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Deportes|Jueves, 17 de diciembre de 2015
Sanfrecce mostró la evolución del fútbol japonés

Un tamagotchi y la mitad del otro

Por Juan José Panno
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Barovero se transforma en arquero de handball y salva a River ante Minagawa.

Nahoiro Takahara no dejó muy bien parado al fútbol japonés cuando vino a jugar a Boca, a mediados del 2001, por cuenta de Mauricio Macri, que soñaba con la apertura del mercado nipón. Una movida marketinera del estilo de algunas que ensaya en estos tiempos de poder concentrado. El ponja macrista, que Bianchi no quería ni mamado, jugó 7 partidos, hizo un gol (el sexto de un triunfo por 6 a 1 ante Lanús) y en un partido contra el Colo pateó al arco, le erró a la pelota, levantó un montón de pasto y dio lugar a una recordada tapa de Olé que lo llamó “Van Pasten”. Mucha agua y mucha pelota corrieron bajo los puentes del fútbol japonés, que ha ido creciendo lentamente, pero sin pausa. El Sanfrecce Hiroshima es una prueba de ese nivel que se ha ido elevando. A River le opuso más resistencia de la esperada, mantuvo el cero a cero hasta un rato antes del final y hasta dispuso de ocasiones como para marcar un gol. Una victoria de los japoneses podría haber provocado multitudinarios harakiris simbólicos. El harakiri, como se sabe, es un suicidio que practicaban los samurais para morir con honor antes de caer en los brazos del enemigo. ¿Qué hubieran hecho los casi veinte mil hinchas de River que se fueron hasta tan lejanas tierras si perdían en la semifinal y quedaban expuestos a las burlas más sangrientas del archienemigo boquense? ¿Harakiris masivos? Pero –por suerte para ellos– nada de eso se dio y la película del Mundial de Clubes, que ya no podrá ser de terror, continúa. A propósito de películas, otro japonés para el recuerdo es Kurosawa.

Akira Kurosawa (1910/1998) fue un notable cineasta, director de films memorables como Los siete samurais, Dersu Uzala, Sueños, Kagemusha y Madadayo, entre otras. Con un estilo perfeccionista se caracterizaba por el talento para reflejar una misma situación desde distintos planos, con varias cámaras, tomándose el tiempo suficiente para encontrar el corazón de la escena. Con el gol de River el hombre nos hubiera mostrado maravillosamente las endebles manos del arquero japonés, la viveza de Maidana para ganar en el salto y la precisión de Alario para mandarla a la red, dando razón a aquello de que dos cabezazos en el área es gol. Y seguro que de yapa no se privaba de trazar paralelos con Barovero, que tuvo las manos más de acero que nunca, se atajó todo en el primer tiempo y fue una de los responsables de un triunfo que hizo acordar al tamagotchi.

El tamagotchi, creado por un japonés vivillo, era una mascota de juguete, más bizarra, menos trabajosa que un perrito de verdad, que se vendía como pan caliente a finales del siglo pasado. Los niños (y algunos adultos aniñados) tenían que acordarse de apretar los distintos botones del menú para que el bichito no se muriera. Una gilada virtual que anticipaba el futuro. El coso en cuestión tenía forma de huevito. El recuerdo viene a cuento por eso, por lo que le costó a River ganar esta semifinal: un tamagotchi y la mitad del otro.

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