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Deportes|Domingo, 23 de noviembre de 2003

Cómo se hundió River en el default futbolístico

Le pasó como a la Argentina de los ‘90: vendió todo lo que tenía y, lejos de achicar su deuda, quedó desguazado. El club de Núñez transitó un camino que su clásico rival parece haber empezado a desandar, ahora en la etapa del menemismo temprano.

Por Susana Viau
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A la derecha, Jose María Aguilar, el presidente de un River hundido en el default futbolístico.
Dijeron que las cosas iban a cambiar. La señal resultó ser el alejamiento de Ramón Díaz. A eso se redujo todo. Después llegó la debacle y el declive del club pudo ser contado como una parábola de la Argentina de los ‘90. El país debía 70 mil millones; los 48 de River no se medían en miles sino en decenas. La Argentina resolvió canjear la deuda y privatizó los servicios públicos. River sólo tenía a sus jugadores y se desprendió de los mejores, hasta de los chicos recién salidos de las inferiores. Todo lo que apuntaba a un porvenir brillante fue a parar a la primera de los clubes de los mismos países que nos atendían por teléfono, nos administraban la luz, el agua y nos achuchaban con la falta de gas. Si tenían suerte, se mantenían como titulares; si no, iban al banco, repleto de otros como ellos (brasileños, colombianos, uruguayos, africanos) ganados al tercer mundo. Así, igual que ENTel, las jubilaciones, Obras Sanitarias, YPF, SEGBA, Gas del Estado, Aerolíneas, se fueron Crespo, Ortega, Salas, Gallardo, Almeyda, Sorin, Ayala, Berti, Berisso, Yepes, Burgos, el Chino Garcé, Placente, Demichelis, Aimar, Saviola, D’Alessandro, Angel, vendidos, incluso, a mitad de temporada. River, como el país, quedó desguazado. Argentina entraba en cesación de pagos y River en default futbolístico. A esa filosofía administrativa la había definido Roberto Dromi con un fallido memorable: “Lo que deba permanecer en manos del Estado será privatizado”.
Cuando la Argentina terminó el remate hubo un espejismo de esplendor, pero más valía no pensar en lo que ocurría por abajo. Al final, el castillo de naipes se cayó. El Estado ya no tenía patrimonio y la deuda no sólo no se había pagado sino que había subido a más de 150 mil millones. El corolario fue el 20 de diciembre de 2001. River revoleó talentos por unos ¿digamos 100,120 millones?, la mitad de ellos durante la convertibilidad. Sin embargo, su pasivo apenas disminuyó a 23 o 24. Tampoco le quedaba nada y el semillero estaba casi agotado. La crisis se fue gestando hasta estallar en el último River-Boca. Era el 20 de diciembre de la conducción y los amotinados tomaron para sí el “que se vayan todos// que no quede//ni uno solo”. Igual que De la Rúa con el estado de sitio, Aguilar y sus colaboradores confirmaron al técnico, Manuel Pellegrini, un tipo correcto pero que, en Núñez, no va ni para atrás. “River cumple con sus compromisos”, dijo el presidente, calmo porque la factura por los “compromisos” la levantan los domingos Coudet, Cavenaghi, Mascherano, el Chori Domínguez, Maxi López, al exponerse a una rechifla que no merecen. ¿El cambio prometido sería esto de tener que consolarse viendo a River metamorfoseado en Selección Nacional?
Si sirve de consuelo, los que ofrecen “el baile del siglo” no están mejor: simplemente atraviesan la etapa del menemismo temprano. Después, es inexorable, el camino desemboca sí o sí en el menemismo tardío.

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