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Deportes|Domingo, 23 de julio de 2006

Memorias de un acompañante

A una semana de la tragedia en el TC Pista, Gastón Duzac, amigo y ex copiloto de Norberto Fontana, cuenta su experiencia en la butaca derecha de un TC: “No hacía nada, sólo disfrutaba”.

Por Pablo Vignone
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El Dodge destruido de Alberto Noya y Gabriel Miller, que perdieron la vida en el accidente en Rafaela.

Cuando corría en Fórmula 1, casi una década atrás, Norberto Fontana no disponía de una plaza para llevar a un acompañante en su Sauber-Petronas. Sin embargo, cuando se decidió a competir en el autóctono, folklórico, popular Turismo Carretera, precisó de uno: eligió a un amigo de la infancia, un arrecifeño como él llamado Gastón Duzac. Con él a su derecha debutó en TC, en marzo de 2003 en Río Gallegos “y casi ganamos”, recuerda hoy. Entre esa carrera y junio de 2005, Duzac corrió junto a Fontana 37 carreras, de las cuales tres terminaron en victorias. “Correr de acompañante es como que Maradona te lleve a upa mientras va gambeteando a los ingleses...” Pero dejó ese lugar privilegiado (“algunos me preguntaban cuánto pagaba por correr con Fontana”) y ahora, cuando la fibra del TC todavía está sacudida por la tragedia que se llevó las vidas del piloto Alberto Noya y su acompañante Gabriel Miller, no alberga dudas: “La figura del acompañante debería ser eliminada del TC –sostiene–, y hay que tomar la decisión porque no cumple ninguna función arriba del auto. ¿La mejor prueba? Yo no hacía nada, no llevaba ni relojes, solamente me dedicaba a disfrutar y, sin embargo, ganamos tres carreras”.

El accidente en la pista de Rafaela que hace una semana se llevó la vida de Miller motivó al presidente de la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC), Oscar Aventín, a afirmar, el lunes pasado, que “ha llegado el momento de erradicar al acompañante”. Pero el fallecimiento de Noya, el miércoles, redujo sensiblemente la atención sobre el tema, y semejante desaceleramiento permite intuir que, una vez más, se mantendrá el statu quo. “Esa decisión hay que tomarla de una vez –opina Duzac con cierto conocimiento de causa–. Lo lógico sería que todos los copilotos decidieran qué hacer, pero la mayoría elegiría seguir corriendo. Ojo, que a veces corrés más riesgo caminando en la calle de boxes durante la clasificación del TC, cuando los coches entran y salen a toda velocidad, que como acompañante.”

Duzac explica que, casualmente, el circuito que más lo atemorizaba era el de Rafaela, allí donde Miller y Noya sufrieron el tremendo impacto que segara sus vidas. “En las otras pistas jamás tuve miedo, pero cada vez que viajábamos para el óvalo, iba pensando ‘ojalá me doble un tobillo’ para que se subiera otro.” Más casualidades: la carrera de Rafaela del 2005 fue su última prueba como acompañante, aunque aclara que no tomó la decisión de dejar de ser acompañante por temor “sino por una cuestión de organización del equipo: ya estaba abocado a otros aspectos, y me peleé con un mecánico porque había armado mal la caja de velocidades. Ahí me di cuenta de que podía ser más útil abajo del auto”.

El miedo no lo conmovió en la pista santafesina sino en el veloz Curvón Salotto del autódromo de Buenos Aires. “Hicimos un trompo, el auto se paró, y nos chocaron a 120 km/h. Cuando vinieron a sacarnos, el médico me pidió que me tirara al piso para atenderme mejor, pero yo veía el helicóptero, las cámaras de TV y pensé en mi vieja, que siempre me preguntaba para qué corría: si me veía tirado ahí, se moría del susto...”

Sin embargo, la semilla del abandono sí fue plantada en Rafaela, dos años atrás, en el múltiple accidente que casi se cobra la salud de Walter Jakowzuk, el acompañante de Emanuel Moriatis. “Pasamos por el lugar a marcha lenta –recuerda Duzac– y me impresionó mucho lo que vi, pilotos tirados en el piso, uno que se había mordido la lengua y estaba bañado en sangre...” La primera versión que circulaba cuando arribaron a los boxes fue la de que Jakowzuk había muerto. “Norberto se puso loco: ‘No te llevo más, no te subís más, sos mi amigo, mirá si te pasa algo a vos y yo salgo ileso –argumentaba–. Voy a poner a cualquiera que no conozca’. Nos fuimos de Rafaela convencidos de no seguir.”

En la semana posterior a esa carrera, Aventín le dijo a este cronista: “Como dirigentes no podemos soslayar el tema. Si la del acompañante es una tradición del TC, también lo era la ruta. Y no podemos ser tan necios comopara negar que se corre el doble de riesgo con dos individuos arriba de un auto de carrera”. Pero nada cambió: la mecánica de lo que sucedió parece explicarla el relato de Duzac: “Pasó una semana, Walter se mejoró, y Norberto me pidió que lo acompañara a probar el auto al autódromo de 9 de Julio. El coche anduvo bien, disipamos el temor. ‘Corramos una más y te retirás ganando’, me pidió Norberto, y acepté. Terminamos terceros. ‘La siguiente.’ Fuimos a La Plata, y ganamos. Quedaba una sola carrera para terminar el año, en Río Gallegos. La ganamos también. ‘El año que viene somos campeones’, se ilusionó Norberto. Y me quedé varias carreras más”.

Lo que ató a Duzac a esa butaca derecha, en la que algunos toman tiempos o están atentos a los indicadores del tablero, fue “la pasión, esa cosa de sentir que podías ir a festejar un triunfo a un podio sin haber hecho nada, ni lo más mínimo. La mayoría de los acompañantes son corredores frustrados, tipos a los que les gusta la velocidad, no solamente gente que pone plata para correr”. Por eso, aun con problemas para caminar, Jakowzuk sigue frecuentando los boxes del TC: si lo dejaran, volvería a subirse a un coche de carrera.

El ex copiloto de Fontana acepta que con una hipotética prohibición “muchos pilotos tendrán problemas para seguir compitiendo”, pero señala en dirección de la ética. “Yo me dedicaba a disfrutar pero me hacía merecedor de los méritos de otro sin aportar nada.” En esa corta campaña, Fontana acumuló, además de los tres triunfos, 10 pole-positions y 10 triunfos en series. “Mi mejor recuerdo es, también, de Rafaela, una serie que le ganamos a Ortelli por la trompa, menos de una décima de segundo. En el parque cerrado Guillermo estaba medio molesto y me preguntó qué tiempo veníamos marcando. ‘¡Qué sé yo, si arriba del auto no tomo tiempos, no hago nada, voy disfrutando...’”.

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