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Cristiano Ronaldo es de derechas y se nota. No sólo por lo que gana al año, por cómo se viste y quiénes son sus futuras ex novias. Se le nota por cómo corre la pradera, por cómo mira cuando se sabe mirado, por cómo acomoda su cuerpo antes del disparo final. Inspirado en algún teniente alemán de alguna película de la Segunda Guerra Mundial, revisa sus galones como si fuera un especialista en torturar a arqueros judíos. Es capaz de agujerearlos con la precisa crueldad de sus pelotazos.
El Pep Guardiola es de izquierdas. Se le nota cada vez menos. Le queda la marca sensible e inteligente en la humildad de la palabra y la fragilidad de la mirada. Donde aparecen de verdad sus huellas ideológicas es cuando se expresa su equipo. Aquello que Althusser definía como la forma en que cada uno se representa la realidad. En un campo de fútbol, los jugadores del Barça han decidido ser una ONG. Niegan la cuenta bancaria aunque lleguen al estadio en Porsche.
Pellegrini es un progre que se acostumbró a mirar para otro lado. Florentino Pérez lo pasa por la derecha. Una institución diseñada para ser presidida por un millonario niega su pasado. Santiago Bernabeu creía en la palabra y el buen fútbol. Los actuales son mentirosos y sólo quieren ganar. Jorge Valdano quiere avanzar hacia atrás, pero no lo dejan. ¿Qué hace en medio de tantas contradicciones? Es una buena pregunta. Para que la sostenga él y lo ayudemos sus amigos.
Messi es universal. Viene de la horda que inventó lo mejor que le queda a la humanidad. El Juego. No quiere ganar. Quiere jugar. Es creíble hasta cuando mirando a una cámara parece extrañado ante tanta trascendencia. Ha entendido el valor de las decisiones morales. Acompañado por compañeros y espectadores parece estar dispuesto para hacer un mundo mejor. Aunque sólo sea con una pelota en los pies.
* Director de teatro.
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