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Deportes|Jueves, 15 de mayo de 2008
El delantero volvió a ser desequilibrante, pero no resolvió bien

Palacio, el bueno y el malo de la película

Por Ariel Greco
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Las expresiones de Palacio y de Dátolo pintan mejor que nada el ánimo de los boquenses tras el empate.

“Estoy cansado de que hablen de los goles que me pierdo, pero no hablen de los que hago.” La frase le pertenece Rodrigo Palacio y, luego del 2-2 de anoche ante Atlas, volverá a cobrar vigencia. Es que el delantero bahiense volvió a cumplir una actuación para la discordia. Por un lado se mostró indetenible para la defensa del conjunto mexicano, pero nuevamente falló al momento de definir las jugadas generadas.

El caso Palacio es llamativo. Si se lo quiere defender, sobran los motivos. Anoche se cansó de desbordar por ambos costados, se las ingenió para vulnerar la trampa del off-side que intentaba Atlas, participó en el primer gol con un pique perfecto y el centro justo y hasta fue generoso para molestar en la salida rival. Suficientes argumentos como para pelear con fundamento para ser considerado uno de los jugadores del partido.

Pero si la lupa se posa en sus errores, Palacio también queda expuesto. Salvo en la jugada del gol en contra de Ayala –que si no la tocaba, era de Palermo–, el atacante boquense volvió a resolver mal. A veces, por elegir la opción equivocada; en otras, por errores técnicos. Por eso, también es cierto que uno de los responsables de que Boca no haya conseguido el triunfo es su propio delantero.

La primera chance concreta la tuvo a los quince minutos, cuando recibió solo en el área, enganchó para la zurda y sacó un remate mordido que se fue cerca del palo derecho de Bava y, sobre todo, pegadito al taco de Palermo, que no pudo conectar. A partir de allí, durante todo el primer tiempo logró desbordar, entre ellas la maniobra del empate. Sin embargo, un centro se fue por detrás del arco, otro se fue pasado, el siguiente lo contuvo Bava con facilidad... En ninguno le acertó a un compañero. Por eso, para los hinchas, cada arranque generaba ilusión, cada conclusión provocaba fastidio. La mejor síntesis se dio al final del primer tiempo. Palacio metió un sombrero bárbaro en el área, pero cuando fue a tirar el centro le dio a la pelota con la canilla y la tiró a la tribuna. Entonces, otra vez los murmullos. Pero de inmediato surgió espontáneo el “Rodriiiigo, Rodriiiigo...” de aliento.

Más allá de ese gesto de apoyo, quedó claro que Palacio fue perdiendo confianza. De otra manera, no se entiende cómo el mano a mano con Bava, con tiempo y espacio, que tuvo a los 21 del segundo tiempo, terminó en saque de arco. Se demoró, no se animó a patear, esperó la llegada de Palermo, hasta que, atorado por el arquero y un defensor, se llevó la pelota por delante. Y para colmo, esta vez tampoco tuvo suerte. Si el palo no devolvía el derechazo de Riquelme con el juego 2-1 tras una excelente maniobra y pase suyo, tal vez hoy no se estaría volviendo a hablar de las malas definiciones de Palacio.

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