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Dialogos|Lunes, 18 de abril de 2011
Duilio Marzio, un veterano del teatro y el cine argentino desde fines de los años ’40

“Cuando hacés cine la cámara da la impresión de un teatro lleno”

Duilio Marzio comenzó su carrera a finales de los años ‘40, participó en gran cantidad de películas e innumerables obras de teatro. Dirigió la Asociación Argentina de Actores y pese a sus 88 años, no hace tanto participó en las películas Silencios y Horizontal/vertical.

Por Marcela Stieben
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Duilio Marzio mira de frente con esos ojos azules que hicieron suspirar a tantas mujeres a lo largo de las décadas. Nació en 1923 y vivió 75 años en la casa que construyeron sus padres en Caballito. “En el año ’60 yo la reformé completamente y viví con ellos hasta que murieron, después seguí viviendo ahí solo y en el ’98 me mudé adonde estoy ahora, porque la ciudad creció mucho y para venir de Caballito al centro tardás tres cuartos de hora con el auto y en cambio ahora voy caminando a todos lados.” A Duilio le gusta ir a los estrenos de sus colegas y desde que se mudó disfruta la cercanía con los teatros y los cines en Buenos Aires. “Al auto lo uso el fin de semana nada más, pero la libertad que te da una casa es incomparable: no hay nadie arriba, nadie abajo, si tenés un desperfecto lo arreglás si tenés guita y si no tenés no lo arreglás. Además, pago unas expensas siderales que en una casa no pagás. En un departamento estás viviendo con otra gente, tiene sus cosas buenas, yo no lo desprecio y estoy contento, pero no es lo mismo.” Para las fotos posa con entusiasmo y le sugiere al reportero gráfico varios escenarios posibles dentro de su living y en el balcón. Hace bromas, juega con las palabras, y se divierte con sus propias ocurrencias. En noviembre de 2011 cumplirá 88 años y confiesa que él se siente muy bien porque trabaja en lo que le gusta y porque siempre tiene proyecto. Al momento de la nota estaba viviendo en casa de Duilio la escritora y periodista argentina –que vive en Londres– Lucía Alvarez de Toledo, autora, entre otros textos, de The story of Che Guevara, una biografía en inglés del Che, amiga de Duilio desde hace 40 años...

–En su juventud estudió Derecho e hizo teatro, ¿cómo fue aquel comienzo?

–Mirá, una de las cosas más importantes es ver con qué talento nace un niño, ver qué facilidad tiene para algo en la vida. Es fundamental. De eso depende la felicidad del individuo. Yo soy hijo de inmigrantes, mi padre era siciliano, tocaba el clarinete en la marina inglesa. Y, como todos los inmigrantes, él quería que yo fuera doctor (abogado o médico), como en la obra de Florencio Sánchez, M’hijo el dotor. Hice el secundario en el colegio Mariano Moreno e ingresé en la Facultad de Derecho, iba a ser doctor. Al mismo tiempo, unos amigos de mi hermana la llamaron para hacer teatro. Yo pregunté, tímidamente: “¿Y yo no puedo ir?”. Me dijeron: “¡Si querés venir, vení!”. La invitada era mi hermana y como ella no pudo ir, fui yo. Estaban ensayando la obra Fin de semana, de Noel Coward. Me sumé y estuvimos ensayando un año. Llegó el momento en que había que debutar. Tomábamos el té, comíamos, ¡era una farra eso! No teníamos plata y se nos ocurrió pedir avisos para el programa... Y así, llegamos a hacer dos funciones en el teatro Smart. Tú no te acuerdas de todo esto porque eres muy joven (risas), aunque te lo habrán contado. Fue en 1949 y en aquella época había pocos teatros experimentales, no como ahora que hay millones de teatros alternativos en Buenos Aires y en el mundo.

–Sé que luego estudió nada menos que con el maestro catalán Cunill Cabanellas!

–Sí. Después de aquella obra hice varias en otros pequeños teatros, hasta que un día vino a la Facultad de Derecho Antonio Cunill Cabanellas, que en esos años era el súmmum de profesor y maestro de teatro de la Argentina. Era un grande, como Lee Strasberg en Estados Unidos o como Jerzy Grotowsky. Era un catalán muy graciosísimo que sabía un montón, por eso hace muchos años que una sala del Teatro San Martín lleva su nombre.

–¿En ese momento era un estudiante de Derecho que hacía teatro por hobby?

–Exactamente. En aquel entonces para mí era un divertimento. Cuando establecieron el teatro universitario en la Facultad de Derecho fuimos a estudiar Pepe Soriano, Susana Mara y muchos más que después no siguieron. Cunill empezó a alentarme y me decía: “Tú eres galán, tú de abogacía nada, eres galán”, con ese tono catalán que tenía. Y a Pepe también lo incentivaba para que dejase el derecho y fuera sólo actor...

Duilio Marzio se levanta del sillón del living donde está cómodamente sentado y va a la cocina para traer un té inglés con galletitas y tazas para el reportero gráfico y la cronista. Pregunta si el aire acondicionado está bien o si hace falta ponerlo un poco más frío. Va a su escritorio y trae un álbum de fotos donde se lo ve con decenas de figuras del teatro y del cine nacional. Basta con estar un segundo en su semipiso para comprobar que es uno de los principales actores argentinos. Estatuillas y premios varios dan cuenta de una más que nutrida trayectoria, amén de los diplomas aún no enmarcados que esperan su turno en una mesa ratona para ser testigos de los reconocimientos que tuvo, tiene y tendrá este actor de raza que pensó que sería abogado, hasta que las tablas cambiaron su destino...

–¿Cómo fue su paso del teatro al cine en aquellos inicios de su carrera?

–Un actor que se llamaba Rodolfo Blasco, que me había visto trabajar en teatro experimental, le dijo a Leopoldo Torre Nilsson que iba a hacer su primer película, Días de odio (1954), sobre el cuento “Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges. La primera película en la que Leopoldo intervino fue El crimen de Oribe (1950), pero ahí figuraba con el padre. Acá figuraba solito, solito... Torre Nilsson fue a verme en Antígona, una obra que hacía de teatro experimental, y me llamó para hacer la película. Resulta que él venía acompañado por José María Fernández Unsaín, un escritor que hizo muchas obras para Amelia Bence y que después se fue a México y murió allá. Fernández Unsaín me llamó para decirme que iban a hacer una película llamada El baldío (1952), con Olga Zubarry. Yo me pregunté: “¿Cómo voy a hacer yo un papel profesional en cine?”. Ese papel después lo hizo otro actor, pero yo no me preocupé porque seguía estudiando abogacía, llegué a hacer cuatro años de Derecho, Pepe también y Susana Mara también.

–Hasta que llegó el momento de estar frente a una cámara...

–Sí. Finalmente, Torre Nilsson hace la película y me llama. Yo me quería pellizcar para ver si eso me estaba pasando de verdad. Recuerdo que la primera vez que estuve frente a una cámara estábamos en una plaza. Yo hacía un personaje que Torre Nilsson agregó en el guión, con el beneplácito de Borges. El papel que había agregado era el de un galán que intervenía en la vida de Elisa Galvé. Yo era admirador del cine y cuando él me lleva a hacer cine yo no lo podía creer... pasaba frente a la cámara y la miraba. En ese momento la reina era la radio, aún no había aparecido la televisión... La cámara da la impresión de un teatro lleno. Te está mirando. Impone respeto. Tenés que trabajar para esa cámara. Y, además, era la primera vez que me iban a pagar por hacer un papel.

–En el film tenía que vérselas con Emma Zunz, el personaje creado por Borges.

–Y lo lindo era que Emma Zunz, la protagonista, tenía que matar a alguien. Entonces su vida era sombría. La aparición de mi personaje era para que ella se calentara con ese tipo y olvidara su crimen. Finalmente, ella igual mata a ese tipo. Y al hacer ese papel me hicieron notas en las revistas, me llamaron para otras películas, y otra y otra... Hice cinco películas, una detrás de otra. Tuve que dejar la carrera de abogacía. En 1956 hice un film en la Antártida llamado Continente Blanco, ¡y fue una experiencia muy fuerte! Empecé con la película Días de odio, producida por Armando Bo, y no paré más...

–¿Tuvo apoyo por parte de sus padres o sufrieron porque dejó Derecho?

–Ellos pensaban que actuar era algo para bohemios. La idea del inmigrante era no sufrir el hambre. No era por egoísmo ni por nada, lo que pasa es que tenían miedo de que si no tenía una profesión me muriera de hambre. Cuando vieron que me pagaban para actuar y que me podía ganar la vida con eso, me vinieron a ver siempre y me apoyaron en todo.

–Si pudiera elegir un libro, ¿qué obra de teatro le gustaría hacer ahora?

–Me gustaría hacer una obra que cuente lo que es la tragedia y la preocupación del hombre, una especie de Hamlet actual, con los pagarés y con todo lo que implica la vida en la actualidad... Alguien lo tendría que escribir, hace falta quién lo pudiera teatralizar. Tiene que ser una obra llena de matices donde se vea reflejado el hombre en el 2011. Eso me gustaría hacer, y después ya aparecerá algo... ¡De pronto uno lee una obra, le gusta y la hace!

–¿Cómo vivió su etapa de sindicalista cuando fue secretario general de la Asociación Argentina de Actores?

–Ese es un factor importante en mi vida porque cuando uno hace cine y teatro es una especie de aureola, todo es lindo, son todos elogios, vas por acá... te invitan allá. Y de repente, cuando estás en la Asociación Argentina de Actores, que es la asociación que defiende los derechos de los actores, ves todo lo bueno y lo malo de la profesión, cómo hay que luchar en ciertos episodios... Al actor que recién empieza a veces no se lo trata bien. Ahí está la Asociación para defender esos derechos. En aquella época los actores vivían en una pieza. Ahora, por lo menos un departamentito pueden alquilar. No había televisión y lo que dio mucha renta fue el cine, pero era diferente a lo que es ahora. Si estabas en teatro había funciones de tarde, vermouth y noche. Y a veces, los sábados, se hacía duplicado, que era un ensayo de la próxima obra después de la tercera función...

–¿De qué año estamos hablando?

–A mí me eligieron por primera vez para dirigir la Asociación de Actores en 1964. Yo estaba haciendo Becket con Lautaro Murúa, Norma Aleandro, Rodolfo Bebán y Claudia Lapacó... Nos dirigía Mario Rolla. Resulta que después de hacer esa obra yo me fui a Europa para filmar una película, La venganza de Ivanhoe, y estando allá me llegó una carta donde me informaban que había salido electo, que yo había ganado las elecciones. Nos habíamos postulado contra la otra lista y ganamos por 14 votos. En Europa viajé por todos lados, fui a Venecia y visité miles de lugares. Finalmente volví y asumí como presidente de la Asociación Argentina de Actores para defender los derechos del actor.

–¿Podría enumerar algunos de los beneficios concretos que logró en su gestión gremial.

–El doblaje de las películas, las horas de trabajo por día y por semana estipulado para evitar el trabajo esclavo del actor... Una vez por mes nos reuníamos y presentábamos las quejas o las demandas de los actores. Hasta llegamos a hacer huelgas para que les pagasen a los actores que estaban trabajando sin cobrar en algún canal de televisión. A las mujeres se les caía la cara con el maquillaje, trabajando 12 o 14 horas diarias. En cambio con ocho horas es distinto. Yo me sentía muy bien trabajando por los demás. No te digo que todos tengan que ser sindicalistas, pero siempre hay que trabajar un poco para uno y otro poco para los demás. Es un aprendizaje de cosas que el hombre puede hacer. Hay mujeres que van a los hospitales y ayudan a los enfermos, y sin cobrar nada.

–Hablando de enfermos, ¿le tiene miedo a alguna enfermedad en particular?

–Sí, al cáncer, al sida, todas las enfermedades son horribles. Y eso te hace tener cuidado de lo que comés y de lo que hacés. Yo soy diabético y me salió un quiste en un pie que se llama pie diabético. Es terrible. Me hacía la toilette y logré que el pie mejore mucho. Le digo a todo el mundo que se cuide la diabetes porque es una enfermedad traicionera, maldita, que cuando está no se va más. Hay gente a la que le tuvieron que cortar un pie o una pierna. Yo me ponía el pie en agua tibia, después lo raspaba con un cepillo y lo lavaba con jabón blanco, lo secaba y le ponía una crema. Y gracias a eso ya tengo bien el pie, desde hace seis meses. Me cuido mucho con las comidas... no puedo comer el dulce de leche, ¡que es un invento argentino y es riquísimo! Hace mucho me operé los ojos. Tenía cataratas y gracias a la operación puedo ver perfectamente y sin anteojos.

–Duilio, ¿por qué nunca se casó ni tuvo hijos?

–Uy, cómo se van a poner las posibles novias (risas). No se dio así, nada más. En esta profesión de actor las cosas se dan de dentro hacia fuera y a todos los impulsos uno tiene que seguirlos. Quizá nunca me casé porque debo ser un mal marido... No lo sé. Es inexplicable. Tengo ex novias con las cuales seguimos apreciándonos enormemente...

–¿Alguna vez sintió el deseo de convivir o de formar una familia?

–De tener una familia sí sentí el deseo. Tengo ahijados: la hija de Fava y el hijo de Lautaro Murúa, ellos son ahijados míos. Y me llevo muy bien con mi sobrina nieta. Amo los niños, pero mi carrera lo ocupó todo en mi vida, ocupó todos los espacios y me dio todas las satisfacciones que tuve... También puede ser que no sea constante, no lo sé.

–¿Y cuáles fueron las principales parejas que tuvo en la vida?

–Tuve una pareja durante 20 años, de novios, cada uno en su casa. Murió en Marbella hace dos años y yo la vi antes de que se muriera... Ella se llamaba Marcela y fuimos pareja. A veces vivimos juntos en París cuando yo iba a Europa. La conocí en una filmación, pero ella no era actriz ni tenía que ver con el mundo de la actuación, no quiero decir más nada de ella y mejor cambiemos de tema así no se enojan las demás (risas).

–¿Se siente un poquito así como que fue un latin lover?

–(Se sigue riendo) No sé, es que yo me largaba con todo y después me cansaba. Es como que necesitaba tomar un refresco y me separaba...

-En cambio, con su pasión actoral no le pasó eso...

-No, todo lo contrario, me gusta cada vez más. Es increíble. Por eso te digo, intelectualmente lo analizo y veo que si bien la convivencia es importante, sé que eso no es todo en la vida. Yo dejo que el cuerpo me mande, hay que sentir las cosas y obedecerlas. Es muy importante.

–¿Hay algo que le faltó en la vida?

–En la vida me faltó casarme y tener hijos. Tengo muchos amigos y me llevo muy bien con los hijos de mis amigos, pero no es lo mismo tener los propios y yo no los tuve.

–¿Sintió que fue un precio que pagó por su pasión por el teatro?

–Podría decir que sí, pero no es así. Hay muchos actores casados que tienen la misma pasión que tengo por el teatro y el cine, así que es algo mío, es algo que me pasó a mí.

–En el 2011 cumplirá 88 años, ¿cuál es su secretito para estar tan bien?

–No hay recetas, pero es importante hacer lo que a uno le gusta, tener sentido del humor y, sin despreciar el mandato de la lengua, no vivir para la comida, para estar bien sanos.

Mientras el reportero gráfico sigue tomándole fotografías, Duilio sirve otra ronda de té, trae galletitas de agua y comenta que apoya a Cristina Fernández de Kirchner y que a él le gustaría que ella sea candidata en 2011. Es un hombre comprometido con la realidad nacional y dice: “¡Argentina está creciendo y eso es algo que se reconoce en el mundo!”. La charla llega a su fin. Hace bromas y se ríe como un niño que juega haciendo papeles, porque hacer un personaje es su mayor placer. Por eso busca una obra que lo enamore para seguir despuntando el vicio. Y ojalá pronto lo veamos en las tablas nuevamente...

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