estaba cumplido y con la liberación de los nervios contenidos durante un doce días de competencia. Por eso, con esa diferencia de mentalidad, la paliza no sonó ilógica.
El tercer punto del análisis pasa por las derrotas ante rivales sencillos. Es claro que la enseñanza que debe asimilar el grupo es que no está en condiciones de resguardar fuerzas ante ningún rival. No puede ni sabe regular, y es inadmisible que pierda un partido como el que se le escapó ante Venezuela. Además, le pasó algo similar en los amistosos ante España y se repitió en varias ocasiones en el torneo, aunque el colchón de ventaja que traía le alcanzó para mantener los triunfos. Lo único positivo para sacar de esa situación fue la respuesta anímica que tuvo el equipo para recuperarse de los cachetazos: tras la caída ante México, vapuleó a Uruguay; tras perder con Venezuela, le dio una paliza a Dominicana.
En cuanto a los rendimientos individuales, lo más rescatable resultó el crecimiento sin techo de Andrés Nocioni, la regularidad y jerarquía de Fabricio Oberto y el aporte desde el banco de Alejandro Montecchia. Lejos de cumplir un gran torneo, Emanuel Ginóbili apareció en su dimensión en el encuentro clave ante los canadienses. El resto rindió dentro de lo esperable, más allá de que Luis Scola y Juan Ignacio Sánchez estuvieron por debajo de lo que ya mostraron en otros torneos. Por eso, el crédito de este equipo de cara a Atenas sigue siendo ilimitado.

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