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Dialogos|Lunes, 8 de febrero de 2016
¿Por qué María Josefina Cerutti?

Las memorias de las personas

Por Soledad Vallejos

La memoria no es una sola. María Josefina Cerutti lo sabe, y por eso tomó una decisión: ofrecer su vida y la de su familia como material para una no ficción tan verdadera que obligue a pensar, repasar, (re)construir las memorias ajenas. ¿Qué pasa con las vidas de las personas, de las familias? ¿Qué pasa cuando la historia de un país ingresa de lleno en la casa de un clan, con su violencia política, sus militancias, sus decisiones, y arrasa? ¿Qué queda, si queda algo? Cerutti se preguntó eso desde el lugar que le resultó más doloroso, el patio de la Casa Grande, un lugar que fue mítico para su familia, desmembrada por lo que llama “el viento zonda”: la dictadura y sus consecuencias. Con eso hizo un libro tan personal que habla de su familia tanto como de lo social.

Por las páginas de ese libro pasan Manuel, el pionero, el napolitano que vino a hacerse la América y legó una finca vitivinícola a sus hijos; Victorio, el abuelo adorable con sus nietos, violento con su esposa Josefina, acosador con las empleadas de la casa y tozudo para el trabajo tradicional de la finca, a la que no podía concebir de otro modo, el hombre que producía vinos pero no tomaba alcohol; el tío y padrino Horacio, a quien sus compañeros de organización en la lucha armada llamaban “Zorba el griego”, porque “se aparecía con fuentes de langostas y centollas a las carcajadas en reuniones clandestinas”; Ingrid, la tía que había sido bailarina y era considerada extranjera por los Cerutti mayores, que miraban con desconfianza a una descendiente de daneses. Desfilan también Juan Carlos “Buby”, el tío que fue ministro provincial y oficial montonero; los niños, de la casa y alrededores, hermanos y primos, compinches y luego enfrentados en la vida adulta; la vida de spaghetti western que vivían los italianos llegados para trabajar la tierra en provincias.

Esos recuerdos que el tiempo no quebró son las piezas a partir de las cuales Cerutti –quizá más conocida por su perfil profesional como periodista gastronómica especializada en industria vitivinícola, porque a fin de cuentas es nieta de su abuelo– propone nuevos rompecabezas. Ella testimonió en la megacausa Esma acerca de cómo Emilio Eduardo Massera despojó a su abuelo Victorio –secuestrado en plena noche, torturado en la Esma para que firmara la cesión de las tierras; arrojado al Río de la Plata– de su bodega, en Chacras de Coria. Su abuela y uno de sus tíos declararon en el Juicio a las Juntas. Reivindica la lucha por los derechos humanos, pero no se define como una militante.

La memoria militante no alcanza a contarlo todo, aun cuando haya sido lo que permitió abrir las puertas para la Justicia. Hay subjetividades, historias que preexisten y continúan, y que no se deben olvidar. Pensarlas ayuda, también, a pensar lo social. En una de las dos charlas que confluyeron en esta entrevista, Cerutti me dijo: “no quiero que se hable de mí, quiero que se hable del libro. De lo que propone el libro, porque pensar quiénes eran esas personas, por qué hicieron lo que hicieron, como pudieron, con lo que pudieron, todavía está pendiente”.

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