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Discos|Miércoles, 8 de octubre de 2003
“LEGACY”, UN COMPILADO PARA REDESCUBRIR A THE DOORS

Los chamanes del Rey Lagarto

El CD doble presenta los éxitos inevitables, pero también otros episodios de alto voltaje, que retratan a una banda fundamental de los ‘60.

Por Eduardo Fabregat
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The Doors marcó una época, en términos musicales y culturales.
Cuenta la historia, no la leyenda, que en 1965 hubo un encuentro de tono metafísico en una playa del sur de California: allí, un enigmático joven llamado Jim Morrison recitó su poema “Moonlight drive”. En el encuentro estaba Ray Manzarek, por entonces tecladista de los ignotos Rick and the Ravens, quien quedó impactado por la intensidad del poeta y le propuso que trabajaran juntos. El dúo probaría suerte con los hermanos Jim y Rick Manzarek en la guitarra hasta encontrar a Robby Krieger, amigo del baterista John Densmore. Inspirado en un alucinado libro de Aldous Huxley, The Doors of Perception, Morrison encontró el nombre para el grupo... y para la leyenda.
Dos años después, “Moonlight drive” era una de las canciones de Strange days, segundo disco de The Doors, que en su corta existencia ya había sentado las bases del mito. Es que el debut homónimo de 1967 contenía tres de las canciones que los pusieron para siempre bajo las luces: la salvaje “Break on through (to the other side)” –todo un llamado generacional, buena síntesis de los sixties–, la psicodélica “Light my fire” y la oscura “The end”, plagada de climas e invocaciones de quien comenzaba a hacerse llamar The Lizard King. Esas canciones, claro, aparecen en el primer tramo de Legacy-The absolute best, el doble CD que el sello Warner acaba de lanzar en la Argentina, y que a pesar de semejante título (¿Lo “absolutamente mejor”? ¿Quién puede emitir juicios absolutos tratándose de música?), resulta al cabo una adecuada manera de atravesar las puertas y entrar bien acompañado al universo de The Doors.
La leyenda, no la historia, dice un montón de cosas sobre Morrison y sus amigos (¿cabe alguna duda de que, más allá de las innegables capacidades del cuarteto, el Rey Lagarto conseguía eclipsarlo todo?). Es que la historia del grupo se condensa en apenas seis años, lo que fue desde ese encuentro en la playa a la muerte del cantante en París en julio de 1971, pasando por los años salvajes del Whisky a Go Go californiano y los cinco discos aparecidos en vida de Jim: L. A. Woman fue editado cuando ya habían comenzado las peregrinaciones al cementerio de Père Lachaise. En el medio sucedieron (algunas) cosas y se inventaron (muchas) otras, pero por sobre todo The Doors le dio un sentido y un espesor a la escena californiana que nunca más alcanzaría, como bien lo prueba el auge en los ‘80 de engendros pop metal maquillados y dedicados a la letra idiota.
Lejos estaba Morrison de las letras idiotas, y si hay algo singular en los Doors es que, aun para quien no entiende ni jota de inglés, sus canciones transmiten algo. Una urgencia, un dolor, una pasión o una simple incomodidad generacional, todo en un envase musical inclasificable, en el que se podían reconocer las raíces del electro blues, pero allí se terminaban las pistas. Hábiles chamanistas, los Doors le siguieron poniendo ladrillos a la leyenda con canciones como “Alabama song (whisky bar)” –Kurt Weill y Bertolt Brecht en viaje de peyote–, “People are strange”, “The unknown soldier” (que, vistas las aventuras de Bush Jr. en Afganistán e Irak, tiene una vigencia aterradora), “Roadhouse blues”, “LA Woman”, “Riders of the storm” o “Hello I love you”. Todas ellas están en Legacy, pero también momentos menos célebres e igualmente reveladores como “The changeling”, “Tell all the people”, “Soul kitchen” o “Five to one”.
Como corresponde a esta clase de lanzamientos, el doble CD cierra con un inédito: “Celebration of the lizard” (en rigor, un poema incluido por Morrison en el arte de Waiting for the Sun, de 1968) ya tenía una versión en vivo en Absolutely Live (1970), pero aquí se presenta en forma de suite volada y desquiciante que alcanza los 17 minutos de duración –registrada en las sesiones de The Soft Parade–, y sirve como ejemplo de la cantidad de demonios musicales que podían habitar un grupo de formación en apariencia tan clásica. Bien documentado (se incluyen los bajistas y demás músicos invitados, fechas y posiciones en los rankings de cada single),bien ilustrado por imágenes de los Doors en todo su esplendor y con una acertada elección de las 34 canciones remasterizadas, Legacy hace diferencias con compilados anteriores (si no se cuentan, claro, cajas como The Doors Box Set o The Complete Studio Recordings). Y consigue un retrato sonoro tan impactante como para producir la idea de una alucinación, un viaje al desierto de los chamanes, un paso decidido más allá de los umbrales de la percepción. El legado del Rey Lagarto.

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