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Deportes|Domingo, 14 de mayo de 2006
OPINION

Porque no es lo mismo...

Por Diego Bonadeo

Archisabido casi todo y archiescrito también casi todo sobre el Mundial de Suecia de 1958, vale la pena detenerse un poco en lo que, cuatro años después, fue otra frustración para el fútbol argentino: Chile 1962. Treinta años antes de que se institucionalizara en la Argentina la “cultura menemista”, el máximo referente del “fútbol basura” en nuestro país, Juan Carlos Lorenzo, recientemente llegado de Italia por entonces para hacerse cargo de San Lorenzo, fue nombrado técnico de la Selección.

Ya en 1960 había comenzado la “desnacionalización” de nuestro fútbol así como tres décadas después el menemato “desnacionalizó” el país. Parecía que solamente era bueno lo importado. Jugadores, tácticas, pizarrones, discursos, directores técnicos... Lorenzo convocó a un “pre-plantel” de cuarenta y cuatro jugadores –estaban los once titulares de San Lorenzo– y para el partido clave de la primera rueda (contra Inglaterra en Rancagua) decidió que el ocho fuese Rattín (histórico cinco de Boca) y el cuatro, Cap (alternativamente cinco o seis). Cap no pudo con Bobby Charlton y el equipo nacional no pudo con los ingleses: 1-3.

Lorenzo quedó a cargo de la Selección para el Mundial de Inglaterra en 1966, cuando ocurrió el episodio de la alfombra real durante el partido contra los ingleses. Tras la eliminación ante Perú en la clasificación para México ’70, Víctor Rodríguez, José Varacka y Vladislao Cap se hicieron cargo de la Selección para el mundial siguiente. Casi con un pie en el avión, faltaba completar una plaza para la cual había dos candidatos: Carlos Aimar y Carlos Babington. Como era lógico, la cofradía “griguoleana”, ya existente por aquella época y con cierto predicamento en el cuerpo técnico, jugó para Aimar. Pero fue Babington.

El tacticismo no quería a Osvaldo Ardiles para Argentina ’78. Para ellos, pesadores por kilos y medidores por centímetros como si los futbolistas fuesen levantadores de pesas, el cordobés era demasiado “chiquitito”. Pero fue Ardiles y después, con Ricardo Villa, resultó exitosísimo en Inglaterra. Nada especial antecedió en cuanto a los convocados para el siguiente torneo, aunque sí para México ’86, cuando una movida casi de Estado pretendió reemplazar a Bilardo dadas las paupérrimas performances de la Selección en la etapa previa. Pero a pesar del sector desestabilizador, Bilardo siguió. Y, a pesar de Bilardo, la Selección jugó y ganó la Copa con un fútbol brillante.

Olvidable torneo el de Italia ’90, uno de los peor jugados que se recuerde, con una Selección Argentina que llegó a la final con dos definiciones por penales. Las expectativas para Estados Unidos ’94 se diluyeron cuando Maradona quedó apartado del torneo, después de dos partidos más que esperanzadores (contra Grecia y contra Nigeria), cuando Basile juntó en la cancha a Redondo, Balbo, Maradona, Batistuta y Caniggia. Francia ’98 mostró altibajos, aunque sin demasiados reparos en la lista previa de Passarella. Para el torneo de cuatro años atrás, fue tal la comodidad con que el equipo argentino ganó su eliminatoria, que no solamente fueron pocos quienes cuestionaron nombres, sino que, además, el equipo que dirigía Marcelo Bielsa aparecía como gran candidato. Pero nunca como ahora, ya sobre el anuncio de Pekerman, han sido tantas las idas y vueltas, las presiones, los lobbies e, inclusive, los intereses creados alrededor de la nómina.

Hasta los dichos equivocados de Julio Grondona respecto de su injerencia en la lista han agregado incertidumbres. En especial, porque no es que solamente Grondona evada las repreguntas, sino que además habitualmente no se le repregunta. Que Ustari por Lux. Que Zanetti sí, que Zanetti no. Que Aimar llega, que Aimar no llega. Que tres arqueros, ocho defensores, siete mediocampistas y cinco delanteros para completar los veintitrés. Como siempre, la cuestión es arqueros como quiénes, defensores como quiénes, mediocampistas como quiénes y delanteros como quiénes. Porque no es lo mismo Ustari que Franco, ni Milito que Ayala, ni Cambiasso que Scaloni, ni mucho menos, Saviola que Crespo.

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