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Deportes|Viernes, 15 de mayo de 2015
LA SUSPENSION DE BOCA-RIVER EN LA BOMBONERA

Una de las vergüenzas más grandes del fútbol argentino

Anoche se vivió un auténtico disparate. La Conmebol decidirá hoy la suerte de la serie de octavos de final de la Libertadores. Si se aplica el artículo 23 del reglamento, Boca perdería el partido y River se clasificaría a los cuartos de final.

Por Juan José Panno y
Adrián De Benedictis
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Gonzalo Martínez entra al campo de juego con los ojos afectados por el gas, lo siguen Mayada y Funes Mori. Daba comienzo la gran vergüenza en la Bombonera.

La Conmebol decidirá en las próximas horas si le da por perdidos los puntos a Boca o si se juegan los 45 minutos finales del encuentro por los octavos de final de la Copa Libertadores ante River. En un día en el que el fútbol se vio sacudido por la muerte del chico Emanuel Ortega, de San Martín de Burzaco, lo que llevó a la AFA a suspender la fecha del fin de semana, se produjo un nuevo episodio de la tremenda violencia en la que está envuelta nuestro fútbol.

Lo que sigue es la crónica de un disparate:

Va a comenzar el segundo tiempo. El árbitro y sus colaboradores esperan la reanudación en el medio de la cancha. Boca sale presuroso con Lodeiro, que iba a reemplazar al pibe Pavón, y con la intención de lavar la pobre imagen que había dejado en el primer período. La gente planchada con esa pobre actuación del equipo local alienta tibiamente. De pronto, aparece Barovero por la manga y enseguida vuelve sobre sus pasos. En el interior del plástico que comunica los pasillos de la Bombonera con el campo de juego, había ocurrido el bochorno. El gas pimienta arrojado –a través de dos soldadoras– desde la tribuna baja de Casa Amarilla sobre el ventilador que infla la manga provoca el desastre: irritación en los ojos de los jugadores de River, conmoción en algunos, mareos en otros. En un primer momento parece que se van a volver a los camarines, pero no, se meten en la cancha y van hacia el círculo central. Los jugadores de Boca miran anonadados. El árbitro no sabe cómo reaccionar. Da la sensación de que se va a suspender inmediatamente el partido, pero no. La locura suma nuevos episodios: entra el presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, el vice segundo Matías Patanian y sus custodios privados. Alguien se acuerda del jeque kuwaití que entró a la cancha disconforme con el árbitro en un partido contra Francia, en el Mundial de España ’82. Otros recuerdan a Juan Carlos Lorenzo y a Carlos Bilardo en algunos duelos de la Libertadores en los fines de los ’70, cuando se apuntaba a ganar de cualquier manera y se preguntan quién autorizó la entrada de los imbéciles que arrojaron el gas pimienta. D’Onofrio quiere hacer justicia por mano propia y les dice a los jugadores que se vayan, Arruabarrena también quiere hacer justicia, pero con D’Onofrio, y Gago lo frena. Media hora después del momento pactado para que se vuelva a jugar, todos siguen en la mitad de la cancha y un avioncito manejado a control remoto (un dron que le dicen) cruza el aire y se posa sobre la montonera de los jugadores de River. Del avión cuelga una letra B, evocando el descenso de River. Un eslabón más de la cadena de despropósitos que alguno justifica, porque hace unos años en el Monumental los directivos permitieron que entrara un gigantesco chancho de plástico. La gente canta contra River, amenaza con que nadie va a salir con vida y el veedor de la Conmebol, el boliviano Roger Bello, dialoga con los árbitros. Todo indica que el partido se va a suspender, pero la incertidumbre sigue un rato más. Los jugadores de Boca se mueven dentro de su campo, hacen calentamiento y presionan para que se juegue nomás el segundo tiempo. Los policías van y vienen, mientras vuelan botellas y distintas clases de objetos desde las populares. En las plateas no se quedan atrás y alguien arroja un cascote sobre el vidrio del palco donde están los directivos de River. Después de eso deciden emprender la retirada. Los dirigentes de Boca miran al jefe de seguridad del club, Claudio Lucione, ex comisario de la seccional 17ª del barrio de Recoleta cuando fue denunciado por corrupción, en septiembre de 2012, por la entonces ministra de Seguridad Nilda Garré. También fue acusado en ese momento de permitir una “zona liberada” en el coqueto barrio que sufría una ola de entraderas. Los directivos de River piden garantías para irse, ya con la seguridad de que el partido se va a suspender. Y finalmente a las 23.05, casi una hora después de la salida de los equipos a la cancha, se anuncia oficialmente la suspensión. Mucha gente emprende la retirada, pero la barra brava y algunos plateístas no se resignan y cantan y siguen tirando de todo agravando la situación. En la manga, más calmos, Arrubarrena y D’Onofrio. Pasada la medianoche los dos planteles siguen en el campo de juego. Ya eran una historia antigua los 45 minutos de juego, la impotencia de Boca que todo ese tiempo sólo había pateado una vez más al arco, la mejor actuación de River que había controlado estratégicamente el juego, y hasta se había animado a acercarse hasta Orion. Pero en la noche de la Bombonera el fútbol pasó a segundo plano, tapado por la vergüenza, el bochorno, el disparate.

Habrá que ver qué decide ahora la Confederación Sudamericana de Fútbol, si le da por perdido el partido a Boca (será lo natural, lo más lógico) o si decide que se juegen a puertas cerradas los 45 minutos que faltan. Lo que no cambia es la sensación de vergüenza que los arrastró a todos.

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