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Deportes|Viernes, 10 de agosto de 2007
OPINION

Hinchística del visitante

Por Rodrigo Daskal *
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Si el Fútbol Club Barcelona fuese, antes que “algo más que un club”, el ejército simbólico y desarmado de la Cataluña toda (Vázquez Montalbán dixit), bien podríamos sugerir que el fútbol debiera ser en la Argentina, entre otras cosas, su ejército simbólico, no siempre desarmado y desvalido, pero capaz de contener en sus filas a millones, bajo distintos círculos concéntricos: desde el atiborrado bar del sentido común y la adictiva transmisión televisiva, hasta las barras bravas y los cajetillas de siempre. Vemos que hoy la AFA, intimada por el poder del Estado poco interesado e ineficaz, y animada por la resignación, dolosa o no, de buena parte de la dirigencia de los clubes, ha decidido recortar el espacio de una parte de ese desvalido ejército, removiendo a algunos que, por motivos que intuimos profundos y diversos, no están dispuestos a dejar de sentirse parte de una infantería alegre o triste, pero convencida. ¿Qué la lleva a asistir, más o menos frecuentemente, a las canchas, y a otra parte más pequeña a hacerlo, también, cuando su equipo se presenta en cancha ajena, y a sentir que si allí no se encuentran, algo falta y falla?

Probablemente, conceptos como fidelidad y amor por la camiseta, así como una evidente cuestión cultural e histórica sobre las claves en las cuales se ha organizado desde siempre nuestro fútbol, como la potencialidad de su dimensión pasional o su distribución territorial atípica, no pueden dejar de resonar con fuerza. Ingenuamente o no, se trata de aquellos que creen que han sido, son y serán un actor más del espectáculo, muchas veces central, espectáculo que perdería, quizá, parte de su “esencia” sin su aporte. Y aun sin discutir los límites difusos de dicha creencia o las nebulosas profundidades de la hinchística, al menos resulta obvio que no es igual: que no es lo mismo sin ellos, y que no es lo mismo con una sola parte de ellos, es decir con banderas de idénticos colores a lo largo de todo, o casi todo, un estadio.

Pero no es igual, primero y principal, pues han perdido aquello que consideran un derecho, un placer y también un deber, y por el cual la mayoría abona su tiempo y dinero; se les ha conculcado ese terreno de religiosidad laica a la cual seguirán ingresando medios, dirigentes, jugadores y telespectadores, aquellos que sí o sí solicita el espectáculo y que, declamativamente, lamentarán la ausencia de buena parte de ese ejército simbólico raleado. ¿Es que acaso importan, ya, unos pocos desvencijados frente a los miles que abonan, no ya una creencia consistente en orar frecuentemente a una camiseta sin Dios sino el partido televisado nuestro de cada día? Sin duda que no, a juzgar por los gestos que, desde hace algunos años, viene dando gran parte de la elite dirigencial y empresarial vinculada al fútbol.

Ir de “visitantes”: suena a ajeno y lejano, pero engaña. Para los “dueños de casa”, los visitantes son importantes, casi, como la propia presencia, alternados visitantes quincenales, pero tan cercanos bajo el sustrato profundo de una hermandad laica, pasional y muchas veces agresiva, que los junta en el estadio. Violencia, particularmente la organizada, que funciona como excusa necesaria y partícipe para atacar allí, justamente, donde éste no se cuece.

Violencia y malhumor que, cabe preguntarnos, se desplegarán ahora aún más sobre el tejido social y sobre los propios agredidos, ausentes en el templo, como otra forma de violencia. Pero es una duda, aparentemente sin importancia para aquellos que deciden, pues se trata solamente de una exclusión reducida y necesaria, más allá de lo que oculta y de la injusticia que implica. Deberíamos preguntamos también si se trata de una exclusión más en un campo determinado (el fútbol) o si producirá, además, fuertes contracciones en él al punto tal de buscar un quiebre más certero, que lo convierta en algo sustancialmente distinto, pero igual. Distinto, pues allí donde esa infantería desalineada no ingrese el espectáculo continuará, aunque mutilado: el tiempo dirá hasta dónde y cómo esa ausencia, espectral, se agitará cada tanto en los escalones de las tribunas, solicitando su espacio.

* Integrante del Centro de Estudios del Deporte (CED).

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