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Deportes|Miércoles, 19 de septiembre de 2007
OPINION

A propósito del último “triunfo” de Fangio

Por Pablo Vignone

Me tocó ser protagonista involuntario de una polémica que armó revuelo. La promovida elección entre las figuras mítica de Juan Manuel Fangio y vívida de Diego Armando Maradona, en el programa de TV El gen argentino, que conduce Mario Pergolini en Telefé, generó un resultado tan sorprendente como previsible resultó la discusión posterior, sostenida ayer en los medios electrónicos a partir del asombro provocado por la “victoria” de Fangio (a quien me tocó defender desde el rescate emotivo de su figura poco referenciada para las jóvenes generaciones) sobre Maradona, sostenido con clase por su ex compañero y colega nuestro Enrique Wolff.

El 60-40 final a favor del balcarceño, cuando todo parecía indicar que la balanza se inclinaba irremediablemente hacia el astro de la Selección Argentina, avivó el fuego sobre una disputa que no era tal, porque si los carriles sobre los que estaba montada sugerían una competencia directa, una puja por el pedestal del podio, no podía perderse de vista que sólo era una excusa válida (y lo que es más valioso, en horario televisivo central) para reflexionar sobre ambos personajes. Nada más alejado de una batalla de hinchas dedicados a operar el significado del debate en términos de imposición de un imaginario propio.

Además de la carnaza que la radio y la tele matutinas suelen picar con las sobras televisivas de la noche anterior, esta vez la práctica rumiante habituada al baile del koala se desplazó al ámbito del deporte y con características corporativas en determinados enclaves. La gente del automovilismo lo vivió como un fenomenal triunfo a costa del fútbol (así me lo hicieron saber en algunos casos), sobre el que pesa desde el ámbito de los fierros un no siempre aclarado resentimiento; la gente del fútbol lo vivió, de acuerdo a quién se prestara atención, como un robo, una afrenta, una muestra de locura o un delirio.

Reconozco que me sorprendió el resultado, un “triunfo” del que no puedo reclamar mérito alguno. Si en un principio imperó la hipótesis del “voto bronca”, el guarismo final también podría entenderse como un plebiscito mediático en torno de la siempre controvertida figura de Diego, a quien se premió votándolo o a quien se castigó sufragando por el Quíntuple. Es una lectura posible que no invalida argumento alguno de los expuestos en general en el debate.

Pero hay que tener en cuenta que la amplificación mediática posterior le quitó perspectiva a lo que, en definitiva, fue un maravilloso juego que, como eje central de una llamativa propuesta televisiva, facilitó dedicarles atención a estos dos auténticos ídolos de la riquísima historia nacional, desacartonarlos, alisar sus pliegues o iluminar zonas oscuras.

Que se hayan prendido casi 400 mil personas en el juego (a lo sumo, un uno por ciento de una población) indica probablemente la profundidad de la propuesta, pero no congela en manera alguna la fotografía de un enfrentamiento divertido pero imposible de ser catalogado como una sentencia.

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