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Dialogos|Lunes, 9 de febrero de 2009
Arnaldo Omar Goenaga, la vida de un militante del peronismo combativo en los ’60 y los ’70

“Si se sacan las cosas de contexto, parecemos ‘cowboys’ o algo así”

En la actualidad editor de un diario barrial, ex concejal peronista y militante del peronismo vinculado con los gremios combativos, Goenaga también fue guardaespalda de Juan Manuel Abal Medina. Un militante de la Resistencia Peronista.

Por Andrew Graham-Yooll
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–Vamos al principio, a sus comienzos como militante. Era otra época y otro país y hay que tratar de que la gente de ahora entienda a ese país.

–Terminé el segundo año en Paraná y a mi padre lo echaron del trabajo. No me dijo por qué, pero siempre supuse que era por militante peronista. Nos trajo a Buenos Aires en diciembre de 1957. En 1958 ya estaba estudiando de noche y trabajando de cadete en una joyería de Corrientes y Florida. Ahí me relaciono con un muchacho, peronista de Avellaneda, que también era cadete en la joyería. En el colegio nocturno me eligen delegado. No se hablaba del peronismo, era complicado, y los otros delegados estudiantiles eran socialistas. En ese año surge el conflicto por la educación Laica o Libre. Yo tuve que elegir, y me acordé del papel que jugó la Iglesia contra Perón. No pude menos que estar con la Laica. Del otro lado estaban los chicos bien que habían apoyado a la Libertadora del general Lonardi, el nacionalismo católico. La Laica hizo manifestaciones impresionantes y ahí, le contaba, me di cuenta lo liviano que eran los trolebuses. Cortábamos las calles, las gomas se abrían con un simple cortaplumas, y algunas veces algún trolebús quedó quemado.

–¿Porque usted y su gente los quemaban?

–Se quemaron, se quemaron... (risas). En el ’58 comienzan esas cosas. Por un lado había que dar la pelea contra Arturo Frondizi por no haber cumplido el pacto con Perón. A partir del ’57, cuando arranca la Resistencia, el peronismo estaba reaccionando. Por otro lado, nuestro enemigo era la Iglesia. Yo lo veía así en la simplificación de los 17 años. Mi principal contacto político era con grupos socialistas. Era difícil juntar grupos peronistas, estábamos muy perseguidos. Además, yo era del interior, no conocía a nadie. También en 1958 empecé a practicar yudo, arte marcial de la época, no se conocía tanto el karate. También boxeaba porque mi padre era boxeador aficionado y me había enseñado, para defenderme. Y me enseñó a tirar. Tiraba con un revólver de aire comprimido marca Robin Hood. Yo entendía, a esa edad, que había que prepararse para la lucha. Me bañaba con agua fría, no tomaba alcohol. Fumaba a escondidas.

De a poco el colegio me dio grandes amigos. Por esos tiempos el socialismo se quiebra en Socialismo Democrático, que dirigía el antiperonista Américo Ghioldi, y en Socialismo Argentino. La juventud del PSA aceptaba hablar con nosotros, a nivel de gente de la Resistencia. Algunos habían sido comandos civiles contra Perón, gente que puso bombas. Después hubo un replanteo en el socialismo a partir de la Revolución Cubana. A nosotros, en los comienzos, no nos tocó, porque los argumentos de apoyo que se leían en La Nación y en La Prensa era que había caído en Cuba un militar dictador (Fulgencio Batista) igual que Perón. Cuando vino a Buenos Aires Fidel Castro lo recibieron y celebraron todos los de la oligarquía. No sabíamos cómo leer la cosa. Años después, en conversaciones en los ochenta con el periodista e historiador peronista Fermín Chávez, me dijo que en aquel momento se sintió igual que yo.

–¿Lo conoció a Chávez?

–Más. Para mí era un amigo, mi hermano mayor. Fermín Chávez (1924-2006) le puso filosofía al peronismo en las últimas décadas y después de la vida de Perón. Hay que leer su libro Historicismo e iluminismo en la cultura argentina (CEAL 1982). Fermín aparece en mi periódico como “director asociado”, y en la portada siempre publiqué alguna columna de él.

–Claro, Chávez le dedicaba poesías a Evita en unas tertulias que hacían. Se reunía con ella un grupo de escritores de la Peña Evita, ahí en Avenida de Mayo al lado del Tortoni. Se juntaban Castiñeira de Dios y otros.

–Bueno, en esto de cómo ver a los dictadores militares no sólo entraba Batista. Acá nomás en Paraguay estaba el general Alfredo Stroessner (1912-2006). En Buenos Aires, el jefe de la SIDE, entonces el general Quaranta, que ya había mandado bombas a Caracas para tratar de matar a Perón, decide financiar una guerrilla que se llamó el Frente Unido de Liberación Nacional de Paraguay (Fulnap), armados con fusiles Mauser argentinos.

–Eso está muy bien descripto y documentado en el libro de Rogelio García Lupo, Ultimas noticias de Perón y su tiempo (2007).

–No lo conozco, voy a leerlo. Stroessner les devolvió la tropa en pedacitos, despedazados a machetazos. Todo eso era parte de un odio generado contra los “dictadores militares” como parte del discurso antiperonista. Mi postura adolescente era, ¿cómo vamos hacia la democracia si no nos dejan participar a nosotros? Los jóvenes socialistas, algunos no tan jóvenes, con quienes me veía a tomar café o conversar, comenzaban a considerar la preparación política en serio. Algunos recibieron entrenamiento en Cuba, cosa que nos transmitían a nosotros. Empecé a actuar en algunas huelgas gremiales en 1959. Tuve que aprender cómo se hacían los clavos “Miguelito”. Juntaba tapitas de cerveza, o de gaseosa, y les pasaba clavos. Después salía en bicicleta en vísperas de un paro o huelga y los tiraba por ahí. Aprendí. Los “Miguelito” de tres puntas eran más complicados, había que soldarlos con autógena. Pero siempre había compañeros metalúrgicos que los hacían.

–Momento, a esa edad y aparte de cierto mito peronista, ¿de dónde provenía su inspiración política?

–Yo soy un apasionado lector de todo sobre la revolución en Argelia. Hay un libro, Argelia año ocho (1963), del argentino Carlos Aguirre, que leí hasta saberlo casi de memoria. No subrayo libros porque si te buscan, mejor que no sepan cómo uno piensa, que siempre surge del subrayado. Pero el libro ése me lo sabía de punta a punta. Otra le cuento, de esas lecturas aprendí a no presentarme como zurdo, que soy. En la primaria nos obligaban a escribir con la mano derecha, como si ser zurdo fuera una enfermedad. Fue útil. Si buscan un zurdo no van a agarrar a un diestro. Hay que aprender para qué lado revolver el café, para qué lado va la hebilla del cinturón, cómo usar el arma con la derecha. Ahora ya no, ahora puedo ser zurdo otra vez. Ahora uno es libre.

–Necesito poner un poco de orden cronológico en este diálogo.

–La experiencia que yo hago es así, revolución argelina en 1958, Cuba en 1959, quiebre en el socialismo, entrenamiento de algunos. Es la época de la guerrilla peronista de los Uturuncos en Tucumán. Demostraron al mundo la voluntad del peronismo de pelear. Pero nunca me gustó la guerrilla rural. La urbana sí, era complementaria a la movilización popular. En aquellos años todo lo demás eran hechos aislados. La base política del peronismo combativo después del ’55 eran los jóvenes delegados gremiales, como el metalúrgico Felipe Vallese (1940-1962), gente del Ejército, y gente de la ex Alianza Libertadora Nacionalista. Mi primera acción fuerte fue la huelga ferroviaria del ‘61. Nos ayudaron unos hermanos, hijos de rematadores, los padres tenían la casa más linda de la calle Segurola, y tenían coche (ninguno de nosotros tenía auto). Un general norteamericano convenció al gobierno de Frondizi de que había que terminar con los ferrocarriles y hacer carreteras. Amenazaba la privatización. Perón nos dijo en una cinta que escuchamos en aquellos Geloso, en casa de un compañero o en un gremio como jaboneros o farmacia o perfumistas, nos dijo Perón, “los activistas son como el perro, ladra y ladra, le pegan y sigue ladrando. El pueblo es como el gato, lo corren y escapa. Pero guay de acorralar al gato, que se torna feroz”. Perón nos reivindicaba a los militantes, pero teníamos que esperar que saliera el pueblo. Había que trabajar con la gente. Nosotros éramos los justicieros del movimiento obrero que era castigado y no podía reaccionar.

–El proceso se va intensificando a partir de los sesenta, una década de creciente movilización.

–Para nosotros vino todo un proceso de aprendizaje muy intenso. Mire lo que le digo. Los encendedores que usaban los fumadores de esa época se cargaban con bencina, que venía en unas ampollas o en una especie de saché de plástico. Cuando nos preparábamos para las huelgas generales metíamos unos cuantos sachés en una carterita oscura, y le poníamos un iniciador de clorato de potasio, que se compraba en pastillas en la farmacia, mezclado con azúcar impalpable (otros usaban azufre) y ácido sulfúrico, que produce una llamarada. Las carteritas de plástico las dejábamos en el último asiento de un colectivo vacío. El ácido trabajaba y al rato estallaba. Por lo general dábamos aviso a los colectiveros, antes de una huelga, de que íbamos a actuar. En esto uno se va perfeccionando. Primero, uno esperaba el colectivo y le tiraba la “Molotov” de frente. Luego uno pasaba a considerar otras cosas. A partir de aprender, se trabajaba de a dos y de a tres. Uno le hacía señas al colectivo en la parada, otro se ponía atrás y le metía un fierro con punta en una goma. Casi enseguida paraba el colectivo con la goma en llanta, se bajaban todos a mirar qué pasaba y ahí se le tiraba la “Molotov” por la puerta izquierda, la del chofer. Eso era para no lastimar gente. Bueno, siempre había algún apresurado, uno siempre estaba nervioso, y hacían zafarrancho. En los gremios teníamos como objetivo acompañar a la huelga general con acción. El objetivo siempre era la vuelta de Perón, no era lastimar gente. El desgaste era a través de los gremios. Politizábamos los conflictos. También había que controlar los gastos. Los gremios no tenían mucho dinero disponible, como ahora. Yo tenía que ir a la Casa de los Mil Envases algunas veces porque no se conseguían envases, o porque tenía que comprar a buen precio. No era como ahora que siempre hay. Después vino la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales.

–Eso sucedió durante la dictablanda del general Juan Carlos Onganía.

–Claro, y eso cambió todo.

–¿Cómo se fue preparado el intento de regreso frustrado de Perón en 1964?

–Eso fue en tiempos de Arturo Illia, pero yo ya estaba algo radiado porque hice el servicio militar en 1962-63, quince meses y tres días. Y después tuve que retomar en otras cosas. Me tocó el enfrentamiento de Azules y Colorados. Yo estaba en el Hospital Militar. Un día nos reúnen a los soldados que estábamos y nos ordenan a los que sabíamos manejar armas a operar como comandos. Yo venía del Liceo en Santa Fe, sabía yudo, y era candidato para eso pero tuve la imprudencia, o la valentía, de decir que me negaba porque me parecía que (Andrés) Framini (1914-2001) tenía razón porque había ganado las elecciones en Buenos Aires. “Hay que terminar con los negros como Framini”, dice un suboficial y me rajan a Campo de Mayo, al regimiento General Lemos. Fui destinado a oficinas y salía de civil al correo. No nos permitían diarios a los soldados, pero llevé un periódico peronista, Compañeros, que hacía un tal Mario Valotta. Así nos enteramos de la rebelión de los Colorados. Estábamos en la sede del Comando Azul y se lo veía a Alejandro Lanusse (1918-1996) en mangas de camisa, cosa muy rara entre los prusianos del regimiento. En plena crisis yo aproveché para sacar algunas armas de puño, .45, y mucha munición. Cuando estaba de guardia la tiraba afuera y la levantaba al salir de franco.

–¿Pero nadie controlaba las existencias de munición y armas?

–Era tal el despelote que nadie sabía qué había. Todos aprovechaban, algunos para vender armas a delincuentes. Como en cualquier conflicto armado del mundo. Yo pensaba que había que llegar a la huelga general con participación armada. Pero lo que nos dimos cuenta era que si no se quebraba a las fuerzas armadas no se lograría nada. Era fundamental, sin eso no había posibilidad de cambio. No pasó hasta el ’83, las fuerzas armadas se quebraron con la derrota del ’82. Se provocaban crisis, pero no pasaba del incidente aislado. Muchos se dieron cuenta de que el camino pasaba por el peronismo. El jefe del peronismo era un tipo que estaba lejos, no era fácil de entender. Se comenzó a comprender a partir de pequeños hechos políticos, en congresos de estudiantes, de gremialistas, o de filósofos. Un ejemplo, cuando voltearon a Illia, un grupo de jóvenes formamos la Organización Peronista 17 de Octubre (OP17). Repartimos volantes contra Onganía. Perón dijo, “Hay que desensillar hasta que aclare”. La tenía más clara que nosotros aquí en el terreno.

–¿Nunca cayó detenido?

–Varias veces, pero lo más largo fueron siete meses durante el gobierno de Illia, me agarraron en un allanamiento después de una marcha contra la invasión norteamericana de la República Dominicana, en 1964. Me aplicaron el artículo 213 bis del Código Penal. “Para todos aquellos que pertenezcan a organizaciones permanentes o eventuales que propicien el derrocamiento del sistema mediante la violencia”. Me la sé de memoria. En el ’68 o ’69 me metieron preso después de una misa por Evita.

–Sobrevivió a todo...

–Yo sobreviví porque no soy ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni lindo ni feo, soy un tipo muy común. La Resistencia francesa recomendaba vestir traje marrón, por ser lo más común y ordinario. Yo fui un tipo vestido de marrón. Y en la revolución en Argelia se impartía la orden de nunca esperar más de diez minutos. Yo leí de todo. Aquí se publicaba información guerrillera para la extrema izquierda y la extrema derecha. El servicio de inteligencia de la Aeronáutica, que eran los más fascistas y apoyaban a los sectores católicos más recalcitrantes, como Bruno Genta y esos, apoyaba a sellos editoriales como Huemul, que sacaba material que nosotros usábamos. Al peronismo se lo calificaba como “castroperonismo”, habiendo sido “nazis” antes, para decir que el peronismo no era confiable. Nosotros reivindicamos las figuras de Yrigoyen y Perón, como líderes populares. La figura de don Juan Manuel de Rosas la respetamos como histórica. El nacionalismo se quedó en el pasado lejano con Rosas.

–Sus lazos, entonces, estaban siempre con el gremialismo.

–Sí, y algunos grupos de la JP, pero más con los sectores sindicales. Participé muy poco en la CGT de los Argentinos, que lideró Raimundo Ongaro, cuando se dividió la CGT durante el gobierno de Onganía. Había que tener en cuenta que en un lugar abierto era el lugar donde más alcahuetes de los servicios había. Y eso era así con la CGT de los Argentinos que tenía sede en la Federación Gráfica de Paseo Colón. Perón dijo una frase genial, como siempre: “Yo les dije al peronismo que estuvieran alertas y vigilantes. Se fueron los alertas y quedaron los vigilantes”. Estoy seguro de que esa gente pasaba volantes y documentos con el solo fin de comprometer a la gente, así podían denunciar a los comprometidos. Nunca caí, mire usted.

–Me hicieron lo mismo con material de la guerrilla, y después allanaron y me detuvieron.

–Usted se salvó por el apellido de inglés, por periodista y por tener un Dios aparte.

–¿Cómo llega a ser custodio de Juan Manuel Abal Medina?

–En forma algo indirecta. Cuando la CGT se dividió se formaron los gremios del peronismo combativo. Ese conglomerado era coordinado por el telefónico Julio Guillén. Cuando entra al grupo Roberto Digón, de Tabaco, sindicato chico y bien dirigido, luego candidato a presidente de Boca y diputado nacional, yo voy a trabajar con él. El abogado del gremio del tabaco en Salta era Julio Ignacio Mera Figueroa. El cuñado de Mera, Urtubey (padre del actual gobernador de Salta), del nacionalismo católico, de alguna manera establece los contactos. El flaco Mera venía del nacionalismo también, no era peronista. Pero tenía contacto con Juan Manuel Abal Medina, un gran tipo que también venía del nacionalismo. Perón lo consideraba capaz de encarrilar una estrategia para el peronismo. Abal Medina, un tipo valiente, tenía muchas amenazas y pidió una custodia. Si se la pedía a la UOM, sería de la patria metalúrgica, si no sería de la patria montonera, y así. Decidió pedirles a los gremios en el peronismo combativo y me llamaron. Yo tenía una pistola Mauser con caño largo y mango de fusil. Se me notaba mucho. Una vez Abal Medina y el “Tío” Cámpora regresaban de hablar con Perón en Madrid, parte de una delegación grande en la que estaba Lorenzo Miguel (UOM). Salimos para Ezeiza en un Fiat que nos facilitaba una agencia que cada semana cambiaba los coches para tener otros colores y chapas. Esto seguramente estaba arreglado por Diego Muñiz Barreto para Abal Medina. En Ezeiza alguien descubrió el arma a uno de la custodia de Lorenzo Miguel. Entonces piña va piña viene. La custodia le saca la pistola a un oficial de policía, “si no me la devolvés no te la doy”, cosas así. Baja Cámpora, se arma un despelote, ordenan salir rápido del aeropuerto y cuando miro me habían dejado. ¿Qué hago? Me tomé el colectivo 86 al centro, me fui al último asiento y puse el pistolón bajo el saco, pero como no soy muy alto me salía el caño por el cuello. Ridículo. La desorganización era abrumadora.

–Lo abrumador parecía, visto de aquí, la cantidad de armas en la calle.

–Si se sacan las cosas de contexto, parecemos “cowboys” o algo así. Pero vivíamos en una etapa de preguerra y se puede ilustrar con estas anécdotas. Además de las armas, la época permitía situaciones que hoy parecen descabelladas. Lorenzo Miguel una vuelta le facilitó un coche blindado a Rodolfo Galimberti, de JP y Montoneros. Galimberti, que era un desbordado en todo, salió por primera vez en el coche y metió el acelerador a fondo. No lo pudo frenar, por el peso del blindaje, y lo hizo bolsa en la primera salida. No sé qué habrá dicho Lorenzo. Una noche, después que el Tío Cámpora había ganado las elecciones de abril de 1973, Abal Medina tenía que ir a una reunión. Sacamos los Fiat. Manejaba el flaco Mera Figueroa. Adelante iba Abal Medina, con un .38 corto o un .357. Atrás iba un policía que nos habían puesto como custodia, con ametralladora Halcón y una pistola Browning, y estaba yo con mi Mauser. Fuimos a un restaurante en la calle Chile, creo, en San Telmo. Era un local grande. En la puerta estaba la custodia de (José Ignacio) Rucci (CGT-UOM), que andaban en Torinos. Estaban armados con fusiles y qué sé yo qué más. Parecía exagerado, pero después ese año Rucci fue asesinado. Alguno estaba tirado debajo del Torino. Adentro del local había algunos metalúrgicos de la custodia y me senté a comer con ellos. Abal Medina, Rucci y Lorenzo Miguel comieron en el fondo. Cuando nos fuimos, ya en el coche, Abal Medina sacó un paquete que le había regalado Rucci. Era un revolver .38 Smith & Wesson nuevo. Se lo pedí, “si te sobra, dámelo”, para poder largar el Mauser, pero no. A los dos días, yo en la puerta del hotel de Luz y Fuerza en la Avenida Callao donde paraba Abal Medina, vino un emisario de la UOM con un paquete que mandaba Lorenzo Miguel. Aunque conocíamos al tipo, igual llevamos el paquete a la cocina y lo abrimos. Era una carabina con caño recortado y peso compensado para Abal Medina. Lorenzo Miguel se había quedado mal porque Rucci había hecho un regalo y él no. Mire lo que eran los regalos de la época.

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