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Un promedio de menos de 10 partidos de vida útil de los técnicos del fútbol argentino (que podría extenderse un poco, no mucho, si no se consideraran los interinatos) marca el funcionamiento aceitado de la máquina picadora. Muy loca la vida del técnico de fútbol. Si ganan, desfilan por los programas de televisión; si pierden, marchan al exilio, al anonimato, a la espera de entrar por el agujero del próximo que se caiga.
Algunos entrenadores, los de mayor conciencia social, reconocen que esas son las reglas de juego, pero tratan de combatirlas. Otros, los que se llenan la boca diciendo que lo único que importa es el resultado y que hay que ganar de cualquier manera (eso, por lo general, incluye variedad de trampas) suelen sumarse penosamente a todas las listas de espera cada vez que quedan desocupados.
Los dirigentes fueron en los ya lejanos tiempos del fútbol-espectáculo en los años ’60 quienes inventaron el disyuntor para el caso de cortocircuito con los hinchas. Muchos siguen hoy el ejemplo y en el primer tropezón meten el golpe de efecto del reemplazo del entrenador. No todos.
El excelente trabajo de archivo que ocupa estas páginas muestra que de los equipos que jugaron todos los partidos en estos últimos años, Lanús (4), Banfield (7), Vélez (8) y Estudiantes (8) son los que menos cambiaron a su entrenador. Se podrá argumentar que los buenos resultados obtenidos fue lo que garantizó la continuidad, pero ¿no será al revés? ¿No será cuestión de respaldar trabajos y proyectos serios para aspirar a los resultados?
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