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Deportes|Jueves, 2 de agosto de 2007
SORPRENDENTE REVELACION EN TORNO DEL RETIRADO LANCE ARMSTRONG

Hay que poner (menos) huevo

Dos científicos sostienen que la cirugía que se le practicó para curar el cáncer, extirpándose un testículo, lo hizo ganador.

Por Carlos Arribas *
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Lance Armstrong, siete veces ganador del Tour de Francia.

Si no fuera un tema tan dramático, ligado a situaciones de vida o muerte y sufrimiento para muchas personas, hasta se podría bromear: ¿cuál es el mejor método antidoping? Que te arranquen un testículo. Sí, lástima que sería fácilmente detectable: no haría falta ni análisis de orina para verlo. Esta es, por lo menos, la conclusión a la que han llegado dos científicos estadounidenses, Craig Atwood, especialista en geriatría y Alzheimer, y Richard Bowen, que han estudiado el historial médico y ciclístico de Lance Armstrong, ganador de siete Tours de Francia tras padecer un cáncer testicular.

Antes de sufrir un cáncer que por poco lo lleva a la tumba, Lance Armstrong era un gran ciclista para carreras de un día: poseía una gran capacidad de consumo de oxígeno, lucía largos fémures, la misma ambición y determinación que ha exhibido toda su vida, y un cuerpo fuerte, ancho, musculoso, construido durante sus años de triatleta. El morfotipo de un clasicómano, de un crack que se proclamó campeón del mundo en 1993, antes de cumplir los 22 años.

Cuando, en la Vuelta de España de 1998, regresó plenamente a la competencia ciclista después de haber superado un cáncer testicular –sufrió la extirpación de un testículo, una operación en el cerebro, largas sesiones de quimioterapia–, Lance Armstrong era un corredor diferente. Tenía los mismos largos fémures, una de las características comunes a todos los grandes ciclistas, la misma elevada capacidad de consumo de oxígeno (un VO2max de 83,8 mililitros por kilo y por minuto), pero ya no era tan fuerte, tan musculoso: pesaba siete kilos menos. Se había transformado en un hombre Tour, un corredor de tres semanas, como demostró con su cuarto puesto en la Vuelta a España. El año siguiente, cuando tenía casi 28 años, empezó a ganar Tours, y no paró hasta 2005, cuando se sintió viejo, casi 34 años, y aburrido de la faena, y se despidió desde el podio de los Campos Elíseos con siete grandes victorias consecutivas en el bolsillo.

Mientras ganaba de manera implacable, el mejor en la montaña, el mejor contra reloj, lo rondaron constantes rumores de doping: nunca dio positivo. Pero cuando se retiró, en el laboratorio de París descongelaron una orina suya que databa de 1999 y la analizaron con una nueva técnica que detectaba la EPO. Encontraron restos de la hormona que permite que los músculos reciban más oxígeno y puedan moverse más rápido y más tiempo, y de nuevo Armstrong se vio en el centro de las acusaciones de doping.

Sorprendía, sobre todo, su evolución, los datos que hizo públicos el fisiólogo Ed Coyle, de Tejas, que lo sometió a pruebas de esfuerzo desde los 21 hasta los 28 años: una mejora en un 8 por ciento en su eficiencia muscular (más potencia con el mismo consumo de oxígeno), una mejora excepcional tratándose de un atleta de élite, y un descenso de peso y de grasa corporal de un 7 por ciento, que le generó un increíble aumento del 18 por ciento en la relación peso-potencia, el elemento clave para los escaladores.

A eso le añadió, para convertirse en el hombre Tour más perfecto que el ciclismo haya conocido, una magnífica capacidad de recuperación y su famoso “molinillo”, la elevada cadencia de pedaleo en las ascensiones, que lo libraba de daño muscular añadido y le permitía ahorrar combustible rápido, bueno (glucógeno), todos los días.

“Increíble pero cierto, y sin doping sino gracias a tener un solo testículo”, concluyen los dos científicos, que han publicado su hallazgo en la revista Medical hypotheses (Hipótesis médicas). Para ellos, las transformaciones hormonales que sufrió su organismo para seguir manteniendo los niveles de testosterona tras la orquidectomía (en los testículos está la fábrica de la hormona masculina) condujeron a que su máquina metabolizara mejor las grasas como combustible, ahorrando así glucógeno, a una pérdida de peso estructural y a un aumento del nivel de hematocrito.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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