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Dialogos|Lunes, 29 de agosto de 2005
SACERDOTE MARCELO TREJO, SECRETARIO DE SUELDO Y MACCARONE EN SANTIAGO DEL ESTERO

“Esperamos más del gobierno nacional”

Estuvo a cargo de la Vicaría de los Derechos Humanos con el obispo Sueldo, y al frente de la Mesa de Diálogo con el obispo Maccarone. Trejo reclama que el gobierno nacional garantice la investigación sobre la crisis del obispado a partir del espionaje a sacerdotes y el video de Maccarone.

Por Alejandra Dandan
Desde Santiago del Estero
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Viajaba sentado al lado del obispo Gerardo Sueldo el día del accidente rutero de septiembre de 1998. Había dirigido la Vicaría de Derechos Humanos de la diócesis desde donde Sueldo creó uno de los primeros espacios eclesiales para denunciar los rasgos más siniestros del gobierno de los Juárez. Con la llegada de Juan Carlos Maccarone pasó de la secretaría de DD.HH. a la Mesa de Diálogo, un espacio de construcción política abierto desde la universidad católica e impulsado por el obispado. Ahora que Maccarone no está, la voz del sacerdote Marcelo Trejo funciona aquí como una de las voces oficiales de la Iglesia. En diálogo con Página/12 analiza simetrías, diferencias y causas eventuales de las caídas de ambos obispos. Señala el episodio Maccarone con su capítulo de homosexualidad en la interna de la Iglesia y vuelve a la interna política de Santiago, para marcar la presencia de Maccarone como parte de un proceso que continúa y lo excede. Un proceso para el que parece exigir una presencia “no sólo de gestos sino más eficaz del Gobierno nacional”. “Creo que el hecho fue un tiro por elevación al proceso santiagueño, por eso comenzaba diciendo cuál es la impronta de monseñor Maccarone: un modelo moderno de ciudadanía donde no tienen lugar las hegemonías del signo que sean y de la categoría que fueren. Eso es lo que está puesto en juego.”
–Usted compartió la vida de los dos últimos obispos de Santiago. ¿Encuentra puntos de semejanza en sus vidas que hayan conducido a finales distintos, pero que para la gente mantienen algún parecido?
–Ninguno de los dos vino a Santiago con la idea a priori de su accionar profético. Monseñor Sueldo vino a Santiago para crear las bases de un Congreso Eucarístico, con todo lo que significa en la Argentina un Congreso Eucarístico. Santiago era una sede, no un lugar de la mordiente. Vino con bastantes fricciones incluso con el presbiterado. Venía con otra propuesta y en función de otra cosa.
–Un modelo de Iglesia distinto.
–Un hombre de la liturgia, fundamentalmente, con otro tipo de misión. Y con procesos...
–¿Abiertos dentro de la provincia?
–¿Qué lo convirtió? Una realidad conmocionante, un camino eclesial que ya venía caminando, tenía su objetivo y su praxis a la que él se logró incorporar, y el tercer elemento es un corazón evangélico que dejó que la realidad lo conmocione. Eso fue haciendo el cambio, las tres, porque si hay un corazón duro no hay bala que entre. Pero si no hay provocación me parece que tampoco.
–Lo singular de él fueron luego sus posturas muy críticas hacia esferas del poder.
–Pero como procesos. La secretaría diocesana comenzó así. El acompañamiento de la gente había comenzado antes. El llegó el día que se estaba incendiando la Casa de Gobierno y muchos sacerdotes y religiosas habían estado acompañando ese proceso. Ese día, sin mucho saber, Sueldo acompaña, pero es todo un proceso. La secretaría empieza porque el obispo a veces estaba, a veces no, y para acoger el reclamo. Ese fue su proceso progresivo hasta el extremo.
–Parece que la Iglesia habría ocupado desde ese momento un lugar de contrapoder muy claro.
–Es que es así; la Iglesia, con su tradición y su poder simbólico, no es tan fácil como arbitrar medios en función de ello. Era más posible que religiosos, religiosas y sacerdotes pudieran incorporarse. Era un tiempo de persecución en todos los niveles: persecución, chantaje, mucho miedo de los niveles inferiores hasta los profesionales. Teníamos denuncias desdedoña Rosa, que le golpearon a sus hijos, hasta abogados, periodistas. Poco a poco, y de modos distintos, muchos se fueron acercando también para cooperar en esta dinámica. No sería cierto que fuimos los únicos protagonistas. Nos tocó jugar un lugar central porque las posibilidades lo permitían.
–Tenían una espalda importante donde sostenerse.
–Con monseñor Maccarone fue lo mismo. En su inicio lo puede decir cualquiera, teníamos mucho cuidado. Venía de la universidad, de cosas así, el fantasma del anterior obispo. Su práctica, que hacía gala de su ser litúrgico, se plantaba en la catedral y jugaba con la simbólica litúrgica. Y este hombrecito era un gordito de anteojitos, de escritorio, que no entendía mucho de esas cosas ni le interesaban. El mismo lo decía. Fue haciendo su proceso. Hasta llegar a las últimas homilías, que no son menos intensas que las mejores homilías de Sueldo.
–Las últimas son las últimas. Después de la intervención. ¿Y ahora?
–La última del 25 de julio, Santiago Apóstol. Las constantes se mantienen. Esperemos que el que venga, tenga un corazón evangélico y ayude a seguir ese proceso.
–¿Cuál era el centro de las últimas denuncias de Maccarone?
–Los momentos fueron distintos. Monseñor Sueldo se encontró en pleno auge y poderío del régimen, desmesurado, hegemónico, grotesco, payasesco... y violento. Y su rol fue absolutamente alternativo y profético. Develó que la provincia podía ser de forma distinta: mostró una construcción que mata y mostró que puede ser distinta, creo que fue lo fuerte que generó. El tiempo de Maccarone estuvo marcado por un último momento, más que violento, payasesco. Y una necesidad de empezar a pensar bases nuevas de reconstrucción, por lo tanto el estilo es distinto. Sus últimas homilías eran programáticas, mientras que las de Sueldo eran de denuncias. Los roles fueron distintos; las acciones, distintas; los compromisos, igual. Mientras que, en ese tiempo, Sueldo impulsaba la Secretaría de Derechos Humanos, Maccarone genera para este tiempo la Mesa de Diálogo santiagueño y la Pastoral Social.
–Sin embargo, explicaba que las homilías seguían siendo intensas. Hubo menciones, de hecho, a la supervivencia de las líneas de poder que luego fueron acusadas por el propio Maccarone detrás del operativo de extorsión que terminó sacándolo.
–Sí. Pero siempre lo hizo al revés. En estas líneas programáticas, para él, el horizonte eran un Santiago de todos y una construcción del bien común. En función de ese Santiago de plena participación, llegaba a otras conclusiones. Por lo tanto: no a los centralismos, no a las marginaciones, no a los diálogos de cúpula. No a las concentraciones de poder del que fuere. Entonces la propuesta era la inclusión y participación de todos. Maccarone se expresó contra “los diálogos de cúpula” y su rechazo al “partido único” (una alianza política integrada para la reforma constitucional por los dos partidos mayoritarios y el gobernante que ganó 45 de las 50 bancas).
–¿Cuál es la interpretación de la Iglesia local sobre el video?
–Una investigación que tiene que orientarse hacia afuera. Uno de los riesgos inconscientes, y otros interesados, es querer ubicar el hecho como una cuestión intraeclesial solamente. Eso me parece que no corresponde. En todo caso que la Iglesia se ocupe de sus cuestiones internas. Creo que el acontecimiento Maccarone será un elemento que va a abrir muchas ventanas en otros niveles, en otras cuestiones, que tienen que ver con la estructura interna, con el modo de vida de los obispos.
–¿Son modelos de Iglesia lo que se discute?
–Yo creo que no son modelos de Iglesia. Creo que son términos epocales. Estamos en presencia de nuevos paradigmas: donde el sujeto tiene una palabra que decir, donde ya no te sientes solamente parte de un sistema.Donde hay un montón de otras cosas que están conmocionando a la sociedad, y está cambiando. Es un cambio de época, no una época de cambios. También esto tiene que ver. La Iglesia va a tener que replantearse. Por eso digo: no son modelos como compartimentos estancos sino procesos. Por ahí tenemos coletazos de modelos viejos, sabemos que no queremos, pero hay cosas nuevas por recorrer laicos y sacerdotes, y creo que está llegando a los niveles episcopales. Insisto: monseñor Maccarone es una persona íntegra, sana. Absolutamente sana. No estamos hablando de una persona enferma, y nos encontramos con esto. Esto tiene que dar que pensar en qué ambientes eclesiales o epocales estamos queriendo vivir para dar respuestas a situaciones de este tipo. Todo esto tendrá que ser planteado. Me emocionó hasta casi las lágrimas que Hebe de Bonafini, con lo que significa ella y con su actitud frente a la Iglesia, haya dicho: “He ahí un obispo de la Iglesia de Jesús”. ¿Qué está pasando?
–¿Cuál es su interpretación?
–Los moralinos y algunos escandalizados al interno de la Iglesia, y la famosa “izquierda” implicada en procesos así, con miradas mucho más comprensivas y eficaces... Creo que todo está cambiando para bien. Entonces, me parece que fue un acontecimiento que develó y reposicionó el escenario santiagueño y dejó en claro, al menos, no sé si quién es quién, porque eso son construcciones históricas, pero sí develó en qué situaciones de ventaja o desventaja, o de cercanía o no cercanía, nos ha encontrado el momento.
–Fuera del tema eclesial, ustedes exigieron una investigación del Estado.
–Yo creo que nosotros tenemos un Estado nacional que debe velar por el sostenimiento de las prácticas democráticas y animar a pueblos a pasar de estados feudales a nuevos modos democráticos que todos anhelamos. Y eso no es una cuestión ajena, es uno de los servicios que el Estado nacional debe garantizar, y aquí eso es lo que está puesto en juego.
–¿Qué?
–Reinstalar las mismas prácticas, volver a los miedos y a los chantajes, y generar un terreno posible para que de la fragilidad de los santiagueños, y de su historia tan complicada y tan dolorosa, se paralice.
–Si no hay una mirada más seria sobre esas garantías democráticas, ¿ustedes consideran que existe un riesgo real sobre el retorno a ese tipo de prácticas?
–Yo creo que no. Porque hasta ahora hemos caminado con muy poca ayuda del Gobierno nacional, salvo la intervención en su momento con sus luces y sombras. Pero el proceso de Santiago lo fueron haciendo los santiagueños, y evidentemente lo que está aconteciendo estos días vuelve a poner a la luz lo que estamos haciendo los santiagueños. No es una parálisis, pero hay que entender que hay distintos niveles de implicancia. Y lo que puede ser una dinámica provincial, necesita su correlato en las dinámicas nacionales. Hay un montón de situaciones que necesitan su correlato nacional.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, la Justicia, sobre todo la Justicia federal. Hay como techos provinciales que necesitan su correlato. Lo dije una vez: los santiagueños hicieron la parte del trabajo que les corresponde y lo hicieron bien, el correlato nacional todavía se hace esperar.
–¿En qué sentido?
–Hay solidaridad, lo sentimos muy cerca. La vez que vino el Presidente realmente fue una fiesta. Pero son gestos. Creo que él tiene con Santiago una cierta simpatía, por eso también esperamos más del Gobierno nacional.
–¿En qué términos?
–Estamos esperando su rol, su investigación, su rol de ejecución. Vuelvo a decir: no quiero que esté centralizado en el tema intraeclesial. Eso tiene ya su dinámica, su investigación y, si se quiere, al acontecimientocomo tal le toca al gobierno provincial la investigación profunda, porque es parte de su territorio. Lo que yo creo, en cambio, es que el Gobierno nacional es el que tiene que velar por las dinámicas democráticas que están puestas en juego en este momento y pueden a llegar a ser debilitadas.
–¿Para ustedes esto fue síntoma de esa debilidad?
–Creo que fue un tiro por elevación al proceso santiagueño, por eso comencé diciendo cuál era la impronta de monseñor Maccarone, que era la programática a un modelo moderno de ciudadanía en donde no tienen lugar las hegemonías del signo que sean y de la categoría que fueren. Eso está puesto en juego aquí en este momento.
–Ustedes no lo pidieron aún claramente.
–Nosotros no lo podemos decir claramente porque no es nuestra competencia. No le puedo estar pidiendo al gobierno que me investigue. Es su servicio, sabrá qué hacer, cómo y en cuánto tiempo. Por eso hablamos de sensaciones. Por eso decimos nos “extraña”, “sospechamos”. Porque no nos pueden cargar de tecnicismo con algo que de suyo lo deberían tener.

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