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Deportes|Martes, 11 de junio de 2002
CASTIGAN LA SIMULACION MIENTRAS SIMULAN ARBITRAR

El escándalo de los referís

Por Gustavo Veiga
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Cinco franceses presionan al árbitro en el partido contra Uruguay.
Las palabras mágicas y aleccionadoras, por lo visto, no han dado resultado. Summa Petenda, del latín, significa: aspira a lo máximo. Bajo ese lema, 36 árbitros y otros tantos jueces de línea asistieron a un seminario organizado por la FIFA antes del Mundial. El mensaje que les inculcaron durante aquel encuentro se basó en castigar con severidad cualquier simulación que cometieran los jugadores durante los partidos. Eso difundieron los pregoneros de Joseph Blatter, pero el rigor no se aplica. Hecha la excepción del brasileño Rivaldo –hasta ahora, mejor actor teatral que conductor de equipo–, sin embargo, quienes más fingen son ellos, los referís. Aparentan ser buenos para dirigir, pero no aciertan una.
Y los ejemplos abundan: desde el impresentable inglés Poll, quien le anuló dos goles legítimos a Italia contra Croacia a instancias de un extraviado asistente danés, Larsen; hasta el suizo Meier, quien fraguó un penal a favor de Corea contra los EE.UU., por lo que pasó a integrar el denominado “Eje del Mal”, la papelera de reciclaje donde el presidente Bush arroja a sus enemigos.
Sobre este tembladeral arbitral camina la Selección Argentina, que se jugará la permanencia en el Mundial frente a los suecos en un puñado de horas. Al equipo que conduce el atribulado Marcelo Bielsa le tocó un tal Ali Bujsaim, oriundo de los Emiratos Arabes y cuyos antecedentes indican: un debut internacional a comienzos de los años ‘90 en Pakistán-Jordania, dos mundiales dirigidos (Estados Unidos ‘94 y Francia ‘98) y el aval de la FIFA, que lo considera uno de los jueces “más expertos” junto al italiano Collina, el dinamarqués Nielsen y el egipcio Ghandour.
Los cabalistas y augures autóctonos podrían sentenciar que la designación no es un buen presagio para el Seleccionado. Ali Bujsaim dirigió a Suecia en el Mundial de EE.UU., cuando el equipo nórdico goleó 4 a 0 a Bulgaria en el decorativo choque por el tercer puesto. Incluso, hasta podrían aventurar que su antecedente más inmediato –Senegal 1, Francia 0- va en línea con la tendencia a eliminar candidatos y la Argentina lo es, siempre y cuando continúe en carrera después de mañana.
El referí árabe, como sus 71 colegas nominados para controlar los partidos del Mundial, debió pasar por una estricta evaluación física antes de viajar a Corea y Japón. Le tomaron el famoso test de Cooper, que consiste en trotar durante 12 minutos una determinada cantidad de metros. A los jueces se les exigió recorrer 2800 metros, el equivalente a siete vueltas alrededor de una pista de atletismo. Además, un instructor belga, especialista en entrenamientos para árbitros, lo supervisó con un monitor especial que mide la frecuencia cardíaca para definir su particular plan de acondicionamiento físico. Angel Sánchez, nuestro compatriota designado para dirigir en el Mundial, también fue sometido a esas pruebas.
Pero la mayoría de estos hombres tiene otro tipo de problemas. El examen que no rindieron bien hasta hoy es técnico, reglamentario, está vinculado al juego que deben resguardar, al fair play con que la FIFA machacó durante años hasta anestesiarlos. Durante este Mundial ratificaron su ineptitud que, en algún caso, hasta se torna sospechosa (basta recordar Brasil-Turquía, por ejemplo). Catorce de los árbitros principales son europeos –una amplia mayoría–, lo que indica una cosa: en el Viejo Continente, gracias al poderío económico de sus principales ligas, juegan los mejores jugadores y dirigen árbitros tan malos como los de Africa, Asia u Oceanía. El alemán Merk, quien se devoró un penal favorable a Rusia en el partido contra Japón, y los ya mencionados Poll y Miers lo corroboraron con sus desempeños.
“Si logran cumplir el lema del seminario, serán los ganadores y conseguirán su objetivo: contribuir al buen juego”, aventuraron desde las altas esferas de la FIFA al referirse al equipo que aunque no patea al arco, suele definir partidos con el solo recurso de hacer sonar el silbato o silenciarlo, levantar un banderín o dejarlo permanecer junto al muslo.
Que Alá y todos los dioses protejan a nuestra Selección de un eventual lapsus de Ali Bujsaim.

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