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Deportes|Domingo, 1 de octubre de 2006
CARLOS MULHALL, PADRE DE UNA EX COMPAÑERA DE LETICIA ACOSTA

Un represor que estaba cerca

Por G. V.
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Aquí (segunda abajo, la derecha) junto a sus compañeras de equipo.

Laura Estela Mulhall fue la arquera casi indiscutible de la selección nacional de hockey durante doce años. Antecedió en el puesto a Mariela Antoniska, quien hoy está jugando la Copa Mundial en España y la reivindica como su ídolo. Todavía se mantenía vigente en 1998, a los 40, e incluso con un antecedente relevante y poco común para la época, cuando Las Leonas todavía no habían alcanzado su reputación actual: la contrataron por cuatro temporadas en Nueva Zelanda. Mucho antes, desde la década del ‘80, había sido compañera de Leticia Acosta en el equipo nacional. La hermana de Adriana la recuerda muy bien porque también integraron el plantel del club Lomas.

Considerada una de las mejores número uno de la historia, en cada partido la seguía un hincha consecuente, tanto de local como de visitante, que cuando vestía uniforme con charreteras se convertía en el coronel Carlos Alberto Mulhall, uno de los represores de la última dictadura que hoy están bajo el régimen de prisión domiciliaria.

“La iba a ver en Lomas o en otras canchas. Hasta creo que una vez viajó a Tucumán para un partido. A Laura la dejé de frecuentar en 1991, cuando yo abandoné el hockey, pero recuerdo haber ido a la casa de ella y compartir determinados momentos”, sostiene Acosta, quien jugó en varios puestos, tanto de half izquierda como de mediocampista central.

“No tenía muy claro lo que pasaba. Yo no mantenía ninguna relación con el padre. Ni lo asociaba a lo que nos había ocurrido”, agrega Leticia. Teresa, su madre, aporta un dato más: “Alguien me comentó quién era. O lo leí en algún lado y ahí descubrimos que se trataba del padre de Laura. Pero en el club lo ocultaban muy bien, nadie decía nada”.

Mulhall y la menor de las hermanas Acosta compartieron como mínimo diez años de entrenamientos –tres veces a la semana–, decenas de partidos y alguna gira. Y semejantes espacios en común permitían que se diera un hecho como el que describe la mamá de Adriana: “Yo tenía un almanaque que me había regalado en Brasil la iglesia de monseñor Paulo Evaristo Arns, cuando viajé para que me ayudaran a encontrar a Adriana. Ahí están las caras de todos los chicos desaparecidos y un día Laura Mulhall vino a mi casa y lo vio. Estaba leyendo el almanaque con mucho interés. Yo me preguntaba si lo leía porque era de desaparecidos”.

“Nunca se me ocurrió hablar con el padre de ella, ni decirle nada. Yo nunca comenté lo que pasó con nadie del club, salvo al principio, cuando me vinieron a preguntar algunas de las chicas”, dice Leticia. “Ella, Laura, sabía. Sí, sabía todo”, afirma muy segura de sí misma su madre. Ambas coinciden en que el ambiente del hockey es muy conservador y también infieren que el caso de Adriana se conocía en el Club Lomas, donde el coronel asistía con regularidad para ver jugar a su hija. Teresa aún recuerda que el militar la ignoraba, pese a que estaba al tanto de la relación entre Laura y Leticia.

Mulhall había vivido en Salta con su familia durante los primeros años del régimen de Jorge Rafael Videla. Incluso, se convirtió en la máxima autoridad de la provincia –interventor federal–, apenas provocado el golpe de Estado del 24 de marzo del ’76. Como muchos de los subversivos de uniforme, se había hecho cargo de una guarnición del Ejército a fines de 1975, en vísperas del derrocamiento de Isabel Perón. Y también como represor dispondría de la vida de 12 presos políticos que fueron masacrados en Las Palomitas, luego de fraguarse un operativo de fuga que no resultó tal cosa y sí un fusilamiento en el paraje denominado Difunta Correa, muy próximo a Cabeza de Buey.

A los 77 años, el coronel desprocesado en su momento por la Ley de Punto Final no debería asomar la nariz por la puerta de su casa, ubicada en Monteverde 3145, de Olivos. Cuando declaró en el juicio que se le sigue por aquellos asesinatos, el 26 de abril de 2001, explicó ante la Justicia que muchas veces olvidaba el nombre de sus nietos. Quizá, tras las paredes de su vivienda, tampoco recuerde aquellos partidos en que se destacaba Laura. Y mucho menos a Leticia, la hermana de la desaparecida con la que jugaba su hija.

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